Las comidas. Invitaciones a comer. Parte II
Los que llegan una hora o dos antes el tiempo prefijado para la comida, lo trastornan todo en una casa.
Convidados y convites. Invitar a comer
Los convites a una comida se hacen por escrito o verbalmente. En el primer caso, se debe responder en el término de veinte y cuatro horas. Si no se acepta, se debe alegar alguna razón plausible y con toda la urbanidad de que es uno capaz.
No debe el convidado presentarse sino algunos minutos antes de la hora fijada; precepto que es de una obligación severa. Los que llegan una hora o dos antes del tiempo prefijado para la comida, lo trastornan todo en una casa; la sala no está enteramente preparada, las señoras están peinándose y los criados ocupados, y desde luego se incomoda a la persona comisionada para recibir. El llegar demasiado tarde tiene también otros inconvenientes, porque si os aguardan para ponerse a la mesa, la comida se pasa, los intermedios se enfrían, las cremas se vuelven, y veinte convidados hambrientos echan pestes contra vuestra negligencia, haciéndoos responsable de sus dolores de tripas. Si, como suele suceder, se empieza sin que hayáis llegado, seréis un destripa meriendas, precisando a desordenar el servicio, y volver a empezar por vos solo, e interrumpís acaso también una conversación interesante, colocándoos entre una joven y un joven que tenían algunas cosas que decirse. En este último caso, un autor célebre que ha tratado estas graves materias aconseja el huir y no turbar la alegría del festín, y acomodarse a comer solitario en la primera fonda vecina, en donde no se prohíbe dejar sepultadas sus pesadumbres en el fondo de una botella.
Cuando todos los convidados están ya reunidos, y el dueño de la casa los ha presentado recíprocamente, se levanta al anunciarse que está ya pronta la comida, y pasa al comedor, adonde le siguen los demás; cada caballero da la mano a una señora, y sentados que sean, nadie debe levantarse, sino da ejemplo el anfitrión, y así como él ha entrado en la sala el primero no debe salir sino el último. El dueño de la casa sirve en platos colocados en montón a su izquierda la sopa, que hace circular, empezando por los inmediatos de su derecha, después a la izquierda y así sucesivamente, hasta que todo el mundo esté servido; los criados levantan los platos vacíos, sobre los que cada uno deja su cuchara.
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Así como lo hemos dicho en la conversación de Delille y del abate Cosson al principio de este artículo se rompe el pan, se extiende la servilleta sobre las rodillas y se hacen pequeños pedazos las cáscaras de huevo estrujándolas.
El dueño de la casa hace los honores de la comida; pero un caballero colocado al lado de una dama debe ahorrarla todas las incomodidades posibles, echarla de beber, servirla los manjares que son de su gusto, prevenir sus peticiones, y hacerse agradable y útil sin importunidad.
En cuanto a los vinos de intermedio y de postres servidos en vasos particulares, se deben aceptar al principio por urbanidad, y después se debe rehusar, si no se quieren.
Excusado es decir que no se debe comer con ansia, ni beber sin medida, ni dejar tajadas en el plato, ni roer los huesos. Estos elementos nadie los ignora, y es una instrucción solo buena para los niños a quienes se pone en las manos el catón civil.
Si poseéis el arte útil de trinchar, no os apresuréis a manifestarlo, porque es un deber del dueño de la casa y solo debéis ayudarle cuando os lo ruegue. Entonces trinchad con gracia, aseo y prontitud; no hagáis extremos de fuerza, ni toméis jamás una ave en el trinchante para trincharla al aire; esto no es de moda. Estos juegos de destreza son buenos para los que trinchan en una fonda o en una posada.
Hay personas que devoradas de la gana de hablar ocupan a todos con el ruido de su voz. Solo puede sufrírseles durante la primera entrada, porque cubren así el ruido desagradable de los tenedores, platos y cucharas; pero en los postres la conversación toma un giro más animado y alegre, y entonces ya no queda al cuidado del amo de la casa sino saberla dirigir para que sea general. El anfitrión debe olvidarse de sí mismo para no pensar si no en sus convidados; mientras que todos los demás disfrutan de su mesa, él solo vigila en todos y se sacrifica al placer de los demás. Hemos conocido señoras, en tales ocasiones no comer absolutamente en estos convites de etiqueta; pero ya se ha remediado este inconveniente, encargando a los criados el servir el vino, y pasar los platos.
No es bien visto en el anfitrión alabar los manjares que están presentes, ni el vino, ni las frutas, ni los dulces. Debe dejarse este cuidado a los convidados. Tampoco conviene excusarse sobre la mala comida, si en efecto se cree ser mala la que se da, porque en esto no hay conciliación; o no excusarla, o darla mejor. Nuestros abuelos que como dice un poeta,
"Gozaban una vida placentera
con muebles y utensilios de madera"
tenían el uso de los brindis; se bebía a la salud del dueño, y se deseaba con el vaso en la mano un marido a la hija, e hijos a su recién casada. Este alegre uso se va perdiendo en Francia, pero se ha conservado en toda su integridad en Inglaterra, y vuelve ya a aparecer en nuestras mesas con la diferencia de haberle dado un tinte político. Debe observar el dueño de la casa, el que todos sus convidados no serán tal vez de un modo de pensar, y no permitir sino los brindis generales y amistosos.
Después de la comida viene el café que regularmente se toma en otra sala. Al café sucede una charlatanería alegre y animada, mientras se ponen las mesas de juego.
Un convidado debe, a lo menos, una hora después de la comida a la persona que le ha convidado, y si puede disponer de toda la tarde hará muy bien en pasarla entera en su compañía.
"Un caballero colocado al lado de una dama debe ahorrarla todas las incomodidades posibles"
No acaba aquí la obligación del convidado; le queda todavía otra formalidad que cumplir, cuál es una visita llamada la "visita de digestión" y que se hace a los ocho días como una señal de gratitud y prueba de que sea apreciado lo que vale una buena comida; que las vasijas del que convida estaban bien acondicionadas, sus guisados excelentes, y en fin, que sus vinos no estaban adulterados; es decir, que la visita se va a hacer con el objeto de decir que lo pasa uno bien, que ha digerido perfectamente, y que está uno pronto a digerir de nuevo.
- La mesa. Parte I.
- La mesa. Parte II.
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