Protocolo para quienes no quieren Protocolo.
La diplomacia tiene que improvisar nuevos usos ante la actitud de algunos mandatarios de naciones que eluden las reglas tradicionales.
Nuevos estilos en las relaciones exteriores.
La diplomacia tiene que improvisar nuevos usos ante la actitud de algunos mandatarios de naciones que eluden las reglas tradicionales.
Una corriente iconoclasta arrastra la celebración de efemérides, actos solemnes, ofrendas y celebraciones nacionales.
Comienzan a practicarse estilos de relaciones exteriores poco acomodados con los usos tradicionales en la sociedad internacional. Son criterios de nuevos mandatarios dispuestos a reducir o eliminar usos y costumbres tradicionales de sus propios países, principalmente en América.
Estas acciones abundan en la eliminación de usos propios, como prescindir de ceremonias, escoltas y resguardos de honor, celebraciones, efemérides y todo tipo de actos simbólicos que se consideran innecesarios en sentido de la modernidad que algunos acaban de inventarse o descubrir.
Apunta Vidal y Saura, en su célebre Tratado de Derecho Diplomático que el ceremonial público es "la cortesía de los estados y también la expresión de la conveniencia". Y añade que, aunque las faltas que contra él se cometen no tienen las consecuencias desagradables de antaño (incluso la guerra), hay que cuidarlo, para evitarse problemas innecesarios entre las naciones. Las tradiciones constantes, los usos y costumbres de la sociedad internacional, las normas de los propios estados y los Tratados son sus fuentes principales. Y, sobre todo, se fundamentan en la reciprocidad.
En los últimos años, en algunos importantes países de habla hispánica, pero también en instituciones diversas, tanto de España como de otras naciones, se ha producido una especie de movimiento iconoclasta contra el protocolo, el ceremonial e incluso inveteradas tradiciones que, precisamente por serlo, conforman parte de la personalidad de no pocas de esas entidades, cuando -como ocurre con la diplomacia-, no dejan de ser parte del Derecho público internacional, en cuanto que son usos y costumbres, reglas y convenios, establecidos y perfeccionados a lo largo de la historia.
Algunos países de la comunidad iberoamericana han comenzado a practicar estilos de relaciones exteriores poco acomodados con los usos tradicionales en la sociedad internacional. En el cono sur se observa este movimiento, que más parece ser un criterio personal de actuales mandatarios, en particular algunos presidentes, partidarios, por lo que se ve, de revisar o simplemente reducir o eliminar algunas prácticas que la comunidad internacional tiene como parte obligada del ceremonial y el protocolo diplomático.
En realidad, en alguno de estos casos, la supresión de actos pautados, propios de los usos tradicionales de la diplomacia, se inscribe dentro de una política más amplia de eliminación de otros elementos del atrezzo cultural que rodea la magistratura que experimentan estas novedades, como prescindir de ceremonias propias, escoltas y resguardos de honor, celebraciones, efemérides y todo tipo de actos simbólicos que se consideran innecesarios, superfluos e impropios del sentido de la modernidad que algunos acaban de inventarse o descubrir. La República Argentina es uno de los países donde se observa, de manera alarmante, la aparición de síntomas de esta nueva enfermedad.
Una de las ceremonias cuestionadas es la fórmula de recibimiento y entrega de cartas credenciales por parte de los embajadores al primer mandatario de la nación receptora. No solamente se trata de un acto formal y protocolario, sino una institución jurídica, en cuanto que la representación que ostenta se perfecciona, precisamente, al entregar las cartas credenciales, de una manera física y real como han hecho y hacen todos los embajadores del mundo.
Como explica José Antonio de Urbina:
"La presentación por un embajador de sus Cartas Credenciales al Jefe de Estado ante el cual queda acreditado, constituye uno de los actos de mayor trascendencia en la acción del Estado, pues representa el perfeccionamiento, por medio de los respectivos enviados, de las relaciones permanentes de respeto, colaboración y amistad, entre los Estados, esenciales para el desarrollo y el bienestar de la Comunidad Internacional. Esta relevancia se traduce en la dignidad formal de la ceremonia, que será tanto más majestuosa en sus símbolos externos como viejo en el tiempo y en la cultura sea el país que la realiza, España, de tradición dos veces milenaria, concede en consecuencia un énfasis especial a este acto, señalado en su grande y al tiempo sencilla dignidad".
La supresión unilateral de lo que en el mundo civilizado son prácticas ordinarias, más allá de los países que pueda ocasionar a las cancillerías de los países implicados o a la propia imagen de esa nación, nos coloca en la necesidad de reflexionar sobre cómo se articula una forma de protocolo, de ceremonial, de corrección formal, para aquellos que se empeñan no querer protocolo.
"no son nada protocolarios, o no creen en el protocolo, o no son partidarios del protocolo"
La repetida frase que continuamente se escucha por parte de algunos personajes públicos, en el sentido de que "no son nada protocolarios, o no creen en el protocolo, o no son partidarios del protocolo", rebela en realidad una actitud muchas veces pedante; otras de mero propósito de dar imagen de sencillez o de que falta de sincronía con la propia dignidad el cargo que se ocupa -al que a veces se llega por procedimientos diversos, incluida la propia casualidad.
