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Los gestos y acciones urbanas del niño.
De la urbanidad en las maneras de los niños.
Los gestos y acciones urbanas del niño.
Las mejillas tíñalas el pudor natural y biennacido, no afeite ni color postizo.
Pero aun ese pudor ha de atemperarse de tal modo que ni se tuerza en malicia ni traiga consigo dysopían, "recelo" o "timidez" y atontamiento y lo que el proverbio llama cuarto grado de la demencia. Pues hay en algunos que está esa pasión tan poderosamente inserta como para volverlo a uno semejante a quien está fuera de quicio.
Se atempera este mal si el niño se acostumbra a vivir entre los mayores y si se ejercita en representar comedias.
Inflar los carrillos es indicio de soberbia; dejarlos colgantes, de quien pierde el ánimo y desespera; lo uno es propio de un Trasón; lo otro, de Judas el traidor.
La boca ni se la tenga apretada, que es propio de quien teme inhalar el aliento del otro, ni abierta de par en par, que lo es de imbéciles, sino esté compuesta con los
labios besándose entre sí ligeramente.
Poco decoroso es también el ir a cada paso con los labios repulgados haciendo como chasquidos; aunque es cosa que a los magnates adultos, cuando atraviesan por medio de la turbamulta, hay que consentírselo: pues a ésos todo les es decoro: nosotros estamos formando a un niño.
Si por ventura apretare el bostezo y no se ofreciere modo de desviarse o retirarse, con un pañuelo o con la palma de la mano cúbrase la boca, sígnesela luego
con la seña de la cruz.
Reírse a todos los dichos o hechos que surjan es de tontuelos; no reírse a ninguno, de estúpidos. A los dichos o los hechos obscenos es perversidad reírles.
La carcajada y aquella inmoderada risa que sacude todo el cuerpo, a la cual por ello llaman los griegos synkrúsion "contrachocante", para ninguna edad es decorosa, cuanto menos para la niñez. Contra decoro es asimismo aquello de que algunos al reírse lanzan un relincho.
Poco decorosa también aquella risa que estira a todo lo ancho la raja de la boca, replegándose los carrillos y desnudándose los dientes, que es risa perruna, y se llama también sardónica.
Exprese el rostro la hilaridad de tal manera que ni afee la traza de la cara ni arguya un espíritu disoluto.
De necios son aquellas frases de "Me deshago de risa", "De risa estallo", "Me muero de la risa". Y si se presentare alguna cosa a tal punto risible que, aun contra voluntad de uno, le arranque una risa de ese orden, con la servilleta o con la mano debe cubrirse el rostro.
Reírse uno solo o por ningún motivo manifiesto, bien se atribuye a necedad o bien a demencia. Con todo, si algo de eso le hubiere ocurrido a uno, de urbanidad será manifestarles a los otros el motivo de la risa, o si no juzga uno que deba revelarse, aducir algún motivo inventado, no vaya alguien a sospechar que es por él la risa.
Oprimir con los dientes de arriba el labio inferior es descortés, pues es esa mueca de quien amenaza; del mismo modo que morder el de arriba con los inferiores.
Ítem más, andar a cada paso con la lengua alrededor lamiendo los bordes de los labios es impropio. El estar con los labios un tanto repulgados y como dispuestos para el beso, pinturas de alemanes nos muestran que se tuvo antaño entre ellos por halagador. Reírse de alguien estirando la lengua para fuera es cosa de bufones.
Escupe volviéndote de lado, no vayas a escupir sobre alguno o salpicarle. Si algo un tanto gargajiento se hubiere arrojado a tierra, refriéguese, como ya he dicho, con el pie, no vaya a darle a alguno náuseas. Si eso no es dado, recoge el esputo con un pañuelo.
Sorberse la saliva es descortés, así como lo es aquello que a algunos, no por necesidad, sino por usanza, vemos hacer, escupir a cada tres palabras.
Algunos, indecorosamente, emiten de vez en vez una tose-cilla mientras están hablando, y ello no por necesidad, sino de costumbre: tal acción es propia de quienes mienten y van, al paso que dicen, inventando qué van a decir.
Otros, también con poco decoro, a cada tres palabras eructan, cosa que si desde los tiernos años viniere a hacerse hábito, queda fijo también para la edad más avanzada.
Lo mismo ha de opinarse del carraspeo, con las palabras con que Clitifón, el personaje de Terencio, se ve criticado de su siervo.
Si la tos aprieta, guarda de toserle a alguien en la cara; y lejos vaya de nosotros la inepcia de toser más claro que lo que natura pida.
Para vomitar, retírate a otro sitio. Pues vomitar no es deshonroso; pero por glotonería provocar el vómito es monstruoso.
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