Deberes para con la familia. Padres, hermanos, parientes y amigos.
Por ser seminarista no dejo de pertenecer a mi familia, con la que estoy ligado por los deberes que dictan el amor, la obediencia y la cortesía.
¿Tiene el seminarista deberes de Urbanidad para con su familia? . ¿Tiene usted para con sus padres algunos deberes de Urbanidad?
Por ser seminarista no dejo de pertenecer a mi familia, con la que estoy ligado por los deberes que dictan el amor, la obediencia y la cortesía. Después de Dios y la Iglesia, todo se lo debo a mis próximos parientes, con los que he de estar identificado en sus gozos, penas y santos ideales; debo esforzarme por seguir los buenos ejemplos de mis mayores y preocuparme de no mancillar su reputación con mis acciones o palabras; antes bien, como seminarista, he de ser el apóstol de mi hogar, que conserve y avive en él las piadosas tradiciones familiares.
LOS PADRES.
Los máximos honores de la cortesía filial han de tributarse a los padres. Dice el sagrado Libro del Eclesiástico que "Dios ha hecho al padre venerable para los hijos, y ha asegurado sobre ellos la autoridad de la madre. El que teme al Señor honra a su padre y a su madre, y servirá como a sus señores a los autores de sus días".
Por tanto, he de observar con ellos todas las reglas de buena crianza que ellos mismos me enseñaron, y si, por mi educación superior a la suya, descubriese alguna falta en su comportamiento, procuraré, o disculparla, o evitarla con cariño; pero sin propasarme a darles irrespetuosas lecciones.
Estas atenciones y veneración han de redoblarse aun cuando se tenga tan sólo a la madre viuda, o cuando sea preciso contrarrestar la mala conducta de otros hermanos.
He de mostrar la veneración debida a mis padres, mientras viva a su lado, saludándoles respetuosamente por la mañana y por la noche; no saliendo de casa sin su beneplácito o, al menos, sin ponerlo en su conocimiento; cuando vaya en su compañía, les llevaré siempre en un lugar preferente; procuraré amoldarme en todo a sus buenas costumbres; no me sentaré a la mesa antes que ellos sin orden suya; les facilitaré asiento y todas las comodidades que estén a mi alcance, y procuraré obsequiarles cuanto me sea posible, tanto en sus fiestas como en las fechas memorables para la familia.
He de tener como norma proporcionar a mis padres todas las legítimas satisfacciones que me sea posible, y evitarles todos los disgustos que esté en mi mano desviar, procurando ser así la alegría del hogar y la corona de sus canas.
Durante mi vida de internado en el Seminario, no se han de cortar mis relaciones familiares; cuidaré de notificar a mis padres cuanto antes mi llegada, de tenerles al corriente de mi vida, contarles ingenuamente mis alegrías y penas, mis trabajos y necesidades, y de avisarles con anticipación la fecha de mi regreso al hogar; para esto sostendré con ellos una correspondencia tan frecuente como lo permita el reglamento y lo exijan las necesidades, sin consentir que lleguen a inquietarse nunca por mi demora en la correspondencia; en los días del santo y demás fiestas de la familia debo escribirles con la anticipación precisa para que llegue a tiempo mi cariñosa felicitación, acompañada de algún pequeño obsequio, aunque no sea más que una estampa bonita; cuando vengan a verme, bajaré cuanto antes a la sala de visitas y les saludaré con filial cariño, pudiendo hasta besarles; cuando me sea lícito salir con ellos, les daré esta satisfacción, sin avergonzarme de ir en su compañía por humilde que fuere su traje.
Debo tener al corriente a mis padres de todo lo relativo a mi vocación y estudios; mas no por eso he de someterme a su voluntad en lo tocante a mi permanencia o salida definitiva del Seminario, pues en asunto tan sagrado los padres no pueden violentar la voluntad de sus hijos.
He de tratar a mis padres con el máximo respeto, y el ideal sería que les hablase de usted. Algunos dicen que, tuteando a los padres, se acrecienta la confianza, sin detrimento de su dignidad; pero ha de tenerse en cuenta que esto no es más que una moda, importada de Francia, y que allí comenzó a generalizarse en tiempos de la Revolución destructora del hogar; nuestros mayores trataban a sus progenitores de vuestra merced. Es una notable descortesía propasarse a fumar en su presencia antes de ordenarse o tomar estado.
LOS HERMANOS.
A los hermanos se les debe amor, respeto y cortesia. Han de ser los seres más amados, después de nuestros padres; mas no por la familiaridad y cariño se les va a perder el debido respeto, ni a tratarles con descortesía, imponiéndoles motes o dándoles bromas de mal gusto.
¿Cómo deben tratarse los hermanos mayores y menores recíprocamente? ¿Merecen alguna atención especial las hermanas?
