
El vestuario de los pueblos y el protocolo blanco.
El vestuario de muchos líderes políticos sigue las tradiciones de su país.
Cuando en 1982 Gabriel García Márquez recibió el Premio Nobel ante los reyes de Suecia vistió una tradicional guayabera de lino blanca, de Yucatán, en contraste con el estilo de la ceremonia en que todos lucen inexorablemente de gala. Y en su primera reunión bilateral los presidentes de México, Felipe Calderón, y de Cuba, Raúl Castro, vistieron esa etérea prenda caribeña de botones de nácar.
Nelson Mandela antes como presidente de Sudáfrica y ahora retirado, nunca deja de lucir finas camisas africanas sueltas de colores arcillosos, y sin saco, diseñadas por el burkinense Pathe O, entre otros artistas del continente negro.
También mujeres líderes como la premio Nobel de la Paz, Wangari Maathai o la presidenta de Liberia Johnson-Sileaf son fieles al vestuario del bubú haciendo juego con el pañuelo anudado en la cabeza. Igual sucede con Rigoberta Menchú fiel al atuendo de su cultura precolombina.
Está el caso de Hamil Karsai, líder de Afganistán, uno de los países más pobres de la Tierra, elogiado por la prensa europea por su exótica elegancia. La capa chapan a rayas, de seda verde y el sombrero karakul gris de piel de oveja que lució ante Bush en 2002 fueron motivo de ironías.
Es ya natural ver a comitivas de países árabes vistiendo sus túnicas y turbantes. O a los asiáticos con casacas de cuello Mao.
Cuando Evo Morales fue elegido presidente de Bolivia, la prensa internacional se sorprendía de que no usara trajes. Y que en cambio luciera pulóveres de vicuña de la cultura Aymara de diseño aborígen, tejidos a mano.
El sombrero blanco, estilo cowboy, del presidente de Honduras Zelaya suele llamar la atención para quienes desconocen ese hábito común en alguna clase social hondureña.
También Lula , antes de asumir, se reconocía libre de las convenciones burguesas, y de entrecasa usaba ojotas playeras y camisas desabotonadas.
Cuando Evo Morales fue elegido presidente de Bolivia, la prensa internacional se sorprendía de que no usara trajes.
El candidato uruguayo " Pepe" Mugica" causó un acontecimiento sastreril porque para ir a encontrarse con Lula se tuvo que comprar un traje ya que no tenía ninguno. Rafael Correa no usa camisas con corbata sino otavaleñas, de cuello cerrado y bordados geométricos ancestrales.
En la ceremonia de asunción como presidente de Ecuador, se disculpó porque la invitación exigía a las mujeres el uso de traje sastre y a los hombres saco y corbata, sin considerar la usanza de los pueblos originarios. Correa advirtió, haciendo autocrítica a su propio ceremonial, acerca de la resistencia de la burocracia a los cambios políticos.
En nuestro país pesa más la cultura europea que la nativa. El vestuario de la presidenta es coherente a esa identidad y a la aplicada coquetería promedio argentina. A su marido, cuando fue presidente, los formalistas le objetaban con desdén su estilo al voleo.
Pero si por azar aquí fuera presidente un líder quechua, wichi o mapuche el cotilleo reaccionaría escandalizado. La excusa sería el vestuario, pero el verdadero susto serían su etnia y su política. Porque detrás de toda oposición anecdótica, de forma y de superficie, reptan el prejuicio y el temor al poder de la sustancia.
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