Las procesiones penitenciales y lustrales.
Las procesiones de penitencia y lustrales eran también llamadas simplemente letanías, porque al final de la procesión se cantaba aquella fórmula de súplica o intercesión llamada comúnmente letanía.
Las procesiones.
Las procesiones penitenciales y lustrales.
Las procesiones de penitencia y lustrales eran también llamadas simplemente letanías (de λιτÞ = oración), porque al final de la procesión se cantaba aquella fórmula de súplica o intercesión llamada comúnmente letanía, y más tarde, letanía de los santos. Pertenecen a este grupo:
a) La letanía mayor.
Llamada así por su carácter más festivo en comparación de las otras letanías estacionales. Había sustituido, a mitades del siglo VI, a la fiesta pagana en honor de Robigo, deidad primaria de los granjeros romanos, conocida como la diosa del desperfecto. Los granjeros la veneraron para proteger sus cosechas del desperfecto, que ella mandaría sobre ellos si no era apaciguada. Robigo preservaba los cereales de los mohos. La celebración concluía con la bendición del pueblo y de sus habitantes.
En Roma, la procesión partía de San Lorenzo in Lucina, y por la vía Flaminia y el puente Milvio se dirigía a San Pedro. Ya que se celebraba el 25 de abril, es decir, en pleno tiempo pascual, la Iglesia romana no le había dado aquella impronta penitencial que retuvieron las letanías menores venidas de las Galias. Se pedía con ella la protección de Dios sobre las mieses próximas a madurar. La letanía mayor fue adoptada muy tardíamente fuera de Roma. En Génova no era todavía conocida en el siglo XII.
b) Las letanías menores o rogativas.
Nacieron, por el contrario, en Francia, por obra de San Mamerto de Vienna, en el 470, y en poco más de un siglo estaban ya difundidas en muchas diócesis de la alta Italia. En las ciudades se hacían desde la Catedral; en las campiñas, desde las iglesias urbanas, a las cuales, por tanto, debían acudir el clero y el pueblo de las iglesias inferiores, lo cual hacía muy numerosas e imponentes aquellas procesiones.
El recorrido generalmente era muy largo, pero fraccionado con paradas, durante las cuales el pueblo podía descansar. Para que todos tuviesen modo de participar, el triduo de las rogativas era considerado, al menos en la primera mitad del día, como festivo. Como la Letanía Mayor, así también las Menores o Rogativas tuvieron por fin el impetrar la bendición celestial sobre los frutos del campo, pero con un carácter penitencial más acentuado, que en parte se mantuvo no obstante su inserción en el gozoso tiempo de Pascua.
A la cabeza, el sacerdote con los monaguillos y a los lados los representantes de las varias Cofradías con sus vestes y estandartes. Detrás, las mujeres y los niños y atrás de todo, los hombres. El sacerdote entonaba las letanías y el coro respondía con gozosa devoción. El recorrido era estudiado de manera que todo el territorio de la parroquia pudiera ser visto aunque fuese a distancia. Y esto en todos los pueblos y pedanías. Cuando se llegaba al primer punto establecido, siempre el mismo todos los años, la procesión se paraba, el sacerdote cantaba el inicio de uno de los cuatro evangelios y alzando la cruz y dirigiéndose a los cuatro vientos o puntos cardinales comenzaba: "A fulgure et tempestate" y todos arrodillados respondían "Libera nos, Domine" mientras la mirada de cada cual se dirigía hacia el propio campo donde se había sembrado. Después las demás peticiones: "A peste, fame et bello" y todos respondían de igual manera "Libera nos, Domine". Y más adelante "Ut pacem nobis dones"... (para que nos concedas la paz) "Te rogamus, audi nos".
Se retomaba el camino hasta la próxima capilla o cruz de término. Y así en cada parada se oía la contundencia de las oraciones latinas que todos comprendían a la perfección. Para evitar que el párroco olvidase alguna parada se colocaban cruces de madera ornadas con flores, ramos de olivo o de retama blanca o amarilla. Terminado el recorrido la procesión perdía concentración y todos, observando con atención los campos se permitían comentarios sobre las faenas, los cultivos, sobre el retraso o adelanto de la cosecha o sobre las previsiones de la añada.
Muchos en Cataluña conservamos a tantos años de distancia un hermoso recuerdo de aquellos ritos, de aquellas mañanas frescas y luminosas de primavera, de aquella alegría que te sobrecoge cuando despunta el día. Recordamos los vestidos simples y vistosos de las mujeres y los pañuelos y capuchas que cubrían sus cabezas. Las barretinas bien caladas de los payeses y las alpargatas bien remendadas de los abuelos. Así como recordamos el gesto solemne del sacerdote cuando alzaba la cruz pidiendo a los cuatro vientos la ayuda y protección del Señor. La fe es bella sin las dudas y los porqués. Como entonces.
c) Las procesiones estacionales.
Tuvieron origen en Roma y se desarrollaron probablemente de las fiestas aniversarios de los mártires, en las cuales se citaba a los fieles junto a su tumba y participaba el Papa con todo el clero de la ciudad. Pero es preciso admitir que la procesión estacional de carácter popular, tal como la vemos afianzar y engrandecerse a partir del siglo V, debe sus orígenes a las influencias del Oriente donde ya existían usos similares. La letanía estacional partía de una iglesia concreta llamada "ad collectam" (es decir, donde reunirse para comenzar) donde el pueblo y el clero se daban cita para dar inicio a la procesión durante la cual se cantaban himnos y salmos hasta llegar a la iglesia estacional. Allí el Pontífice o su delegado celebraba la Santa Misa. San Gregorio Magno dio nuevo impulso a la observancia de las procesiones estacionales y reordenó en parte la serie, de forma que, salvo pocas excepciones aun hoy la lista de las basílicas donde se celebra la estación es precisamente aquella descrita en el sacramentarlo gregoriano.
Las letanías estacionales romanas fueron imitadas también fuera de la ciudad. Las encontramos en Francia, en Alemania, en Bélgica, en Milán y Rávena. San Gregorio mismo incitaba a los obispos de Sicilia a instituirlas. Interrumpidas al final del Medievo, parece que en nuestros días deban tomar nueva vida y florecer de nuevo.
d) Las procesiones extraordinarias.
En los tiempos de públicas calamidades, las procesiones de penitencia han sido siempre uno de los medios sugeridos por la Iglesia para aplacar la justicia de Dios. Así había hecho San Mamerto con las rogativas; así en el 591, existiendo una terrible peste, hizo San Gregorio Magno con la famosa Litania septiforme, porque las procesiones debían partir de siete puntos diversos de Roma y convenir para la estación de la basílica de Santa María la Mayor; así hicieron los papas con ocasión del jubileo, organizando procesionalmente la visita a las varias iglesias de Roma.
Con las procesiones penitenciales pueden enumerarse aquellas, muy frecuentes en la Edad Media, dirigidas a alejar del campo el azote del granizo y en general de las tempestades desastrosas. Tenían lugar no sólo en caso de peligro, sino regularmente al principio de la primavera, como en el día de la Invención de la Cruz, o en la fiesta de la Ascensión, o en el jueves sucesivo. Como la procesión de rogativas, estas pasaban a través de los campos haciendo varias estaciones, en las cuales se cantaban los initia de los cuatro Evangelios, cada uno en la dirección de los cuatro puntos cardinales. Entre las oraciones dichas en tal ocasión estaban también los exorcismos contra los demonios, que eran considerados como causantes del mal tiempo.
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