Política y urbanidad de los artistas y de los autores; consideraciones que les son debidas.
Generalmente se cree a los artistas muy propensos a la envidia y para huir de esta acusación, conservando no obstante el derecho de manifestar su pensamiento, deben alabar con interés lo que les parezca bien.
¿No están comprendidos los artistas en la regla general? A esta pregunta, que pudiera dirigírsenos, contestaremos con otra a nuestra vez. ¿Viven acaso con la vida común y ordinaria, estos hombres siempre absortos en un poderoso y único pensamiento, tratando como Dios de dar vida a la materia? Ellos que buscan por todas partes el secreto de lo bello que los atormenta, los embriaga y se les huye. Ellos apasionados delirantes, ingenuos, y casi siempre extraños a los cálculos, placeres y ocupaciones del mundo. ¡No! ellos tienen una existencia a parte, existencia de delicias que la sociedad no comprende y que deben ocultar a su vista.
Si como veremos más adelante, es preciso prohibirse hablar de la profesión que se ejerce y de sus asuntos personales, con mucha más razón el artista debe ser mudo acerca de sus trabajos, sus resultados y esperanzas. Se les acusaría de exaltación y vanidad, y aún de locura; pues el entusiasmo no se comprende ni admite en la sociedad porque se teme, ante todo, el ridículo "y de lo sublime al ridículo, no hay mas que un paso". Que guarden pues los artistas para sus amigos únicamente, para los verdaderos amigos de las artes, las nobles y sensibles confidencias de la inspiración.
Generalmente se cree a los artistas muy propensos a la envidia y para huir de esta acusación, conservando no obstante el derecho de manifestar su pensamiento, deben alabar con interés lo que les parezca bien, y criticar, con mucha moderación y sin burla alguna, lo que les parezca mal. Estas observaciones se dirigen igualmente a los autores con una adición importante todavía.
Independientemente de la acusación de exaltación, están muy expuestos a que se les aplique la de pedantería. Velen pues sin cesar sobre si propios y repriman constantemente el deseo de llevar la conversación hacia las interesantes materias de que ellos se ocupan ordinariamente. Teman en todas ocasiones merecer el epíteto de "gran talento", nombre que trae a la memoria tantos recuerdos de pedantería y afectación.
Corneille decía J. Racine a sus hijos, hace versos cien veces mejores que los míos y, no obstante, nadie le mira ni desea oírle, sino por la boca de los actores; en vez que yo, sin fatigar a las personas con la narración de mis obras, de que yo no les hablo jamás, me contento con presentarles pensamientos divertidos y entretenerlos con cosa que les agrada. Mi talento con ellos se reduce, no a hacerles sentir que yo tengo ingenio, sino a enseñarles que ellos no carecen de él.
Una graciosa sencillez y una mezcla feliz de elevación y naturalidad, deben caracterizar a los autores pero principalmente a los autores y artistas femeninos. Las mujeres que manejan la pluma, la lira, o el pincel, deben estar persuadidas que un resto de preocupación, suscita contra ellas, sobre todo en provincias, una multitud de prevenciones. Por otra parte, tantas mujeres instruidas a medias, han incurrido en adoptar un tono y maneras poco recomendables, que la preocupación es casi excusable. Puesto que estas preocupaciones establecen que toda mujer autora o artista se deja reconocer desde luego por su singularidad, falta de modestia y lenguaje pedantesco, a las interesadas incumbe hacer desaparecer este infundado juicio, para lo cual no tienen sino seguir las inspiraciones de una alma elevada y de un gusto delicado, recordando que la sencillez es la coquetería del genio.
Mas si las personas que cultivan las letras y las artes deben plegarse, sin esfuerzo y sin enojo, a todas las exigencias de la sociedad; si deben despojarse de toda pretensión y olvidarse a si propias, los demás no deben olvidarlos. La buena educación exige que se hable con un autor de sus obras; que se le felicite por su buen éxito, y que se le dirijan elogios mesurados y finos. Si nos son desconocidas algunas de sus obras, debemos pedírselas diligentemente en calidad de devolución, leerlas con prontitud, dándole a conocer por nuestras citas que las hemos leído con cuidado y atención. Si nos regala alguna de sus producciones, estamos en el caso de visitarlo, o cuando menos, de dirigirle una carta dándole las gracias.
Cumplimientos ingeniosos y vivos testimonios de gratitud, deben ser la materia de conversación de la visita o del billete en su caso. Recordad también que para complacer a un artista, es preciso halagar a la vez sus gustos , su amor propio, y su culto por las bellas artes. Así pues, hablad con él como conocedor, o al menos como admirador, de la música y de la pintura. Solicitad el favor de ver sus cuadros y oír sus sinfonías, contemplad largo tiempo los unos, escuchad con gran atención las otras, dirigidle vivas felicitaciones mezcladas de reconocimiento, y después, por una diestra transición, dirigidle preguntas que den testimonio de vuestro deseo de ser iniciado en el conocimiento de las artes.
Cuando un artista o un escritor obtiene alguna distinción honrosa como un premio, una medalla, un éxito dramático, o un titulo de académico, sus amigos y relaciones, deben apresurarse a ir a ofrecerle el testimonio de su satisfacción. Los que están ausentes deben cumplir por escrito este deber de buena educación.
No solamente los autores de profesión, sino también las personas instruídas que imprimen un discurso, un opúsculo, o folleto, remiten un ejemplar bajo un sobre a su familia, amigos, compañeros, o autores que hayan tenido con ellos igual atención, a sus superiores y a las personas a quienes debe respeto, y según la naturaleza de la obra, a aquellas personas con quien tengan relaciones de pasatiempo o de asuntos de otra naturaleza. Un uso afectuoso y de buen tono, establece que el autor escriba de su letra en la parte superior de la primera hoja o sobre la cubierta algunas palabras tiernas o respetuosas, según las personas a quienes aquel se dirige. Estas palabras, que tienen por objeto hacer del ejemplar remitido un recuerdo o un homenaje, van casi siempre firmadas por el autor.
No hablaremos de las dedicatorias, sino para hacer notar que no se puede dedicar una obra sin obtener anticipadamente el beneplácito de la persona a quien se quiere hacer esta distinción. Añadiremos también que es preciso ser muy sobrio en este particular de dedicatorias haciéndolas muy cortas, en breves palabras y absteniéndose de elogios exagerados, pues estas formas las hacen aparecer como una letra de cambio pagadera a la vista. Cuando se trata del rey, de la reina, o de los príncipes, es preciso entenderse con su secretario particular para saber a que atenerse. En cuanto a cualquiera otra persona de elevada dignidad, se puede escribir sin necesidad de intermediario.
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