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El juego es, como la mesa, una piedra de toque de la educación.

Del juego.
El juego es, como la mesa, una piedra de toque de la educación. El amor propio ejerce en él un imperio tan absoluto, que es muy fácil que dejándonos arrastrar por él, nos conduzca a cometer las mayores groserías.
El hombre siempre debe saber dominarse en sociedad; pero nunca tanto como cuando su amor propio está estimulado, porque éste coloca una venda delante de los ojos, que no nos deja ver el deber y la razón, y cuando ésta consigue quitárnosla, nos avergonzamos de lo que hemos hecho sin premeditación.
El juego tiene una etiqueta que le es enteramente peculiar; y consiste en todas aquellas finas y generosas demostraciones que se hacen entre si las personas que juegan, por medio de las cuales demuestran que solo se entregan a esta diversión por pasar el rato.
El que juega necesita aparentar ante todo una calma inalterable, que no se convierta en alegría pueril cuando vence, ni en un ridículo despecho si la suerte no le es propicia.
Al ponernos a jugar demos por hecho que hemos de perder, y así no nos sorprenderán ni enojarán nuestras pérdidas. Es muy risible ver a personas que han empezado a jugar con mucha algazara y contento, y se van volviendo mustias y taciturnas a medida que van experimentando contrariedades, y aun se muestran más mezquinas aquellas en quienes alternan los sentimientos de la tristeza y alegría, según se les muestra próspera o adversa la fortuna.
Cuando juegan señoras y caballeros aun debe ser mayor la urbanidad y finura que reine en el juego.
Los caballeros han de guardar con respecto a las señoras mil delicadas atenciones, y éstas por su parte no abusar en manera alguna de las contemplaciones debidas a su sexo.
Al distribuir los naipes en un juego carteado, los caballeros no arrojan jamás sobre la mesa los que correspondan a las señoras y para que ellas los levanten, sino que se los presentan atentamente. Igual obsequio tributarán a otro caballero que merezca consideración, y más finos y amables serán si lo hacen así con todos.
Las discusiones que suelen suscitarse en el juego, no toman jamás entre gente bien educada un carácter de seriedad e importancia que pueda elevarlas al grado de altercados, y cuando no pueden resolverse prontamente por la fuerza de la razón, el inferior cederá cortésmente al superior y el caballero a la señora.
Cuando se juega, es preciso mostrar el espíritu tan desembarazado del mezquino interés de la ganancia, que estemos en disposición de alternar con las personas que no toman parte en el juego. Este ha de ser considerado solo como un puro pasatiempo, y el mostrarse preocupados y absortos en las jugadas, es darle una importancia que no merece.
Jugando con indiferente calma no se excita el amor propio, y éste es un medio de no ceder a sus instigaciones.
Cuando en una misma reunión se entreguen los concurrentes a diversas clases de diversiones, no demos toda la noche al juego, pues sobre mostrar que estamos dominados por el más feo de los vicios, haríamos alarde de indiferente despego hacia el resto de la sociedad.
Generalmente, así que se arma la mesa de juego, la señora de la casa toma tantas cartas como jugadores se necesitan para cada juego, y las presenta, empezando por la persona a quien más honra. Aceptar una carta es comprometerse a jugar.
La señora de la casa juega muy rara vez, a no ser que haya poca concurrencia, mas cuando juega, no se puede rehusar la partida, a menos de que no se sepa manejar las cartas.
Antes de empezar los juegos carteados, es menester arreglarlos. Proponer que se juegue muy bajo es exponerse a ser tachados de mezquindad, y proponer el jugar muy fuerte, es también dar lugar a que nos conceptúen apasionados al juego o avarientos. Así es mejor consultar a los compañeros.
Las señoritas nunca juegan, a menos que no se les propongan juegos de poca importancia, como a la veinte y una, la lotería, etc.
Cuando se empieza la partida se saluda con una pequeña inclinación de cabeza a las personas con quienes se juega. Los caballeros tienen cuidado de reunir las cartas al fin de la partida, y presentarlas a la señora a quien toque barajar.
Lo mismo que en el baile, los que no saben no deben tomar parte en el juego, porque esto sirva de molestia a los demás. Como no saben qué partido tomar, piden consejos y hablan con los que no juegan.
Enseñan sus cartas a sus consejeros, los cuales, so pretexto de guiarles, echan ojeadas sobre el juego de los que están más inmediatos, y destruyen así las mejores jugadas, convirtiendo la diversión en disgusto.
- El juego en sociedad. I.
- El juego en sociedad. II.
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