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La contestación a las cartas. El arte de agradar
La primera de las reglas que han de tenerse en cuenta para contestar a las cartas es la de no aplazar la respuesta...
foto base Pexels - Pixabay
Contestar a las cartas. Corresponder a una carta recibida
Aquella urbanidad
Difícilmente, por retraída que sea la vida que viva, habrá hoy señora o señorita que no mantenga correspondencia más o menos frecuente con seis u ocho personas, a las cuales está ligada por vínculos de parentesco, de amistad o de gratitud.
Y seguramente que, por grandes y perentorias que sean las ocupaciones en que emplee su tiempo, siempre tendrá cada día uno o varios ratos de esos que se llaman aburridos, ratos que se pierden en ociosidad estéril, por ser de duración relativamente escasa y de espera para otra tarea o trabajo.
Con sólo dedicar a su correspondencia ese tiempo que se malgasta "haciendo hora" para una visita, para cenar, etcétera, puede muy bien una persona estar perfectamente cumplida con sus relaciones.
La primera de las reglas que han de tenerse en cuenta para contestar a las cartas es la de no aplazar la respuesta, pues sabido es que la calle "Luego" va a dar derechamente en la plazuela "Nunca".
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La cortesía más elemental aconseja corresponder al saludo que se nos dirige, adherirnos a las satisfacciones o a las pesadumbres que se nos comunican, agradecer la solicitud que se nos demuestra e interesarnos por la situación de los que por nosotros o por nuestra familia se interesan.
Lo correcto, a ser posible, es contestar las cartas dentro de un plazo que no exceda al de ocho días.
Este plazo se reducirá discrecionalmente cuando se trate de asunto que nos obligue a reconocimiento -por ser favor que hemos recibido-, de suceso grave o de persona que nos merezca, por su respetabilidad, excepcionales consideraciones.
Exceptúanse de esta regla las contestaciones a cartas de pésame, que pueden darse dentro del mes contado desde el día en que se recibieron.
Las invitaciones exigen siempre respuesta inmediatísima, como también las esquelas que acompañan a cualquier obsequio que se nos haga.
Sabido es que las señoritas solteras deben consultar con sus padres todas cuantas cartas escriben.
La misma práctica es usual entre las señoras para con sus maridos.
Es falta imperdonable -salvo cuando se trata de una impertinencia o de un atrevimiento- dejar sin respuesta una carta recibida en la que se formula petición o pregunta que requiere contestación.
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Para responder a una carta es muy conveniente tenerla a la vista, por ser este el mejor medio de que la respuesta esté en consonancia perfecta con lo que se nos escribió.
De no hacerlo así se corre el riesgo de dejar incontestados algunos puntos que tengan importancia, y se corre el riesgo de contestar sin contestar, esto es, de incurrir en desafinaciones en lo que debe de ser un dúo.
¿Nos escribieron una carta expresando disgustos y tristezas? Pues sería censurable contestarla en términos de jovialidad que, sobre revelar falta de tacto, acusarían nuestra indiferencia ante los pesares que se nos manifestaron.
Por el contrario, resulta de mal gusto y poco delicado responder con quejumbres y lamentaciones a una misiva rebosante de satisfacción y de alegría.
No quiere decir esto que una respuesta se redacte siempre parafraseando la carta recibida. No es indispensable el unísono, pero es indispensable evitar la disonancia.
"Es falta imperdonable dejar sin respuesta una carta recibida"
No está vedado tratar de asuntos exclusivamente personales y propios, pero hay que proceder con verdadera moderación en este punto. En cambio, sin salir de los límites de lo discreto, es oportuno referirse siempre, con la extensión que el caso requiera, a sucesos que importen y se relacionen con la persona a quien nos dirigimos.
Evitemos el dar noticias desagradables y procuremos que nuestras cartas se reciban invariablemente como se recibe a una amiga ocurrente, risueña, afectuosa, que distrae siempre y que jamás molesta.
Tengamos presente que para lograr esto no hay más que un camino: pensar mucho en los demás y muy poco en nosotras mismas. Y, pensando de este modo, cuidemos de no aumentar la tristeza ajena y de no menoscabar con relatos tristes la ajena felicidad.
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