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Los jóvenes deben ser educados para tener buenos modales y evitar que sean personas maleducadas en el futuro

foto base Ben White - Unsplash
Principios de urbanidad para la juventud
Aquella urbanidad
Nada hay más bochornoso para un joven que el carecer de los principios de urbanidad.
Un niño mal educado o que no aprovecha los consejos de sus mayores, merece con justicia el desprecio de sus semejantes. Siendo lo más sensible para todo padre ver a sus hijos abundar en modales impropios o groseros que les hacen odiosos e indignos de alternar con sus compañeros en la sociedad.
Un niño sin urbanidad se presenta en todos los actos de la vida con una exposición continua de ser motejado de ordinario o imprudente.
Porque, sin haber aprendido a conocer los límites de una buena crianza, aparece desaseado unas veces, hablador sin motivo las más, faltando a lo que debe a sus mayores algunas, y finalmente, abochornado casi siempre por la justa preferencia que observa merecen sus compañeros mejor educados.
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De situaciones como estas se originan celos imprudentes de los demás jóvenes de su edad; de aquí la costumbre de mirarles injustamente con odio, y la necesidad de sufrir reconvenciones, el vicio de oírlas con indebido orgullo, y por último el ser envidiosos, vengativos y dignos por lo tanto del menosprecio general.
Al contrarío, el niño bien educado que se presenta a todas horas con decencia, el que sabe sin charlatanismo contestar con soltura y decoro a las preguntas que se le dirigen.
El que en la mesa procura ser aseado y comer sin glotonería con la finura conveniente; el que, en fin, respeta a sus mayores y no se entromete a hablar de todo sin entenderlo. Indudablemente es querido de cuantos le rodean, es el mejor adorno de una familia, y sus padres dan por bien empleados los sacrificios pecuniarios que les cuesta una educación que, con el tiempo, sirve tanto para adquirir los medios de subsistencia y para ser útil a su patria.
Conveniente es, pues, que todo niño tenga muy presentes los dos caminos que puede elegir:
- o ser dócil, procurando aprender las reglas de urbanidad sin olvidarse de ellas un solo instante, debiendo por ello prometerse en recompensa el cariño general sin tener de que avergonzarse jamás;
- o ser indolente, negándose a aprovechar las lecciones de buena crianza y tener por seguro el ser despreciado de sus padres, de sus parientes, de sus maestros y de sus compañeros. En este caso, aunque tarde, tendría que arrepentirse muchas veces, con vergüenza de no merecer alternar con los de su clase en paseos, juegos, visitas o diversiones.
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