Clases de virtud y de moral. Manuales de urbanidad y buenas maneras
Los tratados de urbanidad siempre han existido para las clases pudientes y para guiar los usos sociales de la aristocracia
Los libros sobre la urbanidad y las buenas maneras
Un libro recopila los manuales escolares de urbanidad y buenas maneras de siglos atrás.
A mediados del siglo XIX llegaron a la escuela los libros de buenas costumbres, donde se dictaban la moralidad, las virtudes y algunas reglas de protocolo e higiene que debían observar los niños y las niñas. Aquellos peculiares tratados de urbanidad siempre habían existido para las clases pudientes y para guiar los usos sociales de la aristocracia, pero la construcción de la sociedad burguesa exigió entonces que esas reglas entraran también en la escuela a la par que el Estado extendía la educación a clases menos favorecidas. "Docilidad, sumisión, respeto al orden social", eran los valores que había que inculcar a los niños.
Hijo de un maestro exiliado en Francia y ahora catedrático de Civilización Española en la Universidad de Tours, Jean-Louis Guereña ha recopilado en su "Alfabeto de las buenas maneras" (Fundación Germán Sánchez Ruipérez) las principales características de aquellos manuales escolares:
"Los niños burgueses veían confirmada su visión social y las clases populares aprendían la disciplina social para que nadie se descarriara", señala Guereña.
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Aquellos libros servían de lectura en las aulas. Así se mataban dos pájaros de un tiro: mientras se leía, se adoctrinaba. En este volumen se recogen algunas perlas que podían leerse en la época. Como el cuerpo humano era una "fuente potencial de corrupción", se enseñaba a los niños cosas como ésta:
"Dormir desnudo hace pensar en un salvaje, y toda persona medianamente culta lo tiene en un horror" (Breve tratado de urbanidad, Julián López y Candeal, 1882).
Había incluso un estricto control de las posturas:
"Cuando uno está de pie no debe encorvar el cuerpo, apoyarse en una sola pierna, arrimarse a ningún mueble, inclinar la cabeza hacia delante, echarla atrás ni adoptar la actitud de un soldado de guardia..." (Manual de urbanidad, G. M. Bruño).
Las niñas, por supuesto, tuvieron su menú aparte. Su formación debía fabricar buenas hijas, esposas y madres. En La buena Juanita, por ejemplo, un libro de Calleja, se lee lo siguiente:
"Su mamá va enseñándole poco a poco los quehaceres de la casa. También va a la escuela y escucha con respeto y atención las explicaciones de la maestra: se fija mucho en lo que ésta dice, y lo conserva en la memoria para practicarlo. No cabe duda de que, siguiendo así, Juanita llegará a ser pronto una mujercita de su casa".
Las nociones de higiene y economía doméstica para niñas también figuraban entonces en los programas escolares, desde 1901 como materia obligatoria para las escuelas primarias, explica Guereña en su libro.
En aquella época no hacía falta leer entre líneas, los textos eran directos, demoledores: "La cuestión de enseñanza es cuestión de poder: el que enseña domina, puesto que enseñar es formar hombres amoldados a las miras del que los adoctrina", explicaba Antonio Gil de Zárate (1783-1861), primer director general de Instrucción Pública bajo la monarquía de Isabel II.
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"No hay urbanidad laica, el orden social es la imagen del orden divino", explica Guereña. La virtud y la moral las dictaba la Iglesia y, aunque la urbanidad no era una asignatura propiamente dicha, sí impregnaba todas las demás. En la llamada ley Moyano de 1857, el artículo 11 decía:
"El Gobierno procurará que los respectivos curas párrocos tengan repaso de doctrina y moral cristianas para los niños de las escuelas elementales, a lo menos, una vez cada semana".
Sólo en torno a los años cincuenta del pasado siglo se dejan de publicar aquellos manuales escolares, aunque hayan permanecido en las escuelas mucho tiempo después.
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