Cortesía de los súbditos para con los Magistrados. II.
El respeto a los magistrados favorece la obediencia a las leyes y esto trae el beneficio público.
La cortesía de los súbditos para con los Magistrados.
Desenvolviendo la idea del magistrado hasta el punto que es necesario al presente argumento, reconoceremos fácilmente los actos de cortesía que se le deben, y los extremos que deben evitarse. El magistrado es un hombre que legítimamente manda en beneficio del público, por lo cual se le deben las consideraciones que se deben a los demás hombres y que no es necesario repetir nuevamente, y además se le deben los actos que manifiestan en él superioridad de poder benéfico, y en nosotros los correspondientes respeto y agradecimiento. Los extremos en que en esta parte pecan los usos de los pueblos, son el espíritu servil y abyecto, y el desprecio y la revuelta.
De la misma manera que el respeto a los magistrados favorece la obediencia a las leyes y esto trae el beneficio público, así en todos tiempos se procuró a los magistrados una suma de apariencias deslumbradoras, de comodidades y de exterioridades tales, que la idea del magistrado, sin separarse de la idea de la naturaleza humana, apareciera más grande, y por decirlo así más brillante a los ojos del pueblo, el cual para juzgar necesita sensaciones. Por otra parte, siendo el respeto para los magistrados un sentimiento agradable que aligera el peso de sus fatigas, dispone su ánimo a soportarlas para merecer aquél y aumentarlo. Con el objeto de hacer respetable la idea del magistrado, en muchos países fueron siglos atrás excluídos de todas las magistraturas los que desempeñaban oficios sucios, y como la excesiva familiaridad disminuye la obediencia del lugar donde residen los magistrados fueron proscritas ciertas acciones, actitudes, apariencias que si bien lícitas en sí mismas parecían amenguar, por lo familiares, el respeto.
"El magistrado es un hombre que legítimamente manda en beneficio del público"
Mil usos de los pueblos europeos tienden a lisonjear el amor propio de los magistrados sin grave incomodidad de los ciudadanos; muchas fiestas públicas no se comienzan sino cuando se presenta el soberano; los aniversarios de su nacimiento, de sus victorias, de sus más benéficas leyes son celebrados con iluminaciones y con otras públicas demostraciones de regocijo. Como el magistrado no deja de ser hombre, y por lo mismo está sujeto al orgullo en razón del poder, debe considerarse cual acción descortés oponerse a sus ideas, cuando no son nocivas al público, y al mismo tiempo imprudente si la oposición puede dañar al opositor.
Cuando más menguado es el talento de un magistrado, más consideraciones se deben a la irritabilidad de su amor propio, porque el esfuerzo de atribuir a otros nuestros errores crece en razón de nuestra imbecilidad. En tales casos es menester anunciar la cosa de modo que uno mismo parezca causa del error, sin que pueda en razón sernos atribuída. Cuando el famoso general Landon fue batido por el rey de Prusia por haber variado de posición en virtud de las órdenes recibidas del feld-mariscal Daun, le escribió a este el siguiente parte: "Tengo el honor de participar a V.E. que he sido batido en la posición que V.E. me ordenó que tomara".
El respeto y la cortesía para con el magistrado no quitan a los ciudadanos el derecho de inculcarles aquellas máximas que pueden desagradarles y cuyo quebrantamiento perjudica al público. Así es que cuando Luis XIV se empeñaba en convertir a los protestantes de Francia, no por medio de la persuasión sino a la fuerza, Fenelon y Bossuet le dijeron: que ningún poder humano tiene fuerza sobre la voluntad del corazón; que la violencia, lejos de persuadir, no hace más que hipócritas y que procurar a la religión prosélitos de esa clase, no es protegerla, sino envilecerla.
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