El decoro en el hogar.
Se puede y aun se debe establecer una especie de decoro entre los amos y los criados.
Del decoro doméstico.
Es una máxima saludable portarse con atención y civilidad con las personas que nos han dado algún motivo de disgusto; pero para proceder de este modo es preciso saberse dominar a sí mismo, y por desgracia es la ciencia más difícil: son muy raros los que la poseen. Nos creemos ofendidos muchas veces más de lo que realmente lo somos; no vemos más que la ofensa sin querer averiguar el motivo que la produjo. La aflicción, el orgullo, el resentimiento, todo aumenta los objetos, nos entregamos entonces a la cólera, y si ésta estalla, ya todo se ha echado a perder.
Un marido que quiere corregir a su mujer con autoridad, o con tono brusco y acre, la irrita en lugar de persuadirla. Hay hombres tan iracundos, y mujeres tan mal sufridas, que ni el uno sabe reñir ni la otra responder sino voceando. Nunca los vecinos deben entender las desavenencias de nuestra casa, porque si nos quieren mal, tomarán placer, y si nos quieren bien, tendrán que sentir.
Lo contrario sucede muy a menudo entre dos esposos. En lugar de reciprocas advertencias sobre los defectos de cada uno con indulgencia y dulzura , se usa de la reconvención con una aspereza intolerable. De aquí dimana que una mujer, lejos de mudar de conducta, no hace más que variar de medios y de precauciones. Lo mismo suelen hacer los maridos, cuando sus consortes para corregirlos se abandonan a los celos fomentando la publicidad y el escándalo. La civilidad en estos casos conserva el decoro y produce mejores efectos que la violencia.
Se puede y aun se debe establecer una especie de decoro entre los amos y los criados, que consiste en darles buen ejemplo, en pagarles regularmente, en tratarlos con humanidad sin familiarizarse mucho con ellos, en no reprenderlos sin motivo y siempre con la moderación debida; en conservar, por fin, en todos los casos el carácter de amo; pero de amo justo, prudente, apacible, bondadoso y atento.
"La educación se demuestra, por igual, tanto en casa como fuera de ella"
El decoro exige también que se conserve la igualdad o uniformidad de genio en la casa propia y en la ajena. No permite que el amo se prevalga de la libertad que tiene de obrar con menos circunspección, para hacer sentir a su familia los efectos de su impaciencia, y mostrar siempre un rostro ceñudo y avinagrado.
Es por desgracia muy común que un jefe de familia entre en su casa para perturbar el sosiego y la jovialidad que en ella reina en su ausencia, indemnizándose así en cierto modo de la fuerza que se ha visto obligado a hacer para reprimirse y pasar plaza de jovial en las tertulias y reuniones que frecuenta.
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