
Cortesía con los amigos. II.
Cuando consideramos al amigo como parte de nosotros mismos, los respectivos bienes se convierten en patrimonio común.
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Un amigo es un remanso de paz cuando estamos preocupados o tristes
Las personas indiferentes no quieren tomarse la molestia de descubriros vuestros defectos; las personas malignas se burlan de ellos y os elogian para que no os enmendéis; solamente un amigo sabe hablar sin ofender, y con amabilidad y paciencia logra corregiros.
Comparando nuestras fuerzas individuales con todas las exteriores que pueden deteriorar nuestra suerte, experimentamos un temor habitual y vago. He aquí por qué la idea de un amigo equivale a la idea de un apoyo, de un auxilio, de una fuerza que disminuye este temor, y aun cuando no nos preste ningún servicio positivo, la certidumbre de su disposición en todas las eventualidades de un apuro, es siempre agradable.
La necesidad de comunicar a otro nuestros afectos y de hablar sin misterio es muy vehemente en el hombre, quien muchas veces pide consejos para cosas que piensa ejecutar, otras la aprobación para las que ya ha ejecutado, y no puede esperar ni aquellos ni ésta de personas indiferentes o enemigas. Vendido muchas veces por éstas encuentra en el corazón de un amigo el punto donde reposar tranquilamente. Quizás desea un compañero que le siga en sus especulaciones para lo venidero, quizás un juez que le vengue de las injusticias que se le hacen; gusta de hablar del buen éxito que ha obtenido en sus cosas, como para acreditar su talento, y más todavía de sus desgracias cual si buscara un áncora para salvarse. Las esperanzas del amigo le presentan una perspectiva agradable, y su conducta una imitación de la propia. En la libre comunicación de los ánimos se refleja la idea de los peligros comunes que se han corrido; y el placer de haber salido de ellos sin quebranto, forma de dos personas una sola.
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Cuando consideramos al amigo como parte de nosotros mismos, los respectivos bienes se convierten en patrimonio común, y en su uso el que da es quien recibe más, porque le alcanza su parte de placer en el placer del amigo, y además tiene el goce de la beneficencia.
Socorrer al amigo en sus necesidades, y no con meras palabras, consolarlo en la adversidad, mas no tan solo con frías e inoportunas reflexiones, defender su reputación sin exacerbar a sus enemigos, cubrir sus debilidades a la vista de los demás, y vituperárselas con franqueza y sin acrimonia, son los principales deberes de la amistad. Algunos han puesto en duda si para el amigo debe haber secretos, y los que toman por norma la idea de la utilidad opinan que sí, y los que reputan al amigo por otro igual, están por la negativa. De todos modos, es evidente que al amigo se le deben ocultar las noticias relativas al mismo o a nosotros que puedan afligirlo inútilmente, las relativas a otras personas que nos dijeron confiadas en secreto, o que si se descubren podrían hacerse públicas.
No apresuraros a comunicar nuestras desventuras a un amigo es suponer que lo creemos insensible a nuestra felicidad, o que no puede auxiliarnos con sus consejos. Dejar de visitar a un amigo que ha caído en desgracia, es mostrarse más bien impulsado por la esperanza que por la estimación, más amigo de la fortuna que de la persona.
Montaigne opina que entre los amigos el lenguaje debe ser franco y claro, de suerte que las palabras den en el blanco a donde se dirige el pensamiento; mas yo entiendo que el discurso para ser franco no ha de ser agravatorio, y que la verdad nada pierde cuando se presenta con modales corteses.
Con el pretexto de que entre los amigos debe evitarse la sujeción, se falta a la cortesía corrigiendo al amigo con acrimonia, y sin consideración al amor propio y se le trata como a un criado, prefiriendo el amigo reciente al antiguo y concediendo a las instancias de aquél lo que se ha negado a las de éste. Es un modo muy raro de visitar al amigo enfermo dejar o hacer que un criado deje una tarjeta en la puerta de su casa. Merecen el nombre de petardistas, que no de amigos, los que en el comercio reservan las mercaderías inferiores para aquellos a quienes dan el título de amigos, lisonjeándose de que por una parte la amistad no las examinará con severidad al admitirlas, y por otra de que atribuirá a descuido el engaño, y de que en todo caso no hará pública la superchería.
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