La dignidad y el decoro.
El trato con otras personas no debe ser altivo y ni debe abusar de una posición dominante para humillar y ofender.
La dignidad y el decoro.
Regularmente sucede que aquellos a quienes, o el verdadero mérito, o la proporción ha colocado en un lugar honroso y de gran dignidad, abusan de su autoridad y del poder que le dan su empleo y sus riquezas. Los menesterosos, y los que se hallan en una honesta medianía, pero que necesitan de su favor, tienen la desgracia de verse expuestos a sus insultos y desprecios cuantas veces se ven en la precisión de presentarles sus súplicas. ¡Cuántas personas de honor y de probidad pasan por mil humillaciones para poder llegar no mas a exponer su pretensión! Pero estos hombrea elevados debían cambiar de cuando en cuando imaginariamente su situación, y ponerse en el puesto de los que van a suplicarles; y entonces conocerían que debían usar con ellos de la misma indulgencia que quisieran se usase con estos mismos. Mas estas reflexiones son muy pocos los que las hacen, y una vez que se hallan exaltados a tan sublime puesto, solo se figuran ya que son como otros tantos árbitros a quienes únicamente se les debe tributar la gloria y el honor, y a quienes solo toca el derecho de mirar con desprecio a todo el resto de los hombres.
No sucede así con D. N.N.; su sabia política no le permite que en ninguna de sus expresiones, ni en el menor de sus ademanes se trasluzca la más leve señal de desatención, ni menos aun de desprecio con ninguno de cuantos se llegan a exponerle su petición; antes por el contrario en su semblante apaciblemente grave y majestuoso se descubren ciertos rasgos de benignidad y dulzura, que dilatan el ánimo oprimido de los suplicantes, y les infunde una confianza que no saben explicar. Los oye con agrado, y cuando abre los labios para decirles una palabra, les habla de un modo tan urbano y afable que les arrebata todo el afecto de su corazón. Ni su alto nacimiento, ni la elevación de su dignidad, ni el valor de sus méritos, ni la extensión de su poder han podido deslumbrarle, ni han sido capaces de hacerle olvidar que es hombre, y que la divina Providencia le ha colocado en aquel eminente puesto, no para el terror, sino para consuelo de sus semejantes.
En su faz augusta jamás se ve pintado el ceño, aquel ceño odioso que hace a la autoridad inaccesible; todos, de cualquier estado y condición que sean, todos encuentran cabida, y todos hallan aquel solaz que un hijo encuentra en el seno de su padre. Aun cuando no puede acceder a sus demandas porque no todos piden con justicia, ni hay razón para conceder a todos lo que piden, sabe satisfacerles con tanta finura y con tal agrado, que todos salen contentos de su presencia. Pero sin embargo de esta afabilidad, de esta modestia y de esta cortesanía, sabe poner siempre a todas sus cosas el sello de la dignidad y del decoro. Amado de todos los que le ven y le tratan, y admirado de los que no tienen la dicha de verle y de tratarle, todos le contemplan como un dios tutelar. ¿Cómo hay hombres, que prefieren el ser temidos al ser amados? ¿Ignoran acaso que el temor anda muy cerca del aborrecimiento?.
Cuando (porque nada hay estable en este mundo) sucediera que D. N.N. cayese desde su altura, ¿quién hay que no le amara en su misma desgracia? ¿Cuántas manos consoladoras irían a suavizar su amargura? ¿Cuántos socorros le prestarían aquellos mismos que antes iban a solicitar sus favores? D. N.N. se vería despojado de los ricos adornos que le engalanaban; pero su virtud y su mérito quedarían intactos. Y ¿quién es el que no aprecia el mérito, y ama la virtud?
Solo tú, egoísta abominable, solo tú que estás continuamente diciendo allá en tu interior: "Nadie existe sobre la tierra sino yo"; solo tú eres el que desprecia el mérito, y odia la virtud. Reducido al pequeño círculo de tí solo (que tú allá en tu soberbia fantasía te imaginas de una circunferencia inmensa), te figuras que solo a tí se deben postrar todas las criaturas vivientes, pues solo tú eres el soberano de la tierra. ¡Necio! estudia en conocerte a tí mismo, y verás que no eres más que un cero; y conocerás que esos mismos que se ven tal vez en la triste necesidad de rendirte sus respetos, en lo interior te abominan y detestan.
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