Deberes en reuniones y conversaciones. IV.
Cuando la vanidad va unida a la ignorancia presta oídos a las más necias mentiras y se alimenta con las más inverosímiles ilusiones.
Los deberes en reuniones y conversaciones.
La vanidad es más o menos manejable según la índole de las otras cualidades con que se halla mezclada, por lo cual es preciso tener presentes éstas para hallar los medios de lisonjearla, o al menos de no provocar su ira.
Cuando la vanidad va unida a la ignorancia presta oídos a las más necias mentiras y se alimenta con las más inverosímiles ilusiones. El hombre vano e ignorante experimenta grande placer en los elogios que tributáis a su sombrero, a su levita, a su chaleco, mientras que a un hombre de talento le ofenderían tales alabanzas.
Sí se reúnen la vanidad y la reflexión, las alabanzas impudentes, aun deseándolas para otros fines, desagradan; los romanos no sabían como conducirse con Tiberio, el cual no quería la libertad, y odiaba la esclavitud. A Trajano que tenía un espíritu elevado no le gustaban los modales bajos y serviles que usaba con él Hadriano.
Cuando la vanidad se reúne con la misantropía es tan quisquillosa y extravagante, que un elogio aunque verídico y rebozado con oportuna gracia la ofende v pues goza más de ser contradecida que ensalzada. Es un medio casi infalible de congraciarse con el misántropo suministrarle ocasiones de exaltar su bilis contra cuanto sucede y procurarle de este modo una especie de celebridad, puesto que nadie maltrata al género humano sino para que el género humano se ocupe de él.
Bien que los elogios a la hermosura no sean verdaderos elogios, no obstante suenan agradablemente a los
oídos de las mujeres vulgares, y aun a los de los hombres.
La calidad más constante de la vanidad en cualquiera combinación de cosas, o sea considerada en el hombre en general, es el placer que crece en razón de las personas que hablan de él ventajosamente. Notarás un principio de involuntaria alegría en el rostro de cualquiera apenas le digas que has hablado de él en una conversación, o que Pedro lo ha hecho en tal otra. En virtud de la fuerza expansiva de la vanidad, cada uno, y muchas veces de buena fe, presenta su opinión particular como opinión pública, de modo que al fin del discurso se atribuyen al público cinco o seis opiniones quizás contradictorias acerca de lo mismo.
Conociendo las principales combinaciones de la vanidad y los productos sentimentales que de ellas resultan, sabrá el joven lisonjearla con tacto sin comprometer la dignidad del hombre, encontrará el límite que separa el disimulo de la simulación, y se hallará lejos de la vil falsedad, lo mismo que de la sinceridad gratuitamente ofensiva.
Un hombre generoso y noble no cree envilecerse mostrándose indulgente con las debilidades humanas, cuando de ello no resulta perjuicio. No se desdeña de dar a los otros más de la que tienen derecho a exigir, sabiendo que en el comercio de la vida, quien se empeñase en colocar a los hombres en el lugar que verdaderamente les corresponde, correría el peligro de disputar con todos. Solo las almas pequeñas , inquietas con respecto a sus pretensiones, suspicaces muchas veces, mirando como por hurto que se les hace todo la que conceden a los demás, tienen siempre las balanzas en la mano a fin de pesar rigurosamente lo que han de dar o rehusar, y muchas veces, so protesto de no degradarse, se manifiestan impertinentes con sus iguales e inferiores.
Finalmente, recomendaré a los jóvenes que no imiten el vil y pérfido comportamiento de los que elogian a unos con el objeto de denigrar a otros. En todas las carreras hay algunas personas distinguidas que llaman la atención del público, y entonces la envidia para manchar su reputación les suscita rivales, colma de elogios a los imbéciles que apenas tienen sentido común, y se esfuerza en repetir sus nombres para que el público acabe por ocuparse de ellos y olvidará los otros. Durante ei dia se reproducen mil circunstancias en las cuales se puede recurrir a la sola acción de inocentes alabanzas a fin de alcanzar el asentimiento de alguna voluntad y disminuir la resistencia de otras, por lo cual someto al buen juicio de los jóvenes los siguientes recursos para que por medio de la alabanza hallen infinitas soluciones en las diferentes circunstancias sociales.
Desarmar la cólera. Aureliano vituperaba a Zenobia porque no había reconocido a los emperadores romanos, mas la princesa lo calmó diciéndole: "os reconozco a vos como emperador, porque sabéis vencer; Galiano y sus iguales no me parecían dignos de ese nombre".
Endulzar la amargura de una negativa. Cuando las señoras de Vezel rogaron al Gran Condé que les dejara salir de aquel pueblo en donde las tenía sitiadas, previendo que su salida retardaría la rendición de la plaza, respondió que no podía acceder a una demanda que le privaría del más hermoso fruto de su triunfo.
Aumentar el mérito de un favor. Cuando Luis XIV nombró para el obispado de Lavaur a Flechier, predicador de la corte, le dijo: " Os he hecho aguardar por algún tiempo la mitra que merecíais desde muchos años antes, porque no quería privarme tan pronto del gusto de oíros ".
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