Esta falta de sensibilidad que, en ocasiones, se producen en determinadas magistraturas, detrás de cuya sencillez se oculta con frecuencia la ignorancia o el mero populismo coyuntural, para consumo interno, necesita ser reparada con urgencia para evitar innecesarios conflictos diplomáticos, especialmente cuando estas acciones u omisiones se producen en determinados escalones superiores del Estado. Piénsese además en el principio de reciprocidad que rige las relaciones internacionales. Si el jefe de Estado de una nación no recibe adecuadamente a los embajadores que le son enviados, ¿cómo espera que reciban a los suyos?
Cabe recordar aquí, por elevación, los hábitos y usos del protocolo diplomático correspondiente a la equiparación mutua en el trato entre los estados que recoge el clásico Tratado de Derecho Diplomático de Juan Sebastián de Erice y O'Shea, que fue ministro plenipotenciario de España (Instituto de Estudios Políticos, Madrid, 1954 (págs. 234-235). En realidad se trata de la propuesta de Pradier-Fodéré, que ya encontramos en el Tratado de Derecho Diplomático de Ginés Vidal y Saura (Editorial Reus, Madrid, 1925, pág.120).
1º. Todos los Estados tienen idéntico derecho al respeto de su dignidad nacional, de su personalidad política y de su honra; considerando que sea cual fuere la desigualdad de hecho que pueda existir, la superioridad relativa no establece subordinación alguna jurídica.
2º. Un país por, poderoso que resulte, no tiene facultad para exigir a otro demostraciones positivas de especial aprecio, pero ni siquiera de preferencia. (Ni tampoco obviamente de lo contrario).
3º. Cada Estado posee libertad completa para considerar ofensiva una actitud, de terminante desconsideración, o para estimar ultrajante una indicación que conceptúa contraria a su pundonor.
4º. Aunque las potencias tengan el arbitrio de conceder a sus Jefes los títulos y distinciones honoríficos que juzguen convenientes, esto en modo alguno obliga a las restantes a reconocérselos, pudiendo admitirlos, rechazarlos o concederlos condicionalmente.
5º. Todos los estados tienen igual derecho de atribuir a sus diplomáticos la calidad que mejor consideren.
La actitud de algún jefe de Estado de la América española con respecto a los embajadores acreditados, a quienes trata con excesiva familiaridad, confundiendo lo que puede ser amistad personal con el respeto que su alta misión merece en el plano público, constituye un pernicioso ejemplo que conviene atajar antes de que se extienda. Cierto que, donde estas cosas suceden, los diplomáticos de carrera han tenido que improvisar fórmulas sustitutorias y alternativas para paliar la empecinada ignorancia de quienes no se acomodan a las exigencias del cargo que ocupan.
Protocolo como reconocimiento de honor social.
Como nos enseña Weber "El reconocimiento del poder, tanto político como económico es retribuido como un honor social. El orden jurídico puede garantizar tanto el poder como la existencia del honor [...] Llamamos "orden social" a la forma en que se distribuye el honor social dentro de una comunidad entre grupos típicos pertenecientes a la misma".
El reconocimiento social del Poder Político como adquiere su máximo significado en las sociedades democráticas. Los representantes de los ciudadanos que encarnan los altos cargos de la nación deben asumir también el denominado "Peso de la púrpura"; es decir, deben acomodarse a aquellos elementos simbólicos que rodean el cargo que ostentan y que son manifestación pública de la dignidad del mismo.
¿Puede un jefe de Estado o de Gobierno violentar o incumplir las normas de Protocolo y Ceremonial del Estado, las tradiciones, usos y costumbres de su pueblo? Poder puede, pero no debe. Es decir, debe, en todo caso, propiciar que esas normas se cambien o adecuen; pero mientras que existan debe cumplirlas.
¿Es más democrático un mandatario por ignorarlas? ¿Lo acerca más a los ciudadanos? ¿Democratiza más la representación que ostenta? Es evidente que no.
Está claro que cuando un país abandona las propias normas de su ceremonial y protocolo de Estado, mal lugar hallará para encajar en las mismas el protocolo y el ceremonial diplomático, que es instrumento esencial de la política exterior en el acto de recibir a los embajadores acreditados ante ese estado.
La creación de fórmulas de protocolo, ceremonial y etiqueta para paliar la falta de sensibilidad de diversos personajes que alcanzan, sin el bagaje preciso, elevados cargos en la política, está dando lugar a un modelo de "protocolo sustitutivo", casi vergonzante. Tal es el caso de reemplazar las tradicionales ceremonias de presentación de cartas credenciales por otras fórmulas casi administrativas de reconocimiento de la acreditación de embajadores.
En cierta ocasión, en un determinado acto celebrado en Washington, alguien de la Casa Blanca preguntó al entonces embajador francés si tendría inconveniente en ceder su puesto a un candidato a la presidencia, que todavía no era otra cosa que el propuesto por su partido para optar a ese cargo. Con ejemplo de diplomacia, el representante galo afirmó: "Personalmente, no me importa; pero si me lo pide, Francia abandonará este acto".
