I. EL CÓDIGO DE LA CIVILIZACIÓN: El penúltimo jalón del camino. I.
El penúltimo jalón en el camino. La generalización de la educación.
VIII. EL CÓDIGO DE LA CIVILIZACIÓN: El penúltimo jalón del camino.
1. Introducción.
La generalización de la educación a lo largo de los siglos XIX y XX constituye la variable central de cara a la civilización de los individuos en España. Formación e instrucción alcanzarán paulatinamente a mayores contingentes de población que verán así incrementados sus niveles de conocimiento, gracias fundamentalmente, a la extensión de la escolaridad. Formación e instrucción, que antaño parecían concernir sólo a los estratos sociales elevados van a incluir ahora de forma progresiva, a los estratos populares. Se apuesta por la educación como vía de progreso social y por la escuela como ámbito que impulse ese desarrollo. Y entre los contenidos que pueden aprenderse en la escuela figuran las buenas maneras, encuadradas bajo la denominación de 'urbanidad'. En este punto es donde voy a fijar parte de mi atención; esto es, en la enseñanza y presencia de las buenas maneras en la escuela y en la importancia de la institución educativa en la conformación de una conducta y una emocionalidad dignas de ser consideradas civilizadas. Como digo, las buenas maneras forman parte del currículo escolar durante el siglo XIX y parte importante del XX y a tal efecto aparecen publicaciones (manuales, cartillas de lectura, compendios, pequeñas enciclopedias...) de uso escolar encaminadas al aprendizaje, con mayor o menor grado de formalidad, de unas maneras civilizadas por parte del alumnado. Es pues, en la escuela donde se forjan y templan unas formas y disposición anímica civilizadas. El objetivo de este capítulo es el análisis del código de comportamiento y emocionalidad que preconizan estas publicaciones de índole escolar sin renunciar al examen de publicaciones que, sin ser de naturaleza escolar, también versan sobre las buenas maneras.
2. La generalización de la educación.
En términos globales, la generalización de la educación, materializada a través de la extensión de la instrucción primaria, es un proceso que discurre de forma paulatina durante los siglos XIX y XX. En tanto se trata de un proceso dilatado en el tiempo, observamos que las continuidades entre sendos siglos son más que evidentes y que fueron precisos cerca de doscientos años para encontrarnos en una situación como la actual, en la que la universalización educativa es una realidad consolidada. Como ejemplo de esta continuidad, pueden aportarse, entre otras, las siguientes cifras: En 1860, el 39% de los niños españoles no tienen escuela -materialmente, el propio edificio y recinto- a la que asistir; en 1875, de 18 millones de españoles sólo seis saben leer y escribir (la proporción de analfabetos es del 66%); en 1900, el 63% de la población es analfabeta; en 1932, el 49% de los niños no está escolarizado y diecinueve años más tarde -mediando el periodo de la Guerra Civil y la posguerra- ese porcentaje ha aumentado dos puntos (Lerena, 1986:142-3) (Nota: Datos que confirman esta continuidad entre ambos siglos pueden verse también en Guereña (1996:351-353)). Se trata de un breve ejemplo, sintomático de la continuidad en términos de esfuerzos, intenciones y resultados que se observa entre el siglo XIX y el XX; continuidad que comienza a quebrarse a partir de 1970 y de la que hoy no quedan atisbos.
La generalización de la educación se entiende, en última instancia, como un medio de regeneración social. Existe tras esta generalización una relación subyacente pero explícita entre la acción educativa y los beneficios sociales que ésta podría reportar en forma de bienestar, orden y armonía social (Mayordomo, 1995:45-48) (Nota: Resulta de interesante consulta como aportación complementaria Mayordomo (1983)). Dicha generalización supone la inclusión en al ámbito educativo del grupo social tradicionalmente apartado de ella, esto es, las clases populares, ligadas indudablemente al proceso de extensión de la educación primaria. En un contexto de industrialización, urbanización y consolidación económica capitalista, es éste el grupo social a tener en cuenta por quienes se erigen, tras la disolución del orden estamental, en el grupo social preponderante, es decir, la burguesía. A tener en cuenta en tanto es necesaria su instrucción en aras del mejoramiento y prosperidad de la sociedad si bien teniendo presente que esa misma instrucción no ha de convertirse en un vehículo promotor de veleidades subversivas que amenacen el orden establecido. Y en este delicado balance entre ambas posturas se sitúa la generalización de la instrucción primaria; en definitiva, la acción de la escuela (Nota: Un texto legislativo del 20 de diciembre de 1865 resume de manera explícita la necesidad de alcanzar tan delicado balance: "[...] si se aspira con fe a evitar en lo futuro sensibles perturbaciones; si se quiere que la inmensa mayoría del pueblo español se aperciba contra los extravíos del espíritu moderno como son las utopías socialistas y comunistas, y que a la vez sacuda las aberraciones del espíritu antiguo; tales como las preocupaciones que pesan sobre nuestra agricultura y las creencias supersticiosas que aún dominan en las gentes sencillas [.] es necesario difundir por doquiera la instrucción y redