
El juego. Reglas de urbanidad.
Siempre la juventud, en los pueblos, se ha divertido a sus anchas y pocas veces en sus juegos se han lamentado percances de importancia.
El juego.
Indispensables son para la vida los juegos y diversiones. El niño, el joven y el viejo, el hombre de negocios y el santo, toman recreos para descansar y reponerse. San Juan, el discípulo amado, jugaba con una perdiz que le acompañaba en sus viajes; San Francisco de Asís, jugaba con sus pajaritos, corderos y niños que había en la plaza. Todos conocemos la vida de San Antonio.
Distintos son los juegos en las ciudades y en los pueblos, sobre todo entre la juventud.
La juventud del pueblo, brinca, salta, corre, realiza juegos pesados, y hasta peligrosos; por algo es: "La manifestación de la libre actividad física o intelectual". "El ejercicio preparatorio para la vida seria" ...
Siempre la juventud, en los pueblos, se ha divertido a sus anchas y pocas veces en sus juegos, en realidad fuertes, se han lamentado percances de importancia.
Más peligrosos son los juegos encerrados; por eso los jóvenes de los pueblos mayores han perdido la jovialidad de su edad, haciéndose viejos caducos, absortos en el negocio del juego.
¿Qué alegría puede haber en un joven que ha perdido sus dineros? ¿Ganaré mañana? Si pierdo ... ¿de dónde sacar el dinero para seguir jugando? Preocupaciones todas que roban la tranquilidad del más fuerte. Joven, diviértete, juega sin molestar a nadie, pero que tus diversiones no cuesten dinero.
El juego de dinero marca bien los grados de educación.
"Mejor el juego por diversión que por dinero"
Tres son las reglas generales del juego:
1º. Saber ganar sin demostrar excesiva alegría.
2º. Saber perder sin enfadarse; y
3º. No hacer trampas ni en broma.
Las dos primeras son fundamentales. La tercera, no. La segunda es muy difícil de observar, y a este propósito recuerdo a un hombre de mundo; al ponerse a jugar decía: "Recemos un Padrenuestro, para que Dios conceda paciencia al que gane, para sufrir al que pierda" ...
Hay jugadores que tienen la manía de pedir consejo a los que los rodean. Tenemos que darnos cuenta que nuestro adversario ha empezado la partida con nosotros y nadie más. El que no sepa jugar, debe abstenerse. Alguna vez se invita a un tercero, que apenas sabe jugar, para poder hacer partida, y éste, por cortesía, se ve obligado a aceptar la invitación. En este caso debe ayudarle quien esté demás, ya que el juego toma carácter de entretenimiento.
No discutiremos mucho las jugadas aunque llevemos razón. Si jugamos a los naipes, dejaremos la baraja en la mesa para que corten, no la tendremos en la mano como si nos faltara tiempo. Es ridículo comentar demasiado las peripecias del juego, su mala suerte, el increíble naipe del contrincante, etc., etc.
Quien no juegue puede atender al juego de los otros, pero no servir de censor, ni interesarse por uno u otro jugador. Quien se mezcla en el juego de los demás, siempre molesta a los jugadores. En estos pueblos de Tierra de Campos, hay un adagio que dice: "Los mirones den tabaco".
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