Disfunciones y contradicciones en la mística, el protocolo y los usos y costumbres militares del Reino de España.
El lema "Todo por la patria", divisa del Ejército español llega a desaparecer de los frontispicios de los cuarteles en algunos lugares de España por la presión de las autoridades locales o que hacen borrar lemas o divisas propios de cuerpo, institución o arma tradicionales porque "molestan".
Costumbres militares del Reino de España.
Quiero referirme a algunas de las curiosas contradicciones que, desde el punto de vista de la mística, el protocolo, las tradiciones, usos y costumbres, presenta la entidad Fuerzas Armadas o Ejércitos de España. El lema "Todo por la patria", divisa del Ejército español llega a desaparecer de los frontispicios de los cuarteles en algunos lugares de España por la presión de las autoridades locales o que hacen borrar lemas o divisas propios de cuerpo, institución o arma tradicionales porque "molestan".
1º. NINGÚN PAÍS NAVAL DEL MUNDO BAUTIZA SUS BUQUES CON EL NOMBRE DE ALMIRANTES DERROTADOS O CAMBIA EL NOMBRE DE UN BUQUE EN CONSTRUCCIÓN CUANDO SE LE HA COLOCADO LA QUILLA.
España lo hace. Ponemos a nuestros barcos el nombre de perdedores y cambiamos el nombre a nuestros barcos ya vivos: el "Príncipe de Asturias" se llamaba en realidad " Almirante Carrero Blanco ". Se adujo que no era "políticamente correcto" mantener el nombre del asesinado presidente del Gobierno de la última etapa del Franquismo. Pero conviene recordar que el almirante Carrero fue una pieza esencial en la decisión del general Franco de nombrar a Juan Carlos de Borbón su sucesor a título de Rey, entronizando una nueva monarquía electiva, por él establecida o instaurada, como repetidamente insistió, S.M. el Rey, consecuente con su origen, ha declarado siempre a sus biógrafos y en numerosas entrevistas que, en su presencia, no permite que se hable mal de Franco: "El me puso", dice. El buque "Roger de Lauria" se transformó el "Almirante Juan de Borbón" por un capricho personal del almirante Torrente. Suma y sigue.
2º. LA PERVIVENCIA DE ALGUNAS INSTITUCIONES DEL PASADO -RECIENTE- PROVOCA CONFUSIONES INNECESARIAS SOBRE LA PRIMERA LEALTAD DEL SOLDADO: LA NACIÓN.
La lealtad no es una fidelidad personal a un individuo, sino a la nación entera. ¿Por qué S.M. el Rey es y que alcance tiene su condición de jefe supremo de los Ejércitos, cuando carece de responsabilidad personal, sus actos válidos jurídicamente deben ser refrendados por un ministro, y es el gobierno, quien según la Constitución dirige la política de defensa?
¿Distinguimos lo simbólico de lo real, de realidad?
¿Se entiende bien el carácter meramente simbólico de la jefatura que ostenta?
¿Se tiene claro que el Rey no es un poder, sino una institución y que la soberanía -por lo tanto el único Soberano- es el pueblo español, "del que emanan todos los poderes del Estado" (Artículo 1.2)
S.M. El Rey Juan Carlos I no iba a seguir estudios militares algunos. Su padre tenía previsto que estudiara Sociología en Lovaina. Fue el general Franco quien diseñó su carrera militar. No es un modelo conocido. Otros príncipes, por ejemplo, los ingleses, siguen una carrera completa en una academia determinada. El paso simbólico por las de los dos ejércitos (Tierra y Aire) y la Armada, que se repite con el actual Príncipe de Asturias , no ha sido nunca una pauta para la formación real en la vida militar como una carrera pautada.
En las academias militares de otros países, los vástagos de la Corona no disfrutan de privilegios, no poseen una camareta particular ni una habitación permanente en el parador de turismo o castillo más cercano. Durante su vida militar son uno más, incluidos, en su caso, los castigos de verdad que en la Royal Navy han sido incluso físicos en forma de azotes.
