El inestimable valor de la amistad.
Debemos benevolencia a todos los mortales; pero no debemos elevar la benevolencia al grado de amistad sino respecto de aquellos que merezcan ser estimados por nosotros.
El inestimable valor de la amistad.
Además de los padres y de los otros consanguíneos, amigos que más inmediatamente te dio la naturaleza, y además de aquellos maestros que, habiendo especialmente merecido tu estimación, llamas con placer amigos tuyos, te acontecerá sentir particular simpatía hacia otros, cuyas virtudes te serán menos conocidas, sobre todo hacia jóvenes de edad igual o poco diferente de la tuya.
¿Cuándo deberás ceder a esa simpatía, o cuándo reprimirla? No es dudosa la respuesta.
Debemos benevolencia a todos los mortales; pero no debemos elevar la benevolencia al grado de amistad sino respecto de aquellos que merezcan ser estimados por nosotros. La amistad es una fraternidad, y en su mas alto sentido es el bello ideal de la fraternidad. Es una concordia suprema de dos o tres almas, nunca de muchas, que llegan a ser como necesarias unas a otras; que han encontrado una en otra la mayor disposición para comprenderse, para auxiliarse, para interpretarse noblemente, para estimularse al bien.
"De todas las sociedades, dice Ciceron, ninguna es más noble, ninguna más firme que cuando hombres buenos son de costumbres semejantes y están unidos por familiaridad". Omnium societatum nulla praestantior est, nulla firmior, quam cum viri boni moribus similes sunt, familiaritate conjuncti. (De Off., 1. I, c. 18).
No deshonres el sagrado nombre de amigo, otorgándole a hombre de ninguna o poca virtud.
El que aborrece la Religión, el que no tiene sumo cuidado de su dignidad de hombre, el que no siente el deber de honrar a su patria con el buen juicio y el buen proceder, el que es hijo irreverente y mal hermano, aun cuando fuese el más admirable de los hombres por la gracia de su aspecto y de sus modales, por la elocuencia de su palabra, por la multiplicidad de sus conocimientos, y aun por algún brillante ímpetu hacia las acciones generosas, ese nunca sea tu amigo. Aun cuando te mostrara el más vivo afecto, no le otorgues tu familiaridad; solo el hombre virtuoso tiene cualidades para ser amigo.
Antes de reconocer a alguno por virtuoso, la sola posibilidad de que no lo sea basta para tenerle con él en los límites de una general cortesía. El don del corazón es cosa demasiado alta; darlo inconsideradamente es culpable imprudencia, es indignidad. El que se enlaza con perversos, se pervierte, o al menos hace reflejar sobre sí mismo la infamia de aquellos.
¡Pero dichoso aquel que encuentra un buen amigo! Abandonado a sus propias fuerzas, languidecía a veces su virtud; lo esfuerzan en esos casos el ejemplo y los aplausos de su amigo. Acaso se acobardaba antes, viéndose inclinado a muchos defectos, y careciendo de la conciencia de su propio valor; la estimación del hombre, a quien ama, le realza a sus propios ojos. Se avergüenza secretamente de no poseer todas las prendas que la indulgencia del otro le supone, pero siente crecerle el aliento para trabajar en corregirse. Se alegra que sus buenas cualidades no se escapen al amigo; se lo agradece; ambiciona adquirir otras, y he aquí que, gracias a la amistad, avanza acaso vigorosamente hacia la perfección un hombre que andaba lejos de ella, y que lejos se habría quedado para siempre.
No te esfuerces en buscar amigos. Mejor es no tener ninguno que tenerse que arrepentir de haberlos elegido con precipitación. Pero cuando hayas encontrado uno, hónralo con elevada amistad.
Este nobilísimo afecto fue sancionado por todos los filósofos, está consagrado por la misma Religión.
Encontramos hermosos ejemplos en la santa Escritura. "El alma de Jonatás se apegó a la de David... Jonatás le amó como a su misma alma...". Pero lo que es más, la amistad fue consagrada por el mismo Redentor. Tuvo sobre su pecho la cabeza de Juan que dormía, y desde la cruz, antes de espirar, pronunció estas divinas palabras, llenas de amistad y de amor filial: "Madre, ¡he ahí a tu hijo! Discípulo, ¡he ahí a tu madre!".
Yo creo que la amistad (entiendo la elevada, la verdadera amistad, la fundada sobre una grande estimación) es necesaria al hombre para retraerlo de las malas tendencias. Ella da al alma cierta cosa de poético, de sublimemente fuerte, sin lo cual difícilmente se eleva sobre el cenagoso terreno del egoísmo.
Pero cuando has concebido y prometido amistad, estampa bien en tu corazón que sus deberes. ¡Son muchos! ¡son nada menos que hacerle toda la vida digno de tu amigo!
Algunos aconsejan no ligar amistad con ninguno, porque ocupa demasiado los afectos, distrae el espíritu, y produce celos; pero yo sigo a un excelente filósofo, San Francisco de Sales, el cual en su Filolea, llama a esas palabras "un mal consejo".
Concede ese Santo que puede ser prudencia en los claustros el impedir las aficiones parciales, pero en el mundo es necesario, dice, que los que quieren militar bajo la bandera de la cruz se unan... Los hombres que viven en el siglo, donde tantos son los pasos arduos que hay que vencer para llegar a Dios, son semejantes a aquellos viajeros que en las sendas fragosas y resbaladizas se asen unos a otros para sostenerse, para caminar con mas seguridad.
Puesto que se mancomunan los malos para hacer el mal, ¿no deberán mancomunarse los buenos para hacer el bien?
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