El arte decorativo en relación con el mobiliario. Parte II.
El estilo Luis XVI muestra solamente tentativas malsanas a una reforma y una decadencia que tienen por causa una desdichada imitación a la antigüedad.
Decoración. El estilo Luis XV y Luis XVI.
Lo que ante todo caracteriza el estilo Luis XV en todas sus producciones, es la abolición de la línea recta. Todo es ondulado, entorchado, hojeado con relieves cuya decoración es la achicoria exuberante; la fantasía reemplaza al convencionalismo, y como siempre, cae en el exceso. Este es el estilo Rococó, que adquiere su fuerza en esta unidad entre la arquitectura, la decoración de las habitaciones, la orfebrería y la ilustración de los libros.
Concluye por fatigar con sus exageraciones y se vuelve a la línea más tranquila y graciosa; esto es lo que se llama estilo de la reina, aun cuando se deba a madame de Pompadour. También se le ha atribuído, aunque con error, el estilo Rococó a la célebre favorita, siendo contrario a su gusto exquisito y enemigo de las formas incoherentes.
La madera de las sillas Luis XV es curvada y sus pies tienen muchas ondulaciones. El estilo Luis XVI muestra solamente tentativas malsanas a una reforma y una decadencia que tienen por causa una desdichada imitación a la antigüedad. En el mobiliario, sin embargo, se encuentran obras admirables, pero en todas partes brillan los dibujos ajustados y regulares.
Los muebles grandes, en lugar de ser convexos son ligeramente cóncavos, y los adornos majestuosos se reemplazan con tiradores de cobre o botones dorados y las largas volutas con nudos de cinta.
La línea recta y el aplomo son las características de este estilo; así, los pues de las sillas son rectos, y solo aparece la curva cuando es preciso esta concesión a la elegancia.
La achicoria es sustituída por el acanto, el laurel, las perlas y las cintas; la madera dorada casi ha desaparecido. Los muebles están pintados de colores tiernos, blanco, azul o rosa; las telas son de seda brocada muy pálida, y al final de este período es cuando aparecen los dibujos estampados en cretonas e indianas de encantadora sencillez.
A los relojes acompañan figuras alegóricas de bronce o mármol, y completa este admirable conjunto el tapiz de Oriente, más interesante por su unidad que el que se usó en las épocas de apogeo del arte decorativo.
"A los relojes acompañan figuras alegóricas de bronce o mármol"
Este arte tiene por objeto adornar y hacer agradable a los ojos los utensilios necesarios para la vida social; desde el momento en que un obrero fabrica un objeto, queda terminada su faena, y entonces llegan las manos del artista para domar las líneas y el color y darle el verdadero carácter de obra decorativa.
Se confunde con facilidad el arte decorativo con el arte aplicado a la industria; los dominios del primero son más extensos; el segundo es el que por los medios industriales multiplica en gran número los ejemplares de un modelo determinado.
Las tres primeras condiciones del arte decorativo son la forma, el color y la propiedad. En pocas épocas se encuentra una reunión acertada de estos elementos primordiales. El arte tiene su cuna en Oriente; los asiáticos, bajo la influencia del clima, de la magia incomparable de su luz, de una civilización más refinada, de una imaginación más viva y de un comercio floreciente, se desarrollaron antes de las demás razas, y cuando construyeron los objetos usuales más sencillos, su pincel y sin cincel tienen delicadezas incomparables y su mano debe vencer todas las asperezas de la forma y la materia.
Después de éstos, los fenicios, establecidos en la ribera del Mediterráneo, y más bien imitadores y comerciantes que productores, y luego los griegos, decoradores sobre todo, en el momento de su decadencia artística y durante la dominación romana, produjeron casi todas las obras maestras que de ellos se admiran. Los etruscos, que fueron los primeros imitadores de los romanos, conservan en todas sus obras los hábitos de la riqueza y el fausto. Las ciudades orientales del Mediterráneo sigue produciendo tejidos y vasos, y cuando Constantino, en el siglo IV, transportó a Bizancio la capital del Imperio, no necesitó un esfuerzo grande para hacerle a la vez capital del arte, degenerado ya por el contacto de los artistas romanos con los industriales del Asia Menor.
La época bizantina es muy brillante, no por su perfección, sino por ser única en el mundo frente a los bárbaros invasores; representa la superioridad de la inteligencia y reúne el monopolio artístico de todas las riquezas adquiridas por la fuerza bruta y condenadas a ser improductivas.
En el siglo XII las cruzadas sirven de propaganda al admirable estilo gótico u ojival, que produce obras maestras decorativas comparable solo a las de la antigüedad. La influencia de los Valois determina lo que se llama Renacimiento, período verdaderamente admirable en sus producciones.
La reforma religiosa que agita al fin del siglo XVI toda la Europa, dirige las tendencias de la moda hacia la severidad mayor y más natural para los objetos de uso común, que pierden con ello todas las huellas de un trabajo cuidado y fino.
Hoy el gusto moderno permite para el adorno el más encantador eclecticismo, y de la mezcla de estilos y de ornamentos resultan las bellas habitaciones modernas, donde se encuentran el arte, el confort y la elegancia.
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