Deberes de la buena educación. Deberes de los convidados.
Un joven colocado al lado de un anciano o de una señora, debe constituirse en su servidor.
Luego que los convidados se pasan ellos mismos los platos o las fuentes, algunos de entre ellos no deben desde luego servirse a si propios, pues para un caballero la vecindad de una señora y para un joven la de una persona mayor, como para un inferior la de su superior les obliga a rehusar el servirse antes que aquellos lo hayan hecho. Por otra parte, la urbanidad exije que cada cual esté siempre dispuesto a olvidarse de si y a ponerse a disposición de los demás, principalmente de las señoras y de las personas mayores, y así sería una grosera incivilidad apoderarse de las botellas de aceite o vinagre, del azucarero, o salero, o bien otra cosa parecida cuando los demás carecen de ello.
Algunas advertencias hay , que aunque parezcan frívolas y pueriles, son no obstante muy convenientes y dignas de retener en la memoria. Extender la servilleta sobre las rodillas, o asegurarla con alfileres, o bien pasarla por el ojal del frac son costumbres altamente vulgares y ridículas. En el mismo caso se encuentran otras mil prácticas de las que solo enumeraremos dos por no ser excesivamente prolijos, tales son el doblar las mangas del frac hacia arriba cuando se va a trinchar, y también el verter en el platillo el café para enfriarlo.
Si tenéis noticias de que la señora o señorita de la casa han preparado algún plato o alguna confitura, estaís en el caso de preguntar por el dicho plato y en el deber de dirigir algunos cumplidos elogios.
Los convidados siguiendo su sexo y carácter, deben procurar evitar dos defectos igualmente desagradables. Unos (y estos son por lo regular las jóvenes) no quieren aceptar nada y responden constantemente por una negativa invariable; otros (y estos son los hombres dotados de una familiaridad gastronómica y estrepitosa) comen con avidez, hablan en alta voz, aceptan sin dar las gracias, y se apasionan por algunos platos de que se hacen dueños exclusivos sin consideración a nadie, defectos que tienen todas las apariencias de las costumbres de taberna.
Un joven colocado al lado de un anciano o de una señora, debe constituirse en su servidor y no permitir que se tomen la molestia de poner agua o vino en sus copas, alargándoles su plato y aprovechando las ocasiones posibles de darles testimonio de una respetuosa diligencia.
Los convidados colocados al extremo de la mesa, son generalmente los peor servidos y sus vecinos deben tener la amabilidad de llamar la atención del que sirve para que en caso alguno pueda haber un olvido que sea perjudicial.
Cuando un vecino de mesa acepta la mitad de la fruta o de otro objeto cualquiera, se debe siempre darle la mejor parte presentándosela sobre un plato.
Señalemos, aunque sea de paso, algunos hábitos familiares y de mal tono. Colocar los guantes sobre una copa de Champagne o Burdeos para indicar que no se beben estos vinos; hacer pequeñas bolas con la miga del pan; dividir éste en pequeños trozos colocándolos a su alrededor; ensuciar la servilleta con el tenedor o el cuchillo; empapar el pan en la pringue o salsa; todos estos son defectos que deben estar muy distantes de una persona bien educada.
Sería también una falta muy grave, monopolizar la conversación que debe ser general. Si la reunión es numerosa, se debe hablar con las personas vecinas no levantando la voz sino lo que sea necesario para hacerse entender.
Al dueño de la casa toca dar por concluido el convite, y una vez declarado así por medio de un acto cualquiera, los convidados se levantan tras él ofreciendo el brazo a las señoras para ir al salón donde se toma el café y los vinos escogidos.
Después de la comida se establece conversación entre los diversos grupos que se forman; se juega o se canta, se miran grabados, o se leen los diarios colocados sobre la mesa del salón. En una palabra, cada cual se ocupa según su gusto o inclinación, y los jefes de la casa velan de una manera imperceptible para que nadie esté sin distracción.
A menos de surgir circunstancias imperiosas los convidados deben consagrar la mayor parte de la noche, a las personas que los han tratado tan amablemente.
Los banquetes de hombres, son mucho más frecuentes que los de señoras, en razón de los diversos compromisos y deberes sociales que en aquellos concurren, pero para amenizar estas reuniones y evitar la monotonía, suelen algunas señoras de gran tono invitar a una "soirée" o reunión para la misma noche y entonces las señoras encuentran allí a sus maridos y relaciones y se sirve el té prolongándose de esta manera el convite.
En los ocho dias inmediatos siguientes, es deber de los que a él han asistido, visitar a la persona que los ha obsequiado. En otro tiempo se daba a esta visita el nombre ridículo de visita de "digestión". En ella debe hablarse de la comida, del buen rato de que se ha disfrutado, y de las personas que estaban allí reunidas.
Las señoritas, a menos que no sean de una edad respetable y los hombres célibes a menos que no tengan una alta posición, no están obligados a devolver ni aún a ofrecer los convites que se les hagan.
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