La cortesía como forma de participación social. II
En la tradición occidental, se habían admitido dos vías de participación social complementarias y simultáneas: la que tenía lugar por vía de tradición y la vinculada a la creación del orden político
Sociedad y cortesía
La cortesía como forma de participación social
En efecto, los dos representantes de la filosofía clásica citados nunca hubieran suscrito la siguiente afirmación roussoniana: "El aderezo no es menos extraño a la virtud que lo son la fuerza y el vigor al alma. El hombre de bien es un atleta al que le gusta combatir desnudo; desprecia todos esos viles adornos que le estorban para la utilización de sus fuerzas y la mayoría de los cuales sólo han sido inventados para ocultar alguna deformidad". Y menos aún esta otra: "Cuanto más se corrompe el interior, más se compone el exterior; es así como el cultivo de las letras engendra insensiblemente el civismo. El gusto nace también de la misma fuente. [...] Serán, si se quiere, el suplemento de la virtud, pero nunca se podrá decir que sean la virtud y rara vez se asociarán con ella".
La razón de lo anterior, sostiene además Rousseau, es que "la sociedad no ofrece a los ojos del sabio otra cosa que un conglomerado de hombres artificiales y de pasiones ficticias que [...] no tienen ningún verdadero fundamento en la naturaleza". Lo que parece ponerse en cuestión, por tanto, es una realidad afirmada por la filosofía clásica -la continuidad entre naturaleza y cultura- en la que se funda toda posible armonía entre la dimensión individual y la dimensión social del ser humano.
Afirmar que Rousseau negó que fuese posible construir un orden cultural fundado en el orden natural -una idea que, sin embargo, más tarde ha tenido y hoy tiene muchos adeptos- sería falsear su pensamiento. Lo que sí parece evidente es que intentó crear una nueva continuidad entre ambas realidades, basada en principios muy diferentes de los adoptados hasta entonces por la tradición cultural europea. En lo relativo al asunto que aquí nos ocupa, el punto de referencia debe ser el Emilio, donde se propone un modelo de educación en el que lo cultural tiende a reducirse a lo natural, dando por sentado que lo único real es la existencia de individuos cuyo dinamismo hay que evitar obstaculizar.
Por lo demás, lo social -que es concebido como algo artificial- es visto como el origen de dichos obstáculos, por eso Emilio es aislado de la sociedad y se educa al margen de ella. De aquí a la negación del valor de las normas sociales no hay más que un paso, que Rousseau no dio, pero sí otros muchos después de él. No obstante, Emilio, "por tener un alma tierna y sensible, pero que no juzga nada por rendir tributo a la opinión, aunque le guste complacer a los demás, cuidará poco de distinguirse por tal motivo". Nada se dice, sin embargo, acerca de por qué alguien que no tiene el hábito de convivir con los demás y está acostumbrado a seguir sus propios dictados, va a ser afectuoso y tratable, tal y como se sostiene después. Todo se fía a la benevolencia innata que la educación negativa trata de preservar.
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A los efectos que aquí nos interesan, la consecuencia de lo que hemos expuesto es una drástica reducción del concepto de participación social, tal y como éste había sido concebido hasta entonces. En la tradición occidental, se habían admitido dos vías de participación social complementarias y simultáneas: la que tenía lugar por vía de tradición y la vinculada a la creación del orden político. En efecto, desde el momento en que todo individuo nace y vive en el seno de una comunidad humana, se ve afectado por una forma de participación social que tiene carácter constitutivo, en la medida en que determina una parte de su ser. Ahora bien, por hallarse naturalmente integrado en una comunidad, todo hombre influye en ella con sus actos, con lo que ejerce otra forma de participación social de tipo constituyente.
No parece que Rousseau niegue ninguna de estas dos vías de participación social, pero tal vez sí que su origen sea simultáneo. Da la sensación de que lo que se propone en el Emilio es educar al margen de la sociedad a los ciudadanos que más tarde construirán -de manera espontánea y sin necesidad de numerosas y sutiles leyes [El Contrato social, IV, 1]- la comunidad humana perfecta.