La vinculación personal del Rey a la institución militar es muy reciente y su inventor Cánovas del Castillo .
En su libro "Historia del Ejército en España" (1), Fernando Puell de la Villa, lo explica con detalle:
La iniciativa de vincular al titular de la monarquía con las Fuerzas Armadas fue uno de los aspectos más originales de la política canovista. Tal decisión dio origen a una particular forma de interpretar el papel institucional de los militares y contaminó la cultura política de la oficialidad española hasta los años de la Transición a la democracia.
Es evidente que la situación de partida era comprometida. Las Fuerzas Armadas habían sufrido durante el Sexenio la más grave crisis existencial de su historia. A su término, el cuerpo de oficiales, apiñado en torno al generalato, había experimentado que, actuando unido, era el árbitro indiscutible de la política nacional, y los generales-políticos habían elevado el listón de sus expectativas: en el futuro, no se iban a contentar con liderar o respaldar una determinada opción de partido.
Desde el punto de vista institucional, la introducción del concepto prusiano rey-soldado fue el más trascendental de los diversos resortes concebidos por la Restauración para civilizar la vida pública. Su implantación se inició mediante una hábil política de gestos, refrendada después constitucional y legislativamente.
En la actualidad, estamos tan habituados a contemplar al rey con uniforme militar que asumimos esta costumbre con naturalidad. Tal uso, sin embargo, es relativamente reciente. Aunque tradicionalmente los monarcas ejercían el mando directo de las tropas en campaña, Carlos V fue el último en hacerlo habitualmente y, desde mediados del siglo XVI, sólo en cuatro ocasiones lo harían sus sucesores: Felipe IV en 1634, Felipe V en 1705, Carlos III en 1762 y Carlos IV en 1802. A ninguno de ellos, sin embargo, se le pasó por la mente vestir de uniforme para la ocasión ni investirse de un determinado empleo militar, y mucho menos hacerlo en tiempo de paz.
El príncipe fue enviado a Viena para que asimilara el ambiente militarista del imperio austríaco. Luego emprendió una gira por diversos países europeos en la que predominaron las visitas de carácter castrense, culminada con su ingreso en la Royal Military Academy, a fin de redondear su formación en la cuna de la oficialidad inglesa, la más respetuosa de las europeas hacia el régimen parlamentario. FUE LA PRIMERA VEZ QUE UN MONARCA ESPAÑOL RECIBIÓ ESTE TIPO DE EDUCACIÓN, Y SENTÓ UN PRECEDENTE OBLIGADO PARA LA DE SUS SUCESORES.
Apenas llevaba Alfonso XII, tres meses en Sandhurst cuando Martínez Campos precipitó su proclamación. Al llegar a Barcelona a primeros de enero de 1875 y por consejo de su primer ministro, se encasquetó el uniforme de capitán general -prenda que hubo de confeccionarse precipitadamente-, y de esa guisa hizo su solemne entrada en Madrid. Era la primera vez en la historia contemporánea que el rey de España se presentaba ante la nación con arreos militares, seguramente para el alborozo de éstos y la sorpresa de la población. Pocos días después, marchó al norte, a ponerse al mando de las tropas enfrentadas a las que lideraba el también uniformado pretendiente carlista.
En febrero de 1876, los carlistas fueron derrotados y Alfonso XII desfiló triunfalmente por las calles madrileñas al frente de 50.000 hombres, rodeado del Estado Mayor de Operaciones que el Ministerio de la Guerra había puesto bajo sus órdenes directas durante la campaña. El desfile duró seis horas; los madrileños jalearon el espectáculo, lanzando palomas, versos, flores, cigarros y monedas a los eufóricos soldados; los militares marcharon orgullosos tras su rey, y en la retina de unos y otros quedó vinculada la figura del joven monarca con la institución militar.
