
Una cuestión de protocolo.
Un fallo de protocolo puede llegar a causar una guerra diplomática o desencadenar en el anfitrión o el invitado una reacción de risa contenida.
Un fallo de protocolo puede llegar a causar una guerra diplomática o desencadenar en el anfitrión o el invitado una reacción de risa contenida.
Seguramente el príncipe Carlos de Inglaterra reaccionó de la segunda forma cuando en la Casa Blanca que ocupaba entonces Ronald Reagan, presidente de 1981 a 1989, le sirvieron una taza de té con la bolsita dentro.
La propia Nancy Reagan lo contó en una entrevista con la cadena de televisión ABC: "El pobre Charles estaba sentado sin saber qué hacer. Al final puso la taza a un lado y cuando todo el mundo ya se había ido, Ronnie le preguntó: '¿Había algún problema?' y Charles le dijo: 'La verdad, no sabía qué hacer con esto (señalando la bolsita)'".
El protocolo inglés del té excluye radicalmente las bolsitas, si bien hoy en día casi todo el mundo las usa en las oficinas. Tienen una peculiaridad en Inglaterra: no suelen llevar cordel, de modo que para sacarlas de la taza hay que pescarlas con la cucharilla.
La etiqueta china también le causó un disgusto a lord George Macartney, el primer embajador británico enviado para afianzar vínculos comerciales con el llamado "Reino del Medio".
Llegado en 1793 al retiro montañoso imperial de Chenged (norte del país), Macartney pidió audiencia con el emperador Qianlong. Como representante del imperio británico, pensaba en un trámite rápido.
Fue todo lo contrario por una cuestión de protocolo.
La etiqueta china exigía que el visitante ejecutara el "koutou", que constaba de tres genuflexiones sucesivas ante el emperador, cada una de ellas con una postración completa en la que la frente debía de tocar el suelo.
Lord Macartney no estaba dispuesto a hacerlo si, a su vez, los cortesanos del emperador no hacían otro tanto ante un retrato de su rey, Jorge III. La solicitud fue rechazada.
El emperador rechazó los lujosos obsequios con que el embajador quiso convencerle de la necesidad de aliarse con Inglaterra y dijo que en China tenían de todo y no necesitaba los productos manufacturados ingleses. Harto, el diplomático regresó en 1794 a Londres.
Fue el inicio de un belicoso pulso que condujeron en el futuro a tres guerras (las llamadas "guerra del opio" y en 1900 la "de los boxers"), en el intento de Occidente de abrir el comercio con China.
Las derrotas chinas llevaron a la caída de la dinastía en 1911 y al advenimiento de la república.
Más de un siglo después, el protocolo sigue siendo importante en este antiguo imperio en un momento en que China busca ocupar un lugar de privilegio entre las potencias del mundo y en que miles de periodistas extranjeros aprovechan los Juegos Olímpicos para escrutar a fondo el país.
Los chinos también nos observan y se siguen asombrando ante las costumbres de algunos occidentales. No entienden, por ejemplo, que abracemos y besemos en las mejillas a las mujeres como forma de saludo. Tampoco que hagamos demostraciones públicas de afecto.
Ignorantes de las costumbres, creemos que, como en Japón, hay que saludar inclinando la cabeza con vehemencia a la hora del saludo.
Nada más lejos de la realidad. En China no se hace e incluso alguien puede sentirse ofendido.
Seguimos la pauta protocolaria, pero entonces una muchacha entra en el ascensor y, al encontrarse con el periodista extranjero, casi se dobla por la mitad para saludar agachando la cabeza. Al salir, repite el movimiento para sorpresa del visitante.
A partir de ese momento, el periodista cree que, por educación, tendrá que inclinar la cabeza cada vez que se encuentre con un chino. Y así lo hace, pero, efectivamente, ninguno retribuye el saludo de tal forma. Dejamos de hacerlo.
Los cursos de protocolo y las recomendaciones de guías de viajes, de empresa o, en el caso de los Juegos de Pekín, de los Comités Olímpicos, son imprescindibles para entender las costumbres del país o, simplemente, para moverse por la ciudad.
Hay consejos muy útiles, consejos muy simples, consejos muy complicados y consejos muy tontos.
Muy útil es advertir que nunca se salga del hotel sin llevar escrito en chino el nombre de su destino y la tarjeta del propio albergue para poder volver, ya que pocos taxistas hablan inglés y el viaje puede convertirse en una larga travesía del desierto.
Para el saludo, dicen los manuales, opte siempre por un apretón de manos y una sonrisa.
Los periodistas puede que estén sacando una impresión tal vez confusa de la cordialidad de los chinos. Al moverse casi todo el día entre los voluntarios olímpicos y observar sólo amables sonrisas, tenderán a creer que este es el país de la felicidad perpetua.
Pero la sonrisa desaparece si quieren pasar por un área restringida para atajar. Pueden encontrarse con unos reclutas del ejército que les dirán con un gesto seco que no pueden pasar, por mucho que muestren la acreditación. Y aquí no hay sonrisas.
Es difícil conciliar costumbres tan dispares, aunque se intente.
El protocolo chino dice, por ejemplo, que nunca clave los palillos en los alimentos, pero cómo llevar la comida a la boca sin saber manejar los llamados "kuazi".
Se imagina uno a lord Marcartney a su regreso a Londres: "no sólo me humillaron, sino que encima querían que usara para comer unos extraños palitos".
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