
Faltas que se pueden cometer contra la cortesía, hablando contra la ley de Dios
Los juramentos y blasfemias están entre las mayores faltas que se pueden cometer contra las leyes de la cortesía
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Juramentos y blasfemias, faltas contra la cortesía
Aquella urbanidad
Hay personas que se glorían de mostrar irreligión en sus discursos, ya mezclando palabras de la Sagrada Escritura con las cosas profanas, ya riendo y divirtiéndose a costa de las cosas sagradas y de las prácticas de religión, ya ufanándose de algún pecado, y a veces, incluso, de acciones infames cometidas por ellas mismas; de éstos propiamente dice el Sabio que sus conversaciones son insoportables, porque hacen juego y diversión del pecado mismo. Su conducta es también totalmente contraria a la buena educación.
Los juramentos y blasfemias están entre las mayores faltas que se pueden cometer contra las leyes de la cortesía; por esto, en un grupo, se considera menos a un blasfemo que a un carretero, y se tiene tal horror que, como lo dice el Eclesiástico, el cual expone de modo admirable lo que está conforme con las reglas de cortesía, las palabras del que jura a menudo, ponen los cabellos de punta; y ante estas palabras horribles, debe uno taparse los oídos; añade aún, para animar a los que juran a que dejen esta costumbre, que el azote no se apartará de su casa, sino que estará siempre llena del daño que les causará; hay que guardarse, pues, según el consejo del mismo Sabio, de tener sin cesar el nombre de Dios en la boca, y de no mezclar en las conversaciones el nombre de los Santos, aunque sólo fuese inútilmente y sin ninguna mala intención, sino únicamente por costumbre; pues no deben pronunciarse los nombres de Dios y de los Santos con irreverencia y sin motivo justo; y nunca sienta bien mezclar en las conversaciones ordinarias, esta clase de palabras: ¡Jesús, María, ojalá, Dios mío!.
Tampoco sienta bien pronunciar ciertos juramentos que no significan nada, como diantre, (pardi, mordi, morbleu, jarni). Esta clase de palabras no deben estar nunca en la boca de una persona bien nacida; y cuando se pronuncia alguna de esta naturaleza ante personas a las que se debe consideración, se pierde el respeto que se les debe. No debe uno excusarse, según el parecer del Sabio, diciendo que no se perjudica a nadie, pues esto no es excusa, dice él, que nos justifica ante Dios.
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Debe, pues, contentarse uno, según el consejo de Jesucristo en el Evangelio, con decir esto es, o no es; y cuando quiere asegurarse alguna cosa, basta utilizar este modo de hablar: ciertamente, Señor; es así; sin añadir nada más.
No se debe tener menos horror de las palabras deshonestas que de los juramentos. No son menos contrarias a la cortesía, y a menudo son más peligrosas. San Pablo, que quiere que los cristianos de su tiempo se conduzcan en toda ocasión con cortesía, les advierte en varios lugares de sus epístolas, que pongan particular empeño en que no salga de su boca ninguna palabra deshonesta, y les manda expresamente que la fornicación no se nombre siquiera entre ellos.
También es faltar al respeto proferir una palabra sucia, y nunca se debe, so pretexto de alegría y buen humor, decir una palabra por poco libre que sea sobre este asunto, aunque fuese para divertir al grupo. Porque, dice san Pablo, si al hablar queremos hacernos agradables a los que nos escuchan, debemos decir algo que sea edificante.
El mismo equívoco, en esta materia, no está permitido; ofende a la cortesía lo mismo que a la honestidad. Lo mismo sucede con las palabras que dan o pueden dar la menor idea o imagen de la deshonestidad.
Si sucediera, que estando en grupo, una persona dijera palabras demasiado libres y que ofenden al pudor por poco que sea, hay que guardarse bien de reír; si se puede, hay que hacer como que no se ha oído y a la vez desviar la conversación. Si no se puede, hay que manifestar, por la gravedad del rostro y el silencio absoluto, que esta clase de conversaciones desagradan mucho.
Bien puede decirse que una persona da a conocer, por este tipo de conversaciones, lo que es en verdad; pues, como dice Jesucristo, la boca habla de la abundancia del corazón. Es, pues, querer pasar por impuro y libertino, proferir palabras sucias y que chocan a la honestidad.
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