La Constitución de 1876 refrendó enseguida esta política de gestos a través de la atribución a la Corona del "mando supremo" de los ejércitos. Tal cláusula no tenía antecedente alguno, salvo los muy imprecisos que aparecían en las de 1812 y 1869, ambas redactadas en circunstancias muy excepcionales.
Dos años después, la Ley Constitutiva del Ejército precisó la amplitud de atribuciones del «mando supremo». El proyecto inicial no hacía referencia al mandato constitucional, pero el general Concha sacó el tema a debate en el Senado y Cánovas aceptó incorporar su propuesta al texto definitivo, aunque con ciertos matices.
Concha consideraba que la Constitución atribuía al rey el ejercicio total del mando, sin necesidad del preceptivo refrendo gubernamental. El presidente asumió que el monarca lo ejerciera así en tiempo de paz, pero no consintió que se pusiera al frente de unidades armadas en tiempo de guerra sin la previa aprobación del Consejo de Ministros.
El posterior trámite en el Congreso se centró en la misma cuestión y, al hilo del debate parlamentario, el órgano de prensa gubernamental -el periódico La Época- fue el instrumento utilizado para dar cuenta a la opinión pública de las razones que aconsejaban introducir en la ley tan controvertido tema.
Para la redacción del diario conservador, el objetivo del gobierno era apartar a los militares del "contacto de las parcialidades" y prepararlos para ponerse al servicio de cualquier opción política, "cuando legal y constitucionalmente fuesen llamadas a regir los destinos del país". Tal propósito sólo sería factible si el régimen político garantizaba adecuadamente los intereses de la oficialidad, razón que aconsejaba delegar todas las cuestiones militares en el monarca "de una manera eficaz, directa, personal".
La forma definitiva que la Ley Constitutiva de 1878 dio a este precepto suscitaba graves dudas sobre su constitucionalidad, aparte de hacer recaer sobre el monarca la posible responsabilidad de una derrota y permitir que el rey, sin contar con sus ministros, ejerciera libremente su prerrogativa en tiempo de paz.
En 1887, durante la regencia de María Cristina , el general Cassola, ministro de la Guerra de Sagasta, llevó a las Cortes otro proyecto de ley constitutiva que modificaba parcialmente la redacción anterior. Canalejas, presidente de la comisión del Congreso que lo dictaminó, consideró acertadamente que la cuestión era una constante fuente de conflictos para el correcto funcionamiento de las instituciones y eliminó cualquier referencia al tema, decisión que provocó una airada reacción por parte de Cánovas.
Sagasta se libró del polémico ministro y ofreció una solución de compromiso. La prerrogativa regia del mando directo de tropas se recogió en el texto definitivo de la llamada Ley Adicional a la Constitutiva, publicada en 1889, pero se regularon las dos cuestiones más conflictivas. La responsabilidad del monarca quedó a salvo, mediante el refrendo de las órdenes que diera en tiempo de guerra por el general que mandara las tropas, y se restringió la libertad de que ejerciera dicha prerrogativa en tiempo de paz, sin consulta previa al Consejo de Ministros.
Todo lo anterior no es sino un síntoma de las especialísimas relaciones establecidas entre la Corona y las Fuerzas Armadas..."
Hay otro aspecto no menos relevante en este fenómeno que tantos y tan graves problemas nos deparará en el futuro. Cánovas deseaba, mediante la adhesión personal de los Ejércitos a Alfonso XII, poner coto al escándalo nacional que significaba el reconocido hecho de que su padre no fuera el augusto esposo de la Reina, Francisco de Asís de Borbón , sino el apuesto teniente de ingenieros Enrique Puigmoltó, amante de turno de Isabel II .
Lo que era público y reconocido entonces no lo es menor en nuestros días, en que se han publicado numerosas obras de incuestionable rigor donde tal evento queda probado. Curiosamente, algunas de las evidencias más palpables se recogen en los documentos vaticanos del proceso de beatificación del Padre Claret, confesor de la Reina. Durante decenios, los carlistas motejaban a sus primos de la rama liberal "los puigmoltejos".
