Cortesía con los niños. I.
El niño es sumamente sensible y tan activo que representa el movimiento continuo.

La cortesía con los niños.
El niño es sumamente sensible y tan activo que representa el movimiento continuo. Un interno prurito le obliga a agitarse, a correr, saltar, dar golpes, echar a perder cuanto llega a sus manos, y encaramarse a todas partes. Atormenta a los pájaros, al gato, al perro, y no por instinto de crueldad, como algunos se figuran, sino por la ciega y maquinal necesidad de hacer algo. Por esto, cuando el niño no corre riesgo de caerse al agua o al fuego, de venirse abajo de un sitio alto, o de que algún animal lo dañe, es preciso dejarlo en libertad completa, por lo cual es una verdad popular aquello de tanto mejor para él si se aplasta las narices, si se hace daño en una mano o en pie, pues estos dolores, que se imprimen profundamente en su memoria, se convierten en estímulos de prudencia y en motivos de precaución para el porvenir, viniendo a ser un capital fructífero para la vida (Nota 1).
(Nota 1). Siento no opinar en esta parte como Gioja. Las caídas, los golpes, los chichones, no escarmientan poco ni mucho a los niños, para quienes la experiencia no trae lección ninguna. Siguen cayéndose, dándose golpes y volviendo a llorar y a caerse. Los padres lo sabemos muy bien, y en esto como en otras cosas la experiencia vale más que los principios.
Cuando por el contrario se quiere medir todas las acciones y los pasos todos de un niño y alejarlo hasta del más remoto peligro, por un lado se comprime el natural y progresivo desarrollo de sus fuerzas con sumo disgusto suyo, lo cual le hace arisco y falso, y por otro a la lección del dolor que él comprende perfectamente se substituye la de las palabras que aun no entiende. Esta es una de las razones por que se encuentran más personas estúpidas entre los señores que entre los labradores y artesanos. Queriendo además hacer por el niño en vez de dejarlo que haga por sí mismo, se le convierte en despótico, y se desenvuelve en él una larga serie de voluntades y caprichos que no pueden ser satisfechos, lo cual le causa muchos pesares, y lo peor es que como carece de experiencia atribuye vuestra oposición a sus caprichos, no a falta de poder sino a falta de voluntad. Esto le inclina a odiaros, lo cual no se observa cuando el niño se convence por sí mismo de que sus deseos no siempre pueden cumplirse. De aquí es que muchas veces se nota una oposición de carácter entre el padre y el hijo, y entre la madre y la hija, y esta oposición es más frecuente en aquellas familias que tienen un hijo único que en las que cuentan muchos. La debilidad, pues, es diferente de la dulzura, y el más seguro medio para hacer a los muchachos muy desgraciados y dispuestos a una irritabilidad habitual consiste en hacerse esclavo de ellos.
"Los deseos de los niños no siempre pueden cumplirse"
La indicada libertad física no impide que con destreza se acostumbren los niños a ciertos movimientos, actitudes y modales que son la base de la cortesía y de la gracia individual.
Con los muchachos, cuya alma sensible fácilmente se mueve con los elogios, conviene usar aquellas expresiones, acciones y consideraciones que les indiquen la estimación que de ellos hacemos. Esa edad que tiene todo el candor del amor propio sin sus desconfianzas, fácilmente da crédito a las palabras y se acostumbra a los modales que más os agraden si les manifestáis tener en mucho sus calidades y grandes esperanzas de que éstas irán siempre mejorando. Por esta razón me parece que da muestra de descortesía y de ignorancia el padre que en un montento de muy mal humor le dice a su hijo: "infaliblemente serás muy dichoso, en primer lugar porque eres un necio, etc.".
La filosofía ha declamado con calor contra aquellos castigos corporales a que los maestros de escuela, armados de los formidables azotes, condenaban a un niño en presencia de los demás y que la decencia no permite que mentemos.
Deben considerarse como inurbanos, desrazonables e inciviles los continuos vituperios de los viejos contra las irreflexiones de la juventud, la aspereza contra las diversiones más inocentes, el alborotar por cada niñada, el castigar por cualquier inadvertencia y el exigir madurez de juicio en la edad más tierna. Si la edad senil quiere ser respetada, a lo cual tiene un derecho indisputable, debe mostrarse condescendiente con las humanas debilidades, para que la juventud no pueda decirle que censurando con acrimonia el bien que ya no puede gozar reprende cosas irreprensibles. No daría pruebas de mucho juicio el agricultor que en la estación de las flores pidiese fruta a sus árboles.
- Cortesía con los niños. I.
- Cortesía con los niños. II.
- Cortesía con los niños. III.
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