Las lecturas y la urbanidad. Parte III.
Los mejores libros, considerándolos desde el punto de vista que nos ocupa, son indudablemente los libros de viajes.

Las lecturas. ¿Qué hora es la mejor para leer?
Pero los mejores libros, considerándolos desde el punto de vista que nos ocupa, son indudablemente los libros de viajes; la moda, la necesidad de una educación completa, la consagración del arte como soberano universal y el gusto del público, han hecho en poco tiempo una transformación saludable en el libro de viajes. Los antiguos no son malos ni mucho menos. ¿Quién no recuerda con deleite las abigarradas y calmosas diligencias, rellenas de tipos eminentemente cómicos unos, interesantes otros, que pintó de mano maestra Fray Gerundio de Campazas?
Los viajes de Edmundo de Amicis, pletóricos de observaciones delicadas y sutiles, como aquella exactísima de que nuestros toreros, cuando van a decir algo, se miran la punta de los pies antes de pronunciar la primera palabra, dan al espíritu una exquisitez admirable, avivan los ojos de la inteligencia y enseñan a buscar en el mundo, sensaciones completamente nuevas. Pero el libro de viajes de hoy es otra cosa; no es menos espiritual, pero si más educativo.
El autor nos lleva de la mano cariñosamente a contemplar las maravillas de los países que visita; con la magia de su lenguaje ferviente y entusiasta, pone ante nuestros ojos, quebrado y descompuesto, el misterio de la estética; comenta la factura, desentraña el símbolo, idealiza o realiza, y al final de su tarea meritoria ha conseguido universalizar la sensación, distribuyendo entre todos los sentidos los deleites de que antes solo gozaban la imaginación o la memoria.
Si a estos goces psicológicos que el libro de viajes proporciona se une la medida de su utilidad material y el ridículo que evita al que sirve entre gente que ha viajado mucho, hoy que esto es cosa fácil, se nos concederá derecho a rogar a la juventud que le conceda un lugar y una atención preferentes.
Antes de dar por concluído este artículo, no estará de más el que consignemos una contestación correcta para una pregunta que se ha repetido con gran insistencia:
¿Debe la juventud leer la prensa?
"Para tener de la vida el concepto verdadero, nada más útil que la lectura de los periódicos"
Indudablemente, si; el apremio con que el periodista tiene que realizar su trabajo hace que éste carezca, por lo general, de condiciones educativas, que su forma se aligera y débil y su fondo se alcance con los dedos; pero suministra, en cambio, otra clase de educación nada despreciable. La prensa es la crónica de la vida cotidiana, y en general la refleja con exactitud, porque no hay tiempo para que sobre su noción operen los cinceles de la reflexión y el comentario; luego para tener de la vida el concepto verdadero, nada más útil que la lectura de los periódicos, teniendo siempre cuidado de apartar el espíritu de todos los prejuicios de escuela, secta, facción o partido. Además, en política, en la literatura, en arte y en otras mil derivaciones de la actividad humana, hay siempre noticias cuya ignorancia es de muy mal tono, y de quien la padece se suele pensar que su vanidad le lleva a mirar con desdén estúpido cuanto no emana de sí mismo.
Para terminar, apuntaremos algunos consejos higiénicos.
Debe, ante todo, desterrarse la funestísima costumbre general de leer en la cama; la conformación del globo del ojo, la posición especial de la retina y el nervio óptico no están en condiciones de funcionar cuando está el cuerpo decúbito lateral o supino. En estas posturas, además, funciona el cerebro trabajosamente, porque los líquidos que bañan sus lóbulos, en cualquier posición que conserve la cabeza erguida, se acumulan en un lado, y como dejan enjutas algunas células, el pensamiento de las facultades es incompleto.
La mejor luz es la del día, cuidando siempre de buscarla de lado, pues además de ser la que produce menos cansancio, da muy buenos efectos a las letras y a las figuras. A esta luz lateral se deben en gran parte las maravillosas creaciones de Velázquez y Rembrandt.
La luz de gas, cuando no la ha suavizado algún procedimiento mecánico, hiere los párpados y decolora las pestañas; la luz de aceite ataca a la membrana esclerótica. Entre todas las luces artificiales, la mejor es la eléctrica, sin que con esto afirmemos que pueda considerarse como inofensiva.
El libro o el papel deben tenerse a una distancia regular de los ojos; muy cerca, produce la miopía; muy lejos, la presbicia.
Las mejores horas para la lectura son las de la mañana después del desayuno, que robustece la memoria, y del tocado, que aviva y despeja los sentidos.
En ningún caso nos debemos entregar a la lectura durante los períodos digestivos; cualquiera tarea cerebral en estos momentos podría producir una congestión.
- Las lecturas y la urbanidad. Parte I.
- Las lecturas y la urbanidad. Parte II.
- Las lecturas y la urbanidad. Parte III.
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