A los hermanos mayores se les puede considerar como una prolongación de nuestros padres, y en su ausencia o muerte de éstos les hemos de prestar la obediencia debida al que es cabeza de familia. Ellos, a su vez, tienen el deber de dar buen ejemplo y corregir a sus hermanos menores discretamente, y han de procurar defenderles, acompañarles, alegrarles y contribuir en lo posible a su formación intelectual y moral.
Los menores, en cambio, deben mostrarse sumisos y agradecidos a sus hermanos mayores y procurar no contrariarles sus gustos ni molestarles en sus estudios o deberes. ¡Dios libre a los hermanos mayores de ser piedra de escándalo y ocasión de ruina espiritual de los pequeñuelos!
Esto lo pueden llevar a cabo, no sólo enseñándoles lo que no deben saber, sino hablando ante ellos con desprecio o duda de las personas, acciones o cosas que merecen toda consideración y respeto, y sembrando en sus corazones reservas y recelos que pudieran algún día serles dañosos.
Respecto a las hermanas, ha de guardárseles todo el respeto y la circunspección que merece su sexo; aunque con ellas sean permitidas libertades que jamás se podrá tomar el seminarista con las demás jóvenes, éstas no han de propasar nunca los límites del recato y la prudencia.
Así, conviene cuidar de no molestarlas, ni contradecirlas en sus caprichos y usos; no curiosear en sus habitaciones, ni entrar en éstas sin antes llamar y obtener su permiso; abstenerse de hablar de ellas ante otros jóvenes, máxime si éstos fueran seminaristas, y acompañarlas lo menos posible por las calles y nunca en paseos públicos.
¿Qué relaciones deben sostenerse con los parientes? ¿Qué muestras de cortesía han de cruzarse entre los allegados? ¿Cómo se distinguen los amigos de los compañeros?
LOS PARIENTES.
Las relaciones que deben sostenerse con los parientes dependen de la mayor o menor proximidad que nos una con ellos y de la intimidad y trato de las familias; de todos modos, han de ser éstas cariñosas y corteses, estando siempre dispuestos a prestarles cuantos servicios y favores fuere posible.
Suelen en todas las familias piadosas tenerse en gran estima a los parientes seminaristas; pero éstos han de velar con cuidado para que las muestras de singular afecto que reciban, sobre todo de sus más lejanos allegados, no vengan a ser un peligro para su vocación sacerdotal.
Entre los miembros de una misma familia deben cruzarse, al menos, las muestras de cortesía con que se tratan y agasajan los amigos: los afectuosos saludos y los abrazos; las visitas personales y comisionadas; el frecuente trato epistolar; las felicitaciones de las fiestas onomásticas y en los días clásicos del año; los obsequios en tiempo oportuno; la mutua hospitalidad, y el continuo favorecerse en todo lo posible. Sería una descortesía tratar con más cariño y favorecer con más interés a un amigo que a un próximo pariente, porque, como suele decirse, vale más gota de sangre que arroba de amistad.
LOS AMIGOS.
Los amigos se distinguen de los compañeros en que las relaciones con éstos tienen su fundamento en la identidad de profesión u ocupaciones, y las que median entre aquéllas están basadas en el singular afecto que entrambos se profesan. Es de gran trascendencia procurar que las compañías y amistades sean selectas, porque es cosa corriente que quien se acompaña con buenos será uno de ellos, y quien se acompaña con los perversos, al fin será corrompido. Para el seminarista casi siempre resultan peligrosas las amistades de los que no aspiran a sus mismos sublimes ideales, y aun entre sus propios compañeros debe cuidar de que sus íntimos sean los más piadosos y mejor educados.
¿Qué normas deben seguirse en el trato con los amigos? ¿Puede prescindirse, entre amigos, de las prescripciones de la cortesía?
La amistad debe ser por Dios, en Dios y para Dios; ha de ser iniciada por fines altos y puros, continuada con constancia y paciencia, basada en la mutua estima y confianza y sin mezcla de egoísmos y deslealtades. Suele ser poco estable la amistad entablada entre personas de muy diversa índole o condición social; peligrosa la que surja entre individuos de distinto sexo o de desigual edad; y es contra toda regla de prudencia y cortesía la amistad particular que se funda en amores no santos.
Entre amigos puede prescindirse de las exigencias de una rigurosa etiqueta, mas no de las normas de buena crianza; el que reine más intimidad y llaneza no quiere decir que se puedan saltar impunemente los límites de la grosería; antes bien, requiere que sean más frecuentes y cordiales las mutuas relaciones, como saludos, visitas, cartas y obsequios.
Es corriente decir que entre amigos todo pasa; pero por todos están mal vistos los abusos de amistad, y hasta llegan a destruirla: así, no será lícito visitar al amigo en horas intempestivas; entrar en su habitación sin llamar antes; hacer o recibir visitas con traje poco modesto; sentarse a su mesa sin previa invitación; en una palabra, hemos de tratarles siempre como quisiéramos que ellos obrasen con nosotros.