El objetivo es conciliar dos objetivos en apariencia incompatibles: salvaguardar plenamente la libertad de elección del individuo y construir una sociedad cohesionada. En efecto, según El Contrato social [II, 12], el individuo debe tener la máxima vinculación posible con el cuerpo social pero sin perder un ápice de su independencia personal. ¿Cómo lograr tal cosa? Lógicamente, manejando los principales resortes de la vida social, en concreto las leyes escritas y las costumbres -cuya necesidad y utilidad no se niega-, pero sobre todo influyendo en la opinión de los ciudadanos, pues la persuasión racional es la más sólida y la única plenamente libre.
Esta tendencia a colocar los hábitos y los usos sociales -en lo relativo a su importancia y a su legitimidad- muy por debajo de las convicciones personales, típica del pensamiento ilustrado, es muy evidente en Rousseau -a pesar de que éste asuma en teoría las ideas de Montesquieu al respecto-, y no dejará de acentuarse a lo largo de la modernidad. Pero en verdad es difícil que las costumbres conserven su antiguo vigor si se erosiona su fundamentación teórica y se sospecha sistemáticamente de ellas. Ésa es una derivación natural del germen de individualismo ínsito en la modernidad, cuyas consecuencias parece obligado prever y corregir en alguna medida.
Lo hasta aquí expuesto es coherente con los principios de los que se ha partido, pero resulta extremadamente artificioso si se asumen otros, sobre todo si se sostiene que lo natural es lo que la historia parece avalar, a saber: que los hombres han sido siempre educados en el seno de comunidades, más o menos perfectas, pero comunidades al fin y al cabo, motivo por el cual no hay modo de disociar las dos formas de participación social a las que nos venimos refiriendo. Ello plantea un grave problema que Rousseau tiende a minusvalorar: cómo hacer compatible una educación que pretende crear un nuevo hombre con la persistencia de un mundo corrompido, o al menos muy imperfecto. Se trata, además, de un asunto que preocupó -y mucho- a los educadores de los siglos XVII y XVIII, incluido el propio Locke, empeñados como estaban en compaginar dos realidades tan contradictorias como el "internado" y el "mundo".
La solución tradicional a dicho problema pasaba seguramente por una especie de desengaño controlado del alumno al final de su formación escolar. No parece que con Emilio pueda hacerse algo parecido, puesto que ha de conservar intacta su inocencia para poder cambiar un mundo corrompido, sin admitir ningún tipo de transacción que le haga perder su independencia. "Emilio -afirma Rousseau- no será en absoluto como el resto de la gente; Dios le libre de que nunca lo sea. [...] Emilio será, si se quiere, un amable extranjero". En consecuencia, se le podría aplicar el siguiente texto, dirigido a un joven que se inicia en el "mundo":
"Os compadezco [...] por haber entrado en él sin conocerlo, y lo que es aún peor, creyendo que es totalmente distinto de lo que es. [...] Creísteis hasta ahora que no hacía falta sino tener mérito para elevarse en el mundo. Sin excepción, los diversos maestros de entre cuyas manos habéis salido no se han empeñado, por así decirlo, sino en inculcaros esa opinión. [...] Tal persuasión era muy adecuada para vos en aquel momento. [...] Pero cuando dejásteis a tales maestros para entrar en el mundo, si hubieran querido cumplir plenamente con su deber, debieran haber tenido con vos una forma de hablar totalmente distinta. Debían haberos enseñado lo que tenías necesariamente que adivinar".
Ahora bien, ¿por qué instruir en las argucias de la vida social a quien se inicia en ella? El argumento más plausible y el más profundo es que sería un suicidio ingresar en una sociedad -aunque sea para cambiarla- sin conocer cómo funciona y aprender a desenvolverse en ella.
Sin embargo, a Rousseau no parece impresionarle en absoluto tal objeción, pues exclama: "¡Nos hacen mucho misterio del comercio del mundo; como si en la edad en que se adquiere tal costumbre no la contrajésemos de manera natural, y como si no fuese en un corazón honrado donde hay que buscar sus primeras leyes! La verdadera politesse consiste en mostrar benevolencia a los hombres; se manifiesta sin dificultad cuando existe". Y más adelante añade con audacia: Emilio, "examinando en el mundo a los hombres a través de sus costumbres del mismo modo en que antes los había examinado en la historia a través de sus pasiones, tendrá muchas ocasiones de reflexionar acerca de lo que complace o desagrada al corazón humano. Ya lo tenemos filosofando sobre los principios del gusto, y ése es el estudio que le conviene en esta etapa de su vida".
- La cortesía como forma de participación social
- La cortesía como forma de participación social II
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