El "Protocolo sustitutivo" que empiezan a practicar algunas cancillerías sudamericanas, son una forma peculiar de enfrentarse a una crisis de conocimientos y sensibilidad de algunos altos cargos que asumen elevadas tareas en algunas repúblicas americanas. No advierten que es la propia imagen y la reputación de su país la que más se resiente por el abandono de las reglas por las que se rige el mundo civilizado.
Otro de los ejemplos negativos de esta situación la ofrece la República Bolivariana de Venezuela, que ha sustituido la celebración tradicional del 12 de Octubre por el "Día de la Resistencia Indígena", negando una parte esencial de su propia identidad, empezando por el nombre que los españoles dieron al país, es decir, "Pequeña Venecia" o Venezuela.
Antiguamente, el 12 de octubre, formaba una guardia militar delante de la Embajada de España, que rendía honores en el momento de izarse la enseña nacional. Hoy en día, las autoridades municipales que pretenden celebrar aquella fecha, en la que lo tradicional es una ofrenda ante los monumentos a Simón Bolívar, son insultadas o atacadas, como ocurrió este año.
El protocolo en la guerra y otros casos.
En otras ocasiones, la improvisación del Protocolo y el ceremonial para afrontar una situación imprevista arroja resultados imprevisibles. El caso más notable fue la visita del presidente egipcio Annar el-Sadat a Israel, cuando ambos países estaban técnicamente en estado de guerra. ¿Cómo se recibe a un enemigo? Sin duda, con todos los honores.
El 19 de noviembre de 1977, el presidente egipcio Anuar el-Sadat llegó a Israel en la primera visita oficial de un jefe de estado árabe. Esta inesperada decisión sorprendió al mundo entero, Egipto e Israel incluidos.
"Nadie en Israel, incluyendo a los servicios de inteligencia, tenía la más mínima idea de que Sadat iba a llegar a Israel", reconoció Dan Patir, asesor de los medios de comunicación del entonces Primer Ministro Menachem Begin.
El 9 de noviembre, cuando Sadat anunció en una sesión del parlamento egipcio su voluntad de visitar Israel, nadie interpretó sus declaraciones como un plan de acción propiamente dicho. En aquella sesión, como ha dicho recientemente el entonces Vicepresidente Hosni Mubarak, Sadat estaba sentado al lado del recientemente fallecido Presidente de la Organización para la Liberación de Palestina, Yasser Arafat. Al igual que todos los que estaban en el edificio, Arafat aplaudió después del discurso de Sadat. "A mí me sorprendió", dice Mubarak. "¿Qué razón tenía Arafat para aplaudir?". Parece ser que, o Arafat no entendió la trascendencia de lo que acababa de decir Sadat, o no consideró que fuese más que una simple metáfora. Incluso Jihan Sadat, la mujer del presidente, reconoció que no se había tomado demasiado en serio la declaración de su marido.
Pero fue. E Israel se lució en el recibimiento. El Ejército israelí, tan eficaz en la guerra, no se caracteriza por su marcialidad ni por el culto a la retórica ni el ceremonial militar.
La televisión de todo el mundo ofreció entonces una de las más emocionantes y solemnes ceremonias transmitidas hasta el momento. En el aeropuerto, además de la guardia de honor y el gobierno israelí, esperaba a Sadat una banda de clarines. Cuando descendió del avión, como si fueran las trompetas de Jericó comenzaron a sonar... Nadie recuerda nada parecido, musicalmente, desde la coronación de Isabel II de Inglaterra...
La ceremonia israelí recordaba los viejos usos de cortesía y caballerosidad de la guerra, respetados en los campos de batalla hasta la II Guerra Mundial. Recibir o despedir al enemigo con todos los honores es una vieja práctica del ritual de gallardía en los campos de batalla. Reglas no escritas, estos códigos de hidalguía se fueron configurando a lo largo de los siglos en las sucesivas guerras y paces que cubrieron los campos de Europa.
La pintura clásica -recreada por el cine- nos ofrece infinidad de escenas de las tropas sitiadoras rindiendo armas a la guarnición sitiada que abandona una plaza, con honor, conservando armas y bagajes. El cuadro de la Rendición de Breda, de Velázquez, es el más notable ejemplo de estos usos del protocolo de guerra. Igual cabe decir de los usos y ritos con que recíprocamente se trataban los pilotos ingleses y alemanes capturados por el enemigo durante la I Guerra Mundial o la costumbre de las tripulaciones inglesas y alemanas, ya en la segunda guerra mundial, de intercambiar en señal de respeto los botones de sus guerreras.
Estos ejemplos de usos protocolarios en la guerra, debidos a la costumbre o la caballerosidad humana, sirven de exponente para mostrar el empobrecimiento de los referentes simbólicos a los que se enfrenta el mundo. Las cosas tienen la importancia que se les quiera dar. Pero precisamente, determinados actos y ceremonias, por su carácter simbólico, tienen mucha.
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