
Los chistes en sociedad. I.
La risa parece el producto de las dos sensaciones unidas, sorpresa y placer, movidas por un ligero contraste o por una finísima analogía.
Los chistes.
El discurso o la ocurrencia que de improviso y contra la apariencia cambia el vituperio en alabanza, el mal en bien, el temor en esperanza, el desprecio en estimación o quizás al contrario, se llama chiste. Se divide en dos especies. La 1ª es un breve relato que hace pasar el ánimo por algunas aventuras, y después de haber alimentado la curiosidad termina con un sentimiento imprevisto, y la 2ª es un simple dicho, pronto, inesperado, oportuno, que agrada y muerde al mismo tiempo.
La risa parece el producto de las dos sensaciones unidas, sorpresa y placer, movidas por un ligero contraste o por una finísima analogía. La impresión causada en nuestro ánimo por un objeto nuevo o inesperado se llama sorpresa; la cual es mayor cuando el objeto que se presenta o la cosa sucedida son contrarios a lo que comúnmente acontece; por esto la sorpresa es máxima cuando es máximo el contraste entre el hecho acontecido y lo que nosotros esperábamos. De aquí resulta que en la risa tiene lugar la sorpresa, como lo demuestra que se ríen más los ignorantes que los hombres cultos porque los primeros no conocen las relaciones que unen las cosas y tienen más y mayores sorpresas.
El sabio apenas se ríe, mientras el tonto lo hace a carcajada tendida, porque el primero encuentra muy luego las ideas intermedias que unen el orden habitual de las cosas con el hecho inesperadamente acontecido y que parece desmentirlo. El sabio por otra parte se ríe de muchas cosas que no promueven la risa del necio, lo cual sucede cuando el contraste no está inmediatamente expresado, sino que se oculta tras finísimas relaciones de ideas y exige algunos momentos de reflexión para ser comprendido.
Los hombres graciosos saben encontrar cosas que hacen reír a los demás sin que ellos se rían, y la razón de no reírse ellos es porque ven el nudo que une las ideas que aparentemente contrastan, y hacen reír a los otros porque tienen la habilidad de ocultarlo a los demás. La risa despertada por el chiste oído la primera vez, es mucho menor en la segunda, y al fin es nula, porque las cosas sabidas no sorprenden.
Los siguientes hechos manifiestan que no le basta a la risa una sorpresa cualquiera, sino que reclama el concurso de una sensación agradable. Nos reímos al recordar nuestras pasadas locuras, mientras no vaya unida a ellas la idea del deshonor, porque este recuerdo da realce al sentimiento de nuestra actual prudencia, y aumenta su valor. Nos reímos al oír las tonterías de otro, lo cual proviene del amor propio que goza al descubrir en otros, defectos de los cuales se juzga libre. Nos reímos con las desgracias de nuestros enemigos cuando no son tan grandes que muevan nuestra compasión, porque esas desgracias lisonjean el sentimiento de la enemistad y de la venganza.
Nos reímos al encontrar semejanza entre los objetos que creíamos no tener ninguna como en general nos reímos al oír ingeniosos rasgos de talento, porque el fácil ejercicio de nuestra inteligencia en el rápido paso de una idea a otra, cuyas lejanas relaciones no eran bien conocidas, es por sí mismo una cosa agradable, como lo son un paseo moderado, el respirar aire nuevo, la aparición de una luz en la oscuridad, y otras cosas semejantes. Y también porque aquel conocimiento es una prueba de nuestra sagacidad, la cual ha sabido coger un elemento que rebelde al análisis se ocultaba a la comprensión de la generalidad.
Para que la sorpresa y el placer ocasionen la risa, es preciso que sean hijos de contrastes ligeros, o de analogías delicadas, según lo demuestran los hechos siguientes:
A la vista de un hermoso cuadro y al oír una hermosa música experimentamos sorpresa y placer, pero no nos reímos, y lo mismo sucede cuando se nos presenta el arco iris u otro semejante y grandioso fenómeno inocente. Causa sorpresa y placer sin promover la risa la vista de un animal salvaje que no habíamos visto nunca, como por ejemplo, un orangután; mas si ese mismo animal se nos presenta llevando en la cabeza un capelo de cardenal, es imposible contener la risa; aquí hay un contraste. No todos los contrastes provocan la risa, sino únicamente los ligeros, que son los que excluyen la compasión y el horror. Si un hombre jactándose de saltar una zanja se cae en medio de ella como un animal, se ríe uno de gana, mas si en esa caída se rompe una pierna ya no nos reímos, porque la risa está contenida por la compasión.
Provocan los chistes las deformidades lógicas, las deformidades morales, las deformidades físicas; la oposición artificial entre el asunto y el estilo, y las semejanzas o contrariedades lejanas o latentes y manifestadas de improviso. Son deformidades lógicas las desviaciones del recto raciocinio, y sus grados serán mayores cuanto más pecarán contra las reglas del justo raciocinio. Así, pues, la ignorancia de las combinaciones más sencillas, la excesiva credulidad y la tontería son segurísimas fuentes de las cuales nace aquella deformidad lógica que provoca la risa sin mover a odio ni a compasión. Las palabras vacías de sentido o tergiversadas, las interrogaciones, las respuestas fuera de propósito, las incoherencias, la pertinencia en los errores evidentes, y la costumbre que tienen los hombres torpes de decir siempre y creer las cosas al revés de lo que la lógica aconseja, son otros tantos motivos de risa.
- Los chistes en sociedad. I.
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