Lección sobre la desatención.
Los conocimientos materiales e individuales de las cosas, esto es, el conocimiento del mundo, no podrás adquirirlo sin una grande y continua atención
La desatención.
La falta de atención al que está hablando es de las más chocantes en la sociedad, y de las que menos se perdonan; ya he visto yo derribar al suelo de un empujón a alguno por desatento. Hallarás muchos, que mientras les estés hablando, en vez de mirarte a la cara y dar a entender que te escuchan, estarán contando las vigas del techo, fisgando cuanto haya en la pieza o sobre la mesa, mirando a la calle, jugando con un perrillo, dándoles vueltas a la caja o al sombrero, pellizcándose las narices, etc. Nada te hará conocer tan bien como estas señales cuales son los espíritus frívolos, las cabezas sin seso y los hombres mal educados que se entiende bajo el nombre de desatentos.
Figúrate los sentimientos de odio y rencor que semejante desdén excita en los corazones poseídos del amor propio, pasión inseparable de la naturaleza humana, sea cual fuere la clase y estado del sujeto; y cree que tú mismo criado disimulará con más facilidad un garrotazo que una sombra de desaire, desatención o desprecio; por consiguiente, al que te estuviere hablando cuida de prestarle mucha atención en la realidad, y aún más en la apariencia; y te añado, que si algún implacable hablador te cogiere, y no pudieses evitar con tiempo el oírle, escúchale con paciencia, o a lo menos aparenta que le atiendes, y más si es sujeto de respeto, pues nada le obligará más que un oidor paciente porque le das por su vicio, así como nada le sorprendería más que el plantarle a la mitad de su relación, dejándole con la palabra en la boca, porque creería que en ello le manifestabas tu impaciencia o disgusto de oírle.
Los conocimientos materiales e individuales de las cosas, esto es, el conocimiento del mundo, no podrás adquirirlo sin una grande y continua atención; y así verás infinitos que, después de haber vivido muchos años, son todavía niños en el conocimiento de los hombres, por su frivolidad y su falta de atención; como que solo la atención y la perspicacia, son los ojos que pueden penetrar el carácter particular de cada hombre, al través del velo con que le cubren ciertas fórmulas que todos adaptan, y ciertos modales que todos siguen, y que dan una semejanza exterior, equívoca y universal.
"El procurar evitarle a uno lo que le incomoda es prueba de nuestra atención, lo mismo que el procurarle lo que apetece"
La constante y firme atención a un objeto es la prueba más cierta de un genio superior, como la precipitada e inquieta imaginación lo es de un espíritu frívolo; pues no puede el hombre tener deleite en cosa alguna, ni tampoco desempeñar bien un negocio o encargo, sino es capaz de fijar su atención y de ligarla al objeto presente, desterrando por entonces toda otra idea de su imaginación; esta es la causa de todas las equivocaciones, yerros y errores de los hombres.
No solamente has de poner atención a las cosas, sino ha de ser una atención tan pronta, que al mismo tiempo atiendas a cuantos haya presentes, a sus movimientos, miradas y palabras; pero sin fijarles la vista de modo que conozcan les estás observando, porque entonces te chasquearían; este es el grado más fino de atención, y que trae infinitas ventajas en el mundo; pero no se adquiere sino a fuerza de ejercitarlo, de estudiar a los hombres, y de comparar; ya irás viendo que las atenciones que parecen más nimias son las que más empeñan y agitan involuntariamente los grados de amor propio y de orgullo, como pruebas incontestables de las miras y consideraciones que tenemos hacia las personas a quien se dirigen; por ejemplo, supón tu, que convidas a comer a uno; debes hacer memoria si has notado anteriormente que tenga algún plato favorito, y procura que no falte, para que puedas decirle: "me parece haberle visto a Vd. dar la preferencia a este plato en tal mesa, y así previne que no dejarán de ponerlo; este vino reparé que le gusta a Vd. y he hecho que lo busquen". Créeme tu que más amigos ganarás con pequeñas cosas que con grandes.
Ten mucha consideración con las debilidades de los demás, para que las tengan con las tuyas, pues a nadie le faltan, y todos tenemos inclinación a unas cosas y aversión a otras; de modo, que si te echaras a reír porque una señorita huyera de un ratón, o porque un caballero hiciera un gesto al ver gusanos en un queso (antipatías que son comunísimas), o por si falta de reparo le dejaras a otro seguir un camino más largo, o más malo, pudiendo excusarle piedra o pasos, no dudes que se picaría contigo, creyendo que le habías burlado. El procurar evitarle a uno lo que le incomoda es prueba de nuestra atención, lo mismo que el procurarle lo que apetece, y tanto uno como otro lisonjea su vanidad, y alguna vez, como he dicho, origina esa friolera una amistad, mejor que un servicio importante; y cuanto más nimia sea, prueba más la atención, y por tanto empeña más. Mete la mano en tu pecho, y verás cómo te inclinan y atraen semejantes atenciones, y como condesciendes fácilmente a complacer a quien te lisonjea con tales cosas; pero cuidado con esas atenciones, porque tal vez el que adula con semejantes lisonjas, va a ganarte el corazón, tal vez a seducirte, y quizá a perderte.
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