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Pasiones perjudiciales a nosotros mismos, amor a los placeres y amor a la ociosidad.
Entre las diversiones deben preferirse a las demás las que nos ponen en movimiento, y nos hacen ejercitar las fuerzas.
De las pasiones que perjudican principalmente a nosotros mismos.
Amor a los placeres.
Las diversiones honestas nos son permitidas para restablecer el cuerpo y el alma de sus fatigas, y ponerlos en disposición de volver a trabajar con nuevo vigor.
Pero en primer lugar debemos huir de toda diversión que no sea honesta y lícita. En segundo lugar, aun la que sea lícita debe usarse con moderación. El hombre no ha nacido para divertirse, sino para ocuparse útilmente. Todos deben poner la mira en cumplir bien con las obligaciones de su propio estado, y ocuparse incesantemente en ellas, destinando únicamente a las diversiones el tiempo preciso para aliviarse, y renovar las fuerzas.
Entre las diversiones deben preferirse a las demás las que nos ponen en movimiento, y nos hacen ejercitar las fuerzas, porque son las más sanas y las que más contribuyen a hacernos ágiles y robustos.
Los niños deben huir con el mayor cuidado de los juegos de naipes, dados y otros semejantes, para no acostumbrarse a tomar el juego como una ocupación y un estudio, y no incurrir en esta desenfrenada pasión, que a tantos hace consumir miserablemente la mayor parte de su vida, y arruinar sus casas.
Esta perdición de los jugadores nace principalmente de una mal entendida codicia de ganar, con la cual, por lo regular, lo pierden todo.
"Es necesario pues acostumbrarse con tiempo a vencer la pereza, a evitar la ociosidad, y a aplicarse a cosas útiles"
Para precaverla debemos abrazar con tiempo la máxima de jugar siempre para divertirnos, y no para ganar; y para esto los niños deben acostumbrarse a no atravesar dinero, o a atravesarlo cuando más rarísima vez; y aun entonces cantidad tan moderada que, pierdan o ganen, conserven siempre la igualdad de ánimo, sin que les cause demasiada alegría la ganancia, ni sientan mucho la pérdida.
Amor a la ociosidad.
La ociosidad (como dice el refrán) es la madre de todos los vicios.
El hombre ocioso que se está mucho tiempo mano sobre mano, llega al fin a fastidiarse de sí mismo , y para huir de este fastidio no sabiendo ocuparse en cosas buenas viene a entregarse a las malas.
Es necesario pues acostumbrarse con tiempo a vencer la pereza, a evitar la ociosidad, y a aplicarse a cosas útiles y laudables.
Esta aplicación necesaria para todos, lo es aún más para los que se han de alimentar a costa de su sudor. Si estos no se acostumbran con tiempo al trabajo, si no aprenden desde luego algún oficio honrado, al paso que crecen, se hallan más miserables, y sin medios para vivir honradamente; de modo que su misma miseria, fortificada por la mala costumbre, los lleva a todo género de delitos, y acaban tristemente su mala vida, y por lo regular en manos de la justicia.
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