Los deberes para con nuestros semejantes. I.
El ver cuan necesarios nos son nuestros semejantes en todos los actos más leves de la existencia, basta para hacernos comprender cuáles serán nuestros deberes respecto a ellos.
Deberes para con nuestros semejantes.
"La urbanidad es la expresión de la imitación de las virtudes sociales; éstas, son las que nos hacen ser útiles y agradables a aquellos con quienes tenemos que vivir. Un hombre que, las poseyese todas, tendría necesariamente la urbanidad llevada a su grado supremo". Duclós.
Ama a tu prójimo como a ti mismo, ha dicho Jesucristo, y este santo precepto es el primero que debéis grabar en vuestro pecho, porque será cual un faro portentoso que os conduzca, entre las sinuosidades del camino, al asilo de paz y de ventura.
Dios al querer que todos los hombres fuesen hermanos, ha hecho que una imperiosa necesidad forjase el lazo que debía unirlos, y así solo uniéndose son fuertes, poderosos y felices, mientras en el aislamiento vacilan y perecen.
Aun los salvajes forman tribus para rechazar a las fieras de sus bosques, aun entre ellos se conocen los vínculos de amistad para ayudarse y protegerse.
Un hombre, por sí solo, es un ser débil, impotente, casi pudiéramos decir incompleto, porque apenas se basta a sí mismo; mientras uniendo los esfuerzos de su talento y de su industria a los esfuerzos de los demás, consigue llevar a cabo todos esos milagros del pensamiento que le convierten casi en semidiós.
El ver cuan necesarios nos son nuestros semejantes en todos los actos más leves de la existencia, basta para hacernos comprender cuáles serán nuestros deberes respecto a ellos, y que todos estamos obligados a contribuir en cuanto podamos a la gran obra de la unión social. Por ella, y solo por ella, existen esas populosas ciudades que tanto nos admiran, esos soberbios monumentos, esos campos cultivados con tanto arte, que nos suministran tan variados y ópimos frutos, esos buques que flotan sobre las olas y traen a nuestros puertos torrentes de riquezas. En la época en que vivimos, el espíritu social ha dado pasos gigantescos, tocando casi al apogeo de su desarrollo, y preciso es confesar que a esas multiplicadas asociaciones se deben los grandes adelantos del siglo y el asombroso progreso de las ciencias, las artes y la industria.
Pero no solo se contenían con producir el bienestar material, sino que producen bienes morales de incalculable trascendencia.
Ved esos millares de huerfanitos reunidos en asilos piadosos, los cuales reciben una instrucción sólida para ser en el porvenir ciudadanos honrados, orgullo de su patria; esos débiles ancianos a quienes se prodigan tan solícitos cuidados; esos tristes enfermos, que desde el lecho del dolor bendicen a cuantos les proporcionan medios de subvenir a sus exigentes necesidades.
Las asociaciones previenen las horribles catástrofes que hace un siglo sumían en la amargura a toda una familia, y son el áncora de salvación de todos los desgraciados.
El celo conque esas benéficas asociaciones procuran penetrar en los misterios de la indigencia para darla un generoso amparo, y los sublimes resultados que produce, debe servirnos de estímulo para imitarlas, y en el pequeño círculo de nuestras relaciones y nuestra fortuna no dejar a ningún desgraciado sin pan mientras sobre en nuestra mesa, ni permitir que corran las lágrimas de los afligidos sin procurar enjugarlas. Estos son los dos principales deberes que estamos llamados a cumplir para con nuestros semejantes, y en los cuales se encierran todos los demás.
En efecto, el que es generoso y compasivo, el que jamás se hace sordo a los infortunios ajenos, el que se complace en tender una mano protectora a los que suspiran esclavos de una suerte adversa, sabrá indudablemente cumplir con acierto los deberes sociales, y desempeñará en el mundo un papel hermoso, digno de la compasiva ternura de que está penetrada su alma.
¡Dichosos los que sepan abrir su corazón a los tiernos sentimientos de humanidad! ¡dichosos los que cifren su contento en esparcir contento y alegría! ¡Es tan dulce evocar la sonrisa en unos labios plegados por el infortunio! ¡es tan noble detener una lágrima pronta a desprenderse de los párpados, y devolver el color a unas mejillas ajadas y descoloridas! ¡Cuan tranquilo es el sueño para aquellos que saben practicar el bien! ¡cuán risueñas se presentan siempre a sus ojos las imágenes del pasado y del porvenir, exento aquel de remordimientos y éste de temores y zozobras! ¡cuán suaves los placeres que saboreamos en el mundo, cuando rebosa en nuestro pecho la alegría de haber llevado a cabo una buena acción!
Por convicción, por deber, por egoísmo, seamos siempre benéficos y compasivos; y no olvidemos que la flor no encierra dentro de sí misma su perfume, sino que Io entrega al aura que la acaricia.
Y vosotras, dulces y tiernas jovencillas, vosotras, destinadas por el Criador a ser los ángeles de consuelo de todos los infortunios, a comprender el lenguaje de todos los suspiros exhalados por los corazones que sufren; vosotras, que habéis recibido la celeste misión de aplicar el suave bálsamo a todas las heridas, oíd mis consejos, y procurad saturar vuestro sensible corazón con esa esencia de compasiva ternura que os presta un hechizo irresistible.
La más tierna, la más amante, será siempre la más hermosa, la que posea más dulces atractivos.
Imitad a los ángeles, jovencillas, porque de la suya está formada vuestra esencia, y llegareis a ser sus semejantes si atesoráis en vuestro corazón la hoguera de santo y puro amor en que ellos se abrasan por Dios, y cuyo fuego derraman sobre todas las criaturas. Amad con pura fe a vuestros hermanos; amad sobre todo a los infelices, a los huerfanitos, a los ancianos, a cuantos sufran, y no os avergoncéis jamás de proclamar muy alto este amor sublime que os ennoblecerá a los ojos del mundo, que os hará dignas de que se fijen en vosotras las miradas del Eterno.
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