
Cartas jocosas ¿Qué poner?
La crítica y la sátira deben atacar los vicios, ridiculizándolos, no empero a los viciosos
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Cómo escribir una carta jocosa o animada
Aquella urbanidad
Como hay cartas que solo sirven para mantener una correspondencia no interrumpida entre dos personas, sin más objeto que éste, ni tratarse en toda ella de negocios particulares; no ocurriendo de continuo en los parajes donde se escriben novedades que merezcan ocupar el papel; se hace indispensable ejercitar la pluma en materias diferentes, ya sean morales, ya eruditas, ya científicas, ya críticas, ya descriptivas, etcétera.
Cuando el asunto se trata en un tono dogmático, el estilo de la carta debe ser conciso pero claro, nervioso pero demostrativo; y por lo regular lleva consigo la sequedad y aridez que no a todos agrada; y a la mayor parte fastidia. Pero como, por otra parte, todo el que sigue una correspondencia de esta especie, para no malgastar el tiempo debe proponerse algún objeto útil e instructivo, se hace indispensable, que procure amenizar esta utilidad e instrucción, para hacerla dulce y agradable, y este debe ser el objeto de las cartas jocosas.
En éstas pueden comprederse la sátira, la crítica, y las descripciones, o pinturas que deben hacerse vivas y animadas, acompañándolas siempre de aquella sal que sazona, y tal vez pica; pero esta ya da indicios de malignidad; por consiguiente, es menester evitarla, y mucho más la sal que escuece, cuya malignidad es refinada. Escritores hay, y poetas, que en sus críticas y sátiras, mezclan hiel y acrimonia, y convierten, a veces, sus escritos en libelos infamatorios perjudicialísimos y criminales.
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Aun cuando estas cartas sean dirigidas confidencialmente a un amigo u otra persona de confianza, pueden correr de uno en otro, y tal vez por casos inesperados aparecer en público. Y aunque nada de esto suceda, siempre debe mirarse como una murmuración detestable, y que puede ser perjudicialísima.
La crítica y la sátira deben atacar los vicios, ridiculizándolos, no empero a los viciosos. Estos son más dignos de lástima que de insultos. Los avisos que se les dirijan nunca han de ser mordaces, ni dirigidos a persona conocida, porque es infamarla.
La narración de las acciones viciosas siempre ha de hacerse disimulada, y las reprehensiones que sean lisongeras, ingeniosas y agudas. Exigen también la decencia, pues que si las palabras, frases, o expresiones son bajas o torpes, causarán más bien enfado que risa a los hombres sensatos.
El objeto de risa puede sacarse ora de la misma persona que escribe, ora de otras, u ora finalmente de las cosas que se dicen o se hacen.
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