El cuidado de la casa, y su propio cuidado.
Una persona distinguida sabe en el interior de la casa, dentro de la intimidad y la confianza, guardar las reglas del buen tono.
En el interior de la casa.
Una vez que hemos examinado cuanto las reglas de la sociedad exigen en sus relaciones con ella, veamos lo que la distinción y talento de la mujer reclaman para el interior del hogar.
Es triste, tristísimo, ese concepto de la vida que hacer guardar la buena vajilla para los convidados, la ropa elegante para la calle y la gracia y amabilidad para prodigarla a los extraños.
Sin duda que a las personas que tratamos en sociedad les debemos mucha consideración, pero no más que la que debemos a las personas de nuestra familia y a nosotros mismos.
Una persona distinguida sabe en el interior de la casa, dentro de la intimidad y la confianza, guardar las reglas del buen tono.
Hay además otra poderosa razón de egoísmo que aconseja a las mujeres no olvidar nunca los detalles de la corrección en el interior de la casa; la elegancia que da el hábito y la costumbre de obrar correctamente.
La existencia de la mujer, en general, se divide en dos fases muy distintas: antes del matrimonio y después de él.
En la primera parte de su vida, la joven se esfuerza por ser grata al amado, despliega todas sus seducciones, su gracia física, su talento. Va, en una palabra, a la conquista de un marido.
La gran dificultad no consiste en encontrarlo, sino en conservar después su amor.
"El orden es fundamental dentro de una casa"
La mujer casada, necesita una gran suma de dulzura, paciencia, indulgencia, igualdad de humor, prudencia, orden y economía.
No es esto, con ser tanto, todo lo que se necesita. La mujer ha de conservarle la ilusión; es preciso que aparezca siempre bella, elegante, distinguida, con deseo de agradar, y que sepa guardar el respeto dentro de la confianza, para que siempre tenga las fórmulas sociales y sea el enamorado que le lleve flores y blondas.
Una mujer, por buena que sea, si se muestra siempre descuidadamente a su marido, acaba por perder para él los encantos.
Verla desde por la mañana sin corsé, despeinada, en desorden, mezclándose en las mil pequeñeces domésticas, regañando y aburriendo al marido con una insulsa charla, parecerá exagerado, pero es el origen de la desgracia de muchos matrimonios.
Así, pues, la mujer necesita en el hogar una discreción suma para no caer nunca en la vulgaridad.
Su primer cuidado consistirá siempre en el buen orden que debe rodear al esposo en todo; ella cuidará su toilette, siempre elegante y atractiva, sabrá sacrificar sus preocupaciones para hablarle de lo que a él le interesa, discutir sus asuntos, entretenerlo con lecturas o una amena conversación desprovista de cosas enojosas y vulgares.
Después, cuando el marido va a su trabajo, la mujer se ocupa de las cosas de su casa, evitándole la contemplación de sus quehaceres.
Y aun después de todo esto, la mujer ha de dedicar una parte a la vida de sociedad, rodearse de un círculo de amigos escogidos, donde el esposo se sienta dichoso, y acompañarlo al teatro o al paseo, sin dispensarlo de que vaya con ella a las visitas y cumplir los deberes de sociedad, en los cuales no ha de ser tampoco demasiado pródiga.
La mujer española es por excelencia buena para el hogar. Afable, modesta, de espíritu delicado, dulce y atrayente, necesita solo un poco de cuidado para evitar el escollo del abandono y ser reina de su casa.
Es un arte imposible de explicar el que necesita desplegar la mujer: educadora y protectora de sus hijos, amiga y compañera del marido, directora del hogar, es el centro que esparce en todos su dulce influencia beneficiosa.
En la vejez, la mujer distinguida es siempre joven, porque conserva el espíritu vivo y encantado, la dulzura, la indulgencia, la gracia de la bondad y los sentimientos para ser amada y respetada de todos.
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