No puede olvidarse tampoco otra curiosa circunstancia: Francisco de Asís de Borbón era hijo de Francisco de Paula de Borbón, hermano menor de Fernando VII , a quien las Cortes de Cádiz privaron de todo derecho de sucesión a la corona, ante la evidencia de que no era hijo de Carlos IV , sino del odiado Manuel Godoy .
Pese a que su formación militar apenas pasó de los ejercicios de orden cerrado en el Campo del Moro, Alfonso XIII acentuará el carácter militarista de la monarquía. Apenas investido Rey, es el propio conde de Romanones quien tiene que recordarle sus deberes constitucionales, cuando en la primera reunión del Consejo de Ministros, anuncia que se arroga y reserva todas las competencias en cuestión de nombramientos y asuntos militares. E incluso llega a cometer la imprudencia de confesar ante los oficiales de alguna guarnición que "actúo en todo momento como delegado vuestro". Alfonso XIII hará de los militares su propio partido.
3º. ALGUNA DE NUESTRAS MÁS ALTAS CONDECORACIONES TIENE UN ORIGEN INFAMANTE.
El profesor Carlos Seco Serrano, en su prólogo del libro de Miguel Artola, "La España de Fernando VII" (2), escribe:
"Ya en torno a los acontecimientos de 1807. se produce el equívoco que ha de prevalecer a lo largo de la guerra de la independencia. La conspiración del príncipe contra sus padres se convierte, en la imaginación del pueblo, en la conspiración de los padres, embaucados por el traidor Godoy, contra el hijo mártir, al que se compara con San Hermenegildo, y no mucho después, esta transfiguración romántica de Fernando VII se concretará en la Orden de San Hermenegildo, vinculada, como la Cruz Laureada de San Fernando, a la memoria escasamente heroica del primogénito de Carlos IV".
Dicho de otro modo: tanto la Cruz Laureada de San Fernando como la Cruz de San Hermenegildo están vinculadas a la memoria de quien la historia conocerá como el Rey Felón , capaz de felicitar a Napoleón por sus victorias en España sobre los españoles que trataban de devolverle el trono, luego de que los Borbones (Carlos IV) hubieran liberado a éstos (Proclama de Burdeos de 12 de mayo de 1808) de sus obligaciones para con la corona que encarnaban. La Real Orden Nacional de San Fernando fue creada el 31 de agosto de 1811 por las Cortes de Cádiz, y la de San Hermenegildo en 1814 por el propio Fernando VII.
Esta condecoración que premia la constancia en el empleo militar tiene la curiosidad de que en su anverso lleva la cifra real de Fernando VII, es decir, el rey que felicitaba a Napoleón por sus victorias sobre los españoles que trataban de devolverle el trono.
4º. LA VERGÚENZA DE LA SOLICITUD Y MEJORA DE RECOMPENSA Y EL MODO DE OTORGAMIENTO DE CONDECORACIONES.
No ha ayudado dada a la mística o el respeto militar, la pervivencia en nuestros Ejércitos de la propia capacidad personal para auto proponerse para cruces o medallas o ascensos. Y aún peor la vergonzosa figura de la solicitud de "mejora de recompensa", de la que repetidamente hace uso el general Franco, quien no contento con los premios repetidos que recibe, llega a considerarlos escasos y solicita más.
No deja de ser curiosa esta figura que refleja el grado de degradación a que se ha llegado en cuanto a medallas y condecoraciones entre quienes se supone que deberían sentirse suficientemente pagados con el mero cumplimiento del deber, como cualquier otro ciudadano o funcionario. La llamada legítima ambición, que tanto se pregonaba como estímulo del soldado llegó a devenir en una desvergonzada carrera para conseguir premios y entorchados más allá de la propia capacidad personal, con repetida frecuencia evidente.
