El sombrero y la mantilla. I
El costumbrismo romántico queda constituido en los últimos años de la ominosa década, al final del reinado de Fernando VII
El sombrero y la mantilla: moda e ideología en el costumbrismo romántico español
El propósito de esta comunicación es mostrar cómo la ideología del costumbrismo y las actitudes conflictivas que dicha ideología implica, se manifiestan en un asunto especifico: la moda. Los modos de vestir en aquellos años de la década de 1830 plantean todo un conflicto ideológico entre los tradicionalistas y los renovadores.
La principal novedad de este trabajo consiste en aportar ciertos textos de Larra (hasta ahora completamente desconocidos) sobre este conflicto.
El costumbrismo romántico queda constituido en los últimos años de la ominosa década, al final del reinado de Fernando VII, por una nueva generación de jóvenes escritores que surge por entonces y que va a alcanzar su plena expansión a la muerte del rey absoluto, uniéndose a la generación anterior de los liberales que vuelven del exilio. Bretón de los Herreros en el teatro, Estébanez Calderón, Mesonero Romanos y Larra en los periódicos consagran en aquellos años las tendencias de la literatura costumbrista.
El surgimiento de estos nuevos escritores se sitúa en unas circunstancias históricas, a partir de 1827, 1828, en que las condiciones económicas y sociales del país obligan al régimen de la monarquía absoluta a introducir ciertas reformas con que se intenta frenar las presiones democráticas de los liberales constitucionalistas y dar solución a la crisis económica en que se encuentra el régimen.
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Este programa reformista favorece intereses sociales y económicos dialécticamente vinculados con la ideología política del moderantismo (la llamada "libertad bien entendida") que iba a preparar la sucesión de Isabel II frente a las pretensiones inmovilistas de Don Carlos.
Reformismo moderado y literatura de carácter nacionalista
Coincidiendo con este reformismo moderado, surge una literatura de carácter nacionalista cuyas manifestaciones más patentes son la doctrina del nacional-romanticismo, o el romanticismo histórico, que propugna Agustín Durán y el costumbrismo que se fragua en los periódicos de la época. Es una literatura que al mismo tiempo que se declara renovadora, según las tendencias europeas del momento, preconiza una ideología nacionalista en contra del liberalismo revolucionario que amenaza disolver el espíritu nacional sustentado en lo que se considera la auténtica tradición española, es decir, una literatura españolista, castiza y ortodoxa. Se trata de reivindicar el asado nacional contra la hegemonía de las modas francesas tanto en política, como en literatura y costumbres.
En el mismo año 1828 aparecen el Discurso de Durán y los primeros artículos de costumbres de nuevo cuño en el Correo literario y mercantil inaugurando el género que iban a desarrollar poco después Estébanez Calderón y Mesonero Romanos en las Cartas Españolas.
Una de las reformas aperturistas del régimen consiste en la autorización para que aparezca de nuevo en Madrid la prensa periódica hasta entonces absolutamente prohibida. El encargado de llevar a cabo esta operación es un personaje ambiguo, José María de Carnerero, que lanza sucesivamente el Correo literario y mercantil, las Cartas españolas y La Revista Española, siguiendo el viento que sopla en cada momento.
Es en estos periódicos del sistema donde queda constituido el costumbrismo que podríamos considerar oficial, defensor de los valores tradicionales y del régimen constituido. Como es sabido, este costumbrismo, sirviéndose de un modelo foráneo, como es Jouy, tiene una preocupación constante de reivindicar lo español castizo frente a la imagen falseada de España que ofrecen los libros de viajes de escritores extranjeros, así como frente a la invasión de usos y costumbres foráneos en unos momentos de cambio social en que lo nuevo siempre se identifica con lo extranjero, mientras que lo tradicional está en trance de desaparecer.
Todo ello produce en los costumbristas una crisis de identidad nacional expresada por Mesonero Romanos cuando, ante el peligro de la desaparición del españolísimo brasero, objeto al que el autor atribuye nada menos que esencias nacionales cuando lo califica de «brasero nacional», se lamenta, en función de su nacionalismo.
"El brasero se va, como se fueron las lechuguillas y los gregüescos, y se van las capas y las mantillas, como se fue la hidalguía de nuestros abuelos, la fe de nuestros padres, y se va nuestra propia creencia nacional".
Tengamos esto en cuenta para lo que luego vamos a decir: Entre lo que ya se fue y lo que se está yendo, las capas y las mantillas desaparecen junto con la creencia nacional.
Frente al costumbrismo de los periódicos del sistema durante la ominosa década, Larra lanza en 'El Pobrecito Hablador' lo que podríamos llamar un costumbrismo "contestatario". En realidad se trata de un anticostumbrismo en cuanto se opone a los presupuestos mismos del costumbrismo nacionalista patrocinado por Carnerero. Si para Mesonero, el mal de la sociedad que él intenta reflejar en sus artículos consiste, según sus propias palabras, en que "esta sociedad... reniega de su historia", para Larra el problema está en esa misma historia, en los obstáculos tradicionales que para el desarrollo social se han acumulado durante los tres últimos siglos. La sociedad contemporánea que nos presenta en El Pobrecito Hablador es la "masa, esa inmensa mayoría, que se sentó hace tres siglos".
Desde estas perspectivas valoran los costumbristas románticos la cuestión de las modas que cambian como cambian las costumbres en general.
Larra, como profesional del periodismo, se ocupa consistentemente del tema de la moda especialmente durante los años 1833 y 1834. Primero en el semanario Correo de las damas y luego en la Revista Española.
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El Correo de las damas era un semanario redactado por Larra desde su aparición en junio de 1833 hasta diciembre del mismo año. Era una revista dedicada a la mujer con atención preferente a las novedades de la moda e ilustrada con figurines. En ellos podemos ver muestras de la gran novedad del momento representada por los vistosos sombreros de señora, diseñados en París, y que van sustituyendo en el Paseo del Prado a la severa y castiza mantilla nacional.
Desde su periódico, Larra observa estos cambios con satisfacción, asumiéndolos como un signo del espíritu renovador de los tiempos. El interés de Larra por las modas hay que considerarlo dentro de su concepción totalizadora de la literatura costumbrista entendida, según sus propias palabras, como la consideración del "hombre en combinación, en juego con las nuevas y especiales formas de la sociedad".
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