¿Qué deberes tiene usted para con los criados? ¿Cómo manda la Urbanidad que se trate a los criados?
LOS CRIADOS.
Los criados son como miembros adheridos a la familia para la buena marcha y prosperidad del hogar, y, por tanto, les debo tener caridad, consideración y respeto. Hay a veces en las casas criados dignos de las mayores atenciones, por haber estado en ellas prestando fiel y solícitamente sus servicios desde su juventud, o al menos largos años; con éstos se han de redoblar el afecto y las consideraciones, mas sin llegar a tratarles nunca como miembros de la familia.
No puedo tratar a los criados con altivez ni dureza, sino mandarles con caridad y finos modos; no he de imponerles trabajos excesivos, y siempre debo cuidarme de explicarles bien lo que han de hacer; sufriré con resignación y delicadeza las faltas provenientes de su corto ingenio y pobre complexión, mas sin tolerarles negligencias voluntarias, ni abusos o vicios; jamás me permitiré, ni siquiera consentirles, familiaridades o bromas de mal gusto; procuraré que se les remunere bien y se recompense sus trabajos extraordinarios, sin admitir dones ni obsequios suyos, y, por regla general, les hablaré de usted, a no ser que me sean inferiores en años.
¿De qué modo ha de precaverse usted de los peligros provenientes de la servidumbre? ¿Cómo ha de portarse usted en la vida de familia?
La servidumbre de la propia casa puede ser ocasión de graves peligros para la vocación del seminarista; para evitarlos, cuidaré de no permitirme con ellos más trato que el preciso; prescindir de su compañía en excursiones y paseos; no alternar con los amigos de los criados; llamar antes de penetrar en el cuarto de éstos; si se trata de personas de distinto sexo, no entrar nunca en su alcoba, ni aun en caso de enfermedad, sin ir acompañado por alguien de mi familia, y hacer cuanto esté de mi parte para no quedarme en casa a solas con la servidumbre.
Por parte de los criados pueden provenir a los seminaristas los más graves peligros, y por lo mismo he de considerar como un gravísimo deber de conciencia el poner a mis padres en conocimiento de toda falta de recato o sobra de libertades y de cualquiera prueba de mala intención o licenciosa vida observada en ellos.
VIDA DE FAMILIA.
En la vida de familia debo ser dechado de virtudes domésticas, fomentando el mutuo amor y ayudando a procurar la dicha y prosperidad del hogar; en él han de concentrarse mis más tiernos cariños; no puedo menos de apropiarme sus penas y alegrías, ni mirar con indiferencia su honra y deshonor.
Como seminarista ¿le incumbe alguna obligación especial? ¿Qué conducta seguirá usted para evitar los abusos y faltas que vea en su propio hogar? ¿Puede prescindirse en casa de las reglas de Urbanidad?
Como seminarista, me incumbe la obligación de fomentar la piedad y dar constante ejemplo de ella en el hogar. Procuraré con prudente celo que no quede nadie en mi casa sin cumplir los deberes religiosos; cuidaré de conseguir que se santifique la vida de familia rezando el Rosario en común, bendiciendo la mesa mis padres y entronizando al Sagrado Corazón de Jesús; haré cuanto pueda y me permitan para enseñar a mis hermanos menores el Catecismo, prepararles para la Primera Comunión e infiltrarles el ideal de servir a Dios y darle mucha gloria.
He de poner cuanto esté de mi parte para que desaparezcan y se reparen los abusos y faltas que veo en el propio hogar, Si puedo remediarlo sin ocasionar disgustos a mis padres, bien estará que lo intente; pero tengo sagrada obligación de poner en su conocimiento cuantas faltas graves observe, no sólo en la servidumbre, sino entre mis propios hermanos.
Obrando así, no quebranto la caridad fraterna; antes bien, doy pruebas de más elevado amor para con los mismos que han de ser corregidos, al propio tiempo que acreciento la paz y el honor del hogar doméstico.
El prescindir en casa de las reglas de Urbanidad sería un error grave y de lamentables consecuencias; pues, como las prácticas de cortesía han de ser un hábito, mal podremos adquirirle irreprochable, si nos acostumbramos a faltar a él a todas horas.
Lo que no suele practicarse bien en familia, difícilmente se sabrá hacer con corrección ante los extraños; antes bien, es preciso un continuo aprendizaje doméstico que, con la repetición de actos y los constantes avisos, dé la soltura precisa para hacerlo bien delante del público o en reuniones de etiqueta. Una cosa es que en familia haya más franqueza y espontaneidad, y otra el tratar a los más próximos allegados con inurbanidad y grosería.
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