Punto y aparte es el modo y criterio con que se han otorgado a lo largo del siglo XX las principales condecoraciones en el Ejército español. Viene a cuento citar previamente al mariscal Montgomery, héroe del Alamain, quien preguntado en una ocasión sobre cuál había sido su primera prioridad, su principal preocupación como general, respondió sin dudar: "La mía es la que debe ser la primera responsabilidad de un general: no exponer innecesariamente e inútilmente la vida de sus soldados".
Pues bien, un criterio objetivo, vigente en los Ejércitos españoles, a la hora de otorgar los mayores honores, hablamos de un criterio objetivo, radica en valorar la propia eficacia del enemigo y nuestra propia ineficacia. Es decir, que para determinar el heroísmo y el valor se cuenta el número de bajas propias en una determinada acción, cuando más lógico parece que la eficacia indicara justamente contar en sentido contrario.
5º. HIMNO NACIONAL.
España no tiene himno nacional propiamente hablando. Dicho más claro: históricamente no ha tenido otro, en sentido estricto, que la Marcha de Riego. Lo que evidentemente conocemos como Himno Nacional o Marcha Granadera , en realidad no fue establecido como tal hasta 1942. Hasta entonces era la marcha que se interpretaba cuando aparecían en públicos los Reyes y, a falta de otra cosa, pasó a representar a la nación española.
Técnicamente, España carece de himno nacional, porque un himno es algo que se canta. Cuando nuestro país compite en un torneo internacional, por ejemplo con Francia, los franceses entonan a pleno pulmón su Marsellesa, en tanto las gradas españolas tararean el "Chunda chunda".
Cierto que la Marcha Real ha sido siempre el Himno de España, salvo durante la II República (1931-1939), cuando se adoptó el "Himno de Riego", una marcha de los Batallones de las Milicias Nacionales de principios del siglo XIX. Acabada la Guerra Civil, el Himno volvió a ser La Marcha Real, bajo su viejo nombre de La Marcha Granadera, tras Decreto del General Franco.
El Decreto de 17 de julio de 1942 declara Himno Nacional el conocido por Marcha Granadera, sin incluir ninguna partitura, por lo que se entiende que continuó vigente la versión del Maestro Pérez Casas (tres repeticiones de la Marcha Granadera, idénticas la primera y la tercera, y cambiando el tono la segunda).
Su origen es desconocido. Se ha encontrado su partitura en un documento del año 1761, el "Libro de Ordenanza de los toques militares de la Infantería Española" cuyo autor es Manuel Espinosa, en la que aparece el Himno con el nombre de la Marcha Granadera, ya por entonces de autor desconocido. Desde mucho antes, los Granaderos del Rey iban al combate y desfilaban ante la Familia Real a los sones de su Marcha.
El escritor Hugo Kehrer sostiene que fue Federico el Grande de Prusia quien compuso dicha obra, aunque no hay pruebas que sustenten dicha afirmación. Algunos historiadores, como el Padre Otaño, subrayan las similitudes entre la Marcha y algunos aires militares de la época del Emperador Carlos I de España y V de Alemania , o de su hijo Felipe II (siglo XVI), partiendo de la hipótesis de que en la Cantiga nº 42 de Alfonso X el Sabio hay una frase de nuestro Himno.
El 3 de septiembre de 1770, el Rey Carlos III declaró "Marcha de Honor" a la "Marcha Granadera", y con ello formalizaba la costumbre de interpretarla en actos públicos y solemnes. La costumbre y el arraigo popular la erigen en Himno Nacional, sin que exista ninguna disposición escrita.
En poco tiempo, los españoles consideraron a La Marcha Granadera como su himno nacional y la llamaron "La Marcha Real", porque era interpretada en los actos públicos a los que asistían el Rey, la Reina, o el Príncipe de Asturias.
Después de la "Revolución Gloriosa" de 1869, el General Prim convocó un Concurso Nacional para crear un Himno Oficial. El Concurso se declaró desierto, aconsejando el Jurado que la Marcha Granadera continuara como Himno.
La versión del Maestro Pérez Casas.
La Real Orden Circular de 27 de agosto de 1908 dispone que las bandas militares ejecuten la Marcha Real Española y la Llamada de Infantes, ordenadas por el músico mayor del Real Cuerpo de Guardias Alabarderos, Maestro D. Bartolomé Pérez Casas, natural de Lorca (Murcia). El rango de la norma restringió su publicidad, pues se dirigió a todas las bandas militares, ordenándose que se insertara únicamente en la "Colección Legislativa del Ejército", y no en la "Gaceta de Madrid" o en la "Colección Legislativa de España", publicaciones oficiales en las que se recogían todos los Reales Decretos cuyo conocimiento y alcance era de interés general.
Como indicamos, La Marcha Real es uno de los raros casos de Himno Nacional que sólo tiene música, y no letra. Durante el reinado de Alfonso XIII se compuso una letra que nunca fue oficial ni llegó a cuajar en la tradición popular (fue realizada por el autor teatral Eduardo Marquina).
Durante la dictadura de Franco (1939-1975) el Himno se cantaba a veces con los versos del poeta José María Pemán. Tampoco estos versos fueron nunca reconocidos oficialmente.
Nuevas adaptaciones.
Tras la aprobación de la Constitución Española el 27 de diciembre de 1978 , regulados el uso de la Bandera y la descripción del Escudo de España en las Leyes 39/1981 , de 28 de octubre y 33/1981 , de 5 de octubre, respectivamente, parecía procedente configurar jurídicamente el Himno Nacional de España, completando la normativa por la que se han de regir los símbolos de representación de la nación española.
Con este fin, desde la Presidencia del Gobierno se promovió la creación de un grupo de trabajo (integrado por miembros de la sección de música de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando y representantes del Ministerio de Economía y Hacienda, Educación y Cultura, Defensa y Administraciones Públicas), que encargó al Maestro D. Francisco Grau Vegara, Director de la Banda Real del Palacio, que hiciera una nueva adaptación del Himno.
Finalmente, y tras el informe favorable de la Real Academia, se aprobó una versión de la Marcha Granadera que, respetando la armonización del Maestro Pérez Casas, recupera la composición de su época de origen, despojándola de cambios de tono impropios del siglo XVIII.
El Maestro D. Francisco Grau Vegara orquesta dicha armonización, tanto para orquesta sinfónica como para banda, y una reducción para órgano que puede servir para interpretaciones por un cuarteto, etc. Con el fin de fijar el tiempo más conveniente, se aprobó finalmente, de acuerdo con el informe de la Real Academia, que fuera el de M.M. J=76, con lo cual queda una duración del Himno con su normal estructura AABB de 52 segundos y, en su versión breve AB, de 27 segundos.
LA CURIOSA HISTORIA DEL HIMNO DE RIEGO.
Seguimos el relato de José Esteban Gonzalo, quien subraya el hecho de que el siglo XIX haya en España el tiempo de los himnos. Ya en 1808 aparece el Himno de la Victoria, con letra del poeta Arriaza y música de Fernando Sor. En 1809 se impone el titulado Los defensores de la Patria y año tras año se van subrayando los diversos acontecimientos históricos con otros himnos, de los que se recuerdan: A las víctimas del dos de mayo, con letra de Juan Nicasio Gallego y música de Rodríguez Ledesma; A la entrada del Duque de la Victoria a Cádiz; Al pendón morado; Al restablecimiento de la Constitución, etc. Existió también, y fue muy popular, el Trágala, con el que los liberales zaherían a sus adversarios absolutistas y que tomó su nombre del estribillo: "Trágala, trágala, tú servilón" y que ha dado lugar a un sustantivo registrado en el Diccionario de la Real Academia Española. Otro, la Marcha de Cádiz, se convirtió en himno popular durante la guerra de Cuba y no son pocos los que habrán oído el Gloria a España, de Clavé.
Entre los himnos regionales, los más difundidos son el Guernikakoarbola, del versolari Iparaguirre, Els segador y el himno gallego de Pondal.
Pero de todos estos himnos, nacidos la mayoría de ellos en los azarosos días del absolutismo y por tanto invocaciones a la libertad perdida, el de Riego, a Riego, como escribieron sus autores, es el que ha tenido mayor fortuna. Tanta que muy pronto, el 7 de abril de 1822, fue declarado oficialmente himno nacional. Himno que sólo entonaron los liberales y luego los republicanos, sino también el propio Fernando VII, desde uno de los balcones del Palacio Real de Madrid ante una enfervorecida multitud.
Así mismo, el Himno de Riego fue proclamado himno y marcha oficial de la Segunda República española, a pesar de ciertas resistencias que consideraban su música ramplona y poco adaptada las circunstancias. Por ello, la noche del 27 de abril de 1931 se dio a conocer en el Ateneo madrileño una composición con letra de Antonio Machado y música de Oscar Esplá, dos hombres prestigiosos, con el de que fuera declarado himno nacional. La interpretaron ante la presencia de Don Manuel Azaña, ateneísta de pro y futuro presidente de la República- la entonces famosa cantante Laura Nieto y la prestigiosa Banda Real del Cuerpo de Alabarderos, ya suprimida y cuyos maestros vestían el clásico esmoquin.
Al día siguiente del estreno, el diario El Sol, de tan destacada influencia, opinó que "si se desecha el actual himno (se refería a la Marcha Real) no debe ser aceptado ninguno de los conocidos hasta ahora, pues son muy malos. El que ayer ejecutó la Banda de Alabarderos, convertida en banda republicana, original del maestro Esplá, es una pieza poco inspirada, basada en la opereta "El desfile del amor".
La realidad es que este nuevo himno carecía de esa solemnidad marcial y de esa garra popular y cierta pegadiza sonoridad que debe tener toda composición que aspire a convertirse en himno de una colectividad. Por ello, y gracias a la insistencia de Azaña, que se consideró heredero de los liberales del siglo XIX, el himno de Riego fue proclamado oficialmente himno de la República española. Así, y por dos períodos liberales y progresistas, ha sido el himno de todos los españoles.
"El Himno de Riego -escribió Pío Baroja-, no cuajó en la segunda república porque carecía de relación, exacta o aproximada, con ella. El himno, decía, es callejero y saltarín; la República fue sesuda y jurídica. La República no era heredera de los hijos del liberalismo -Mina, Riego, el Empecinado-, sino más bien obra de los hijos espirituales de Salmerón, Pi y Margall y Ruiz Zorrilla."
El novelista vasco atribuye este fracaso a la letra. Los liberales, escribe, no supieron adaptar las palabras a cada momento histórico y pecaron de académicos o de ramplones y llega a sentenciar: "Hay que reconocer que oficialmente y popularmente, no tiene letra".
Sin embargo, el Himno de Riego tuvo letra desde su nacimiento en febrero de 1820, y fue adaptando muchas más a lo largo del tiempo. Su primer autor fue el compañero de Riego y figura relevante a lo largo del siglo XIX, Evaristo San Miguel. Asturiano como Riego, liberal y escritor, tenía como el autor del levantamiento en Las Cabezas de San Juan, alma ardiente y un espíritu exaltado. Esta letra que ha llegado hasta nosotros, se encuentra recogida en el opúsculo que "el ciudadano Mariano Cabreriza dedica al ciudadano Riego y a los valientes que han seguido sus huellas", donde se recopilan una colección de canciones patrióticas de la época.
Existía otra letra de Alcalá Galiano que decía: "Patriotas guerreros/blandió los aceros". Según la maliciosa suposición de este último, a Riego no le gustó este texto porque su nombre no se mencionaba expresamente. En 1836 se escribió una nueva letra titulada "La moderación": "Que mueran los que claman/por la moderación/ para atacar los fueros/ de la Constitución".
