
Casamientos por interés. El arte de agradar
Declaremos ante todo, redondamente y con entera franqueza, que el matrimonio realizado con el fin único y exclusivo de captar una fortuna y de disfrutar de goces y de comodidades...
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Los matrimonios de conveniencia. Casarse por el interés
Aquella urbanidad
Todos los días y a toda hora, escuchando la referencia de un enlace efectuado o próximo a efectuarse, oímos como comentario insustituible la frase consabida de que el matrimonio a que se alude se hizo o va a hacerse "por el interés".
Persona de modesta posición que une su existencia a la de otra que le aventaje en bienes de fortuna, casi nunca se libra del sambenito de interesada.
Para los maldicientes, la unión no pudo ser consecuencia de afecto recíproco, de simpatía mutua, de cariño verdadero; fue, es y será, fatal y necesariamente, producto de cálculo desapasionado y frío, cuando no término de un negocio hábil y mezquinamente preparado. Ya es hora de acabar para siempre con insensatos prejuicios y con criterios hijos muchas veces de la irreflexión y en ocasiones de la envidia o de la mala fe.
Declaremos ante todo, redondamente y con entera franqueza, que el matrimonio realizado con el fin único y exclusivo de captar una fortuna y de disfrutar de goces y de comodidades comprados con el sacrificio de los sentimientos y con la humillación de la dignidad, resulta un ultraje infame hecho a la santidad de un sacramento, y una acción baja, despreciable y fea, reveladora de apetitos torpes y de pasiones censurables. Mas no es esta razón bastante para reprobar enlaces en los que uno de los contrayentes aventaja al otro en riquezas.
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Si el rico sólo pudiera unirse con el rico, las herederas de los Morgan, Carnegie y Wanderbilt se verían, en plazo más o menos largo, condenadas a permanecer solteras.
El razonamiento único, que es piedra angular en este asunto, se concreta en los términos siguientes:
Quien se halle en vísperas de boda, pregúntese:
si mi prometido o mi prometida no tuviesen el caudal que tienen, y lo tuviese yo, ¿me casaría con igual satisfacción que voy a casarme?...
Si la respuesta es resueltamente afirmativa, no hay motivo para creer que se trata de efectuar un enlace interesado.
Si, por el contrario, al suponer invertidos los términos, surgiese la sombra de una duda, lo noble, lo correcto y lo digno es renunciar al negocio que se pretende disfrazar con el nombre de casamiento.
Reduzcamos más la cuestión. ¿Es censurable que, cegados por el cariño, se vaya a una unión sin mirar la escasez de medios de subsistencia y sin preocuparse de lo por venir? Sí, es censurable.
¿Es censurable que, dando por supuesta la existencia de cariño, se tenga en cuenta, al proyectar un matrimonio, la conveniencia de que el futuro o la futura posean un capital mayor o menor? Nada hay que censurar en ello.
Hay un deber moral que aconseja a todos la reflexión, y que a todos impone el cuidado de velar por las atenciones de la futura familia.
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No tienen, moralmente, derecho los padres a sacrificar insensatamente a su voluntad el bienestar de los hijos. Cuando dispongan de elementos para subvenir a las más apremiantes necesidades, bien está que renuncien a lo superfluo y que hagan su casamiento sin previo cálculo.
Pero cuando se carece de términos hábiles para sufragar, no ya lo superfluo, sino lo perentorio, lo absolutamente indispensable, es obra de locos aumentar más esas necesidades, contraer más grandes obligaciones y echarse sobre los hombros una carga imposible de soportar por su enorme pesadez.
No faltará quien diga que, ajustando su conducta y su proceder a las líneas que trazadas quedan, resulta negada la posibilidad del matrimonio entre dos seres que, amándose entrañablemente, se encuentran en situación precaria.
¿Y qué ocurrirá con que esos seres no se casen?... Si de veras se quieren, preferirán vivir sin ser el uno agobio para el otro, y preferirán también morir sin ver realizadas sus amorosas aspiraciones a engendrar hijuelos que, como frutos de la conjunción de dos necesidades, sólo habían de tener la pobreza por patrimonio.
Importa no confundir la honrada previsión con el ansia de medro. Hace falta distinguir entre lo que es raciocinio cuerdo y lo que es afán de lucro.
Al dicho vulgar que, con romanticismo exagerado, nos habla del "contigo pan y cebolla", hay que oponer la lógica incontrovertible del adagio que, advirtiéndonos de lo futuro, exclama "antes que te cases mira lo que haces".
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