Rosa de Oro enviada por los Pontífices a los Soberanos y Príncipes católicos.
Esta alhaja consistía en una sola Rosa de oro, esmaltada de color rojo, y más tarde, en lugar de esmaltarla, se la adornó con un rubí.
Rosa de Oro que los Pontífices envían a los Soberanos y Príncipes católicos.
La Rosa de oro que el Papa bendice solemnemente en la Misa del domingo IV de Cuaresma, en la que se canta Laetare Jerusalem, la enviaba el Santo Padre a las Iglesias Catedrales, insignes Santuarios y a las ciudades ilustres.
En los primeros tiempos, el Papa no entregaba esta Rosa más que al Prefecto de Roma; pero a fines del siglo XI se empezó a mandarla fuera, tanto a los Soberanos y Príncipes católicos como a los grandes Capitanes y a los personajes beneméritos de la Santa Sede; esta costumbre hay quien pretende que se debe al Papa Honorio II (1061), mientras que muchos autores sostienen que es anterior, y que el primero que la envió como un don fuera de la Ciudad Eterna fué León IX (1049); pero lo que es cierto y se conoce de una manera más positiva, es que Urbano II, después de la celebración del Concilio de Tours, en el que confirmó ios acuerdos tomados en el de Clermont (1096), la regaló a Fulcon, Conde Soberano de Angers, y que en 1148 Eugenio III la envió a Don Alfonso VII, Rey de Castilla.
Antiguamente esta alhaja consistía en una sola Rosa de oro, esmaltada de color rojo, y más tarde, en lugar de esmaltarla, se la adornó con un rubí; pero el Papa Sixto IV dispuso que se hiciera un ramo de Rosas de oro con espinas del mismo metal, y en medio una Rosa mayor con la corola dispuesta de manera que se puedan colocar en ella el bálsamo perfumado y el almizcle, que se deposita en el acto de la bendición, y que se adornara con piedras preciosas; hizo que se pusiera este ramo en una maceta de plata sobredorada, que tuviera en relieve las armas del Pontífice, y desde entonces se ha conservado la costumbre de hacerla en esta forma, adornándola con más o menos piedras preciosas, elevándose su coste, sobre poco más o menos, a unas diez mil liras romanas.
Alegóricamente, esta Rosa significa el Redentor, que dijo de sí mismo: Yo soy la flor del campo y el lirio de los valles; el oro indica que Jesucristo es Rey de Reyes y Señor de los Señores, recordando que los Magos al adorarle le ofrecieron oro, como a su Rey; las espinas simbolizan su pasión; los perfumes que coloca en ella el Santo Padre al bendecirla, representan la gloria de su Resurrección, y el color rojo con que se la esmaltaba antes, o el rubí con que se la adornó después, alude a la sangre que derramó por la redención de la humanidad, indicando, en una palabra, la felicidad eterna. El valor de esta distinción es tal, que Calixto III decía de ella en una Carta que escribió con este motivo al Rey Carlos VII de Francia: Non muneris estimanda est quaniitas, sed allioris significalionis qttalilas interpretanda.
Tampoco se ha prodigado el otorgarla, pues no siendo preciso bendecir una nueva Rosa todos los años, esta ceremonia se repite varias veces en una misma alhaja. La Rosa de Oro que el Papa Pío IX envió a S.M. Doña Isabel II había sido bendecida diez y seis veces, y hacía siglo y medio que el Sumo Pontífice no la había enviado a los Reyes de España; de éstos fueron honrados con ella Don Alfonso VII y Don Alfonso IX de Castilla, Don Alfonso de Aragón y de Navarra, Doña Isabel I de Castilla, el Archiduque Carlos en 1515 (que fué después Carlos I de España), la Princesa Margarita de Austria, que la recibió de manos del Papa Clemente VIII en Ferrara al bendecir su matrimonio con el Rey Don Felipe III; Doña Ana de Austria, con ocasión de sus bodas con Don Felipe IV, y con el mismo motivo Doña Isabel de Farnesio, esposa de D. Felipe V. En Enero de 1868 la recibió S.M. la Reina Doña Isabel II, y en Junio de 1886 S.M. la Reina Regente Doña María Cristina.
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