Muchos años después, ya en vida de Baroja, un diario donostiarra reprodujo como auténtica la letra anticlerical que todos conocemos: "Si los curas y frailes supieran/ la paliza que van a llevar/ subirían al coro cantando/ libertad, libertad, libertad".
Muy distinto es el caso del autor o los autores de la música. La mayoría de los historiadores, siguiendo a Mesonero Romanos, da como autor a don José María de Reart y Copons, militar heroico que había servido en el Ejército español y perdió una pierna durante la guerra de la Independencia. Había nacido en Peronan en 1784 y muerto en Madrid en 1857. Parece ser que se sentía asombrado del éxito de su contradanza. Pero se ha atribuido a otros muchos autores. Así, Grimaldi, en la revista El Averiguador, de 1871, la atribuía al profesor don Manuel Varo, que la compuso en Morón y que era músico mayor de la charanga de la caballería que Riego llevaba en su columna.
Otra atribución de esta popular musiquilla aparece en la Historia de la Revolución española desde la Guerra de la Independencia hasta la Revolución de Sagunto, que dejó inconclusa Blasco Ibáñez. Aquí se dice que el autor musical del Himno fue un tal Gomis. Debe referirse con seguridad a José Melchor Gomis, músico mayor del regimiento de Barcelona y autor de óperas, que se trasladó a Madrid en 1820 como director de músicos de la Guardia Real.
Pero lo cierto es que el tal Gomis fue sencillamente el adaptador del himno para banda. Su autoría, en cambio, está clara en la ópera Riego en Sevilla, que fue repuesta en Barcelona en 1854.
Pero no queda ahí la cosa. Adolfo Salazar, en su libro "Los grandes compositores", dice que "entre los papeles inéditos de Barbieri se encuentra una carta en la que se da como autor del Himno de Riego a un tal don Antonio Hech, músico mayor del regimiento de Granada". El señor Hech, de origen suizo y llegado a España cuando la Guerra de la Independencia, habría escrito el himno en 1822, por lo cual recibió una recompensa de las Cortes que se trocó después en persecuciones. La proposición presentada a las Cortes en abril de 1822, para que se declarara oficial el Himno, no menciona a su autor. El acta dice que se trata de una marcha verdaderamente española.
Por si todo esto fuera poco, don José María Sans Puig, en un trabajo titulado Riego, un mito liberal, aparecido en Historia y Vida, añade que también al Himno se le da un origen anónimo. "Quien presencie las fiestas patronales de los pueblos del hermoso valle de Benasque, podría oír una típica y alegre danza popular llamada Aball de Benasque", cuyo origen se pierde en la noche de los tiempos. A esta música le acompaña el seco e insistente repiqueteo de unas castañuelas de madera de haya de gran tamaño.
Lo curioso es que cuando en el verano de 1939, los del valle de Benasque intentaron danzar su tipiquilla musiquilla, las autoridades franquistas se lo prohibieron, ya que les pareció totalmente el republicano Himno de Riego. Los del valle manifestaron entonces que ellos nunca bailaron el popular Himno, sino que, por el contrario, fue el famoso general asturiano el que había copiado y adaptado su música para servir a la revolución liberal.
¿Qué hay de cierto en toda esta historia? Nunca lo sabremos. Pero lo que hoy nos interesa comprobar es la pervivencia y popularidad del llamado Himno de Riego, que a pesar de su persecución en diferentes periodos de la historia reciente de España sigue conservando ese tonillo liberal y callejero, al que muchos españoles somos tan aficionados. Porque algo tendrá esa controvertida contradanza cuando, como a Homero y Cervantes, se la disputan tantos y tan variados músicos.
NOTAS.
(1). PUEL de la VILLA, Fernando: "Historia del Ejército en España", Alianza Editorial, Madrid, 2000. págs. 94-96.
(2). Carlos Seco Serrano en el prólogo de "La España de Fernando VII", de Miguel Artola, Espasa Forum, Madrid, 1999, págs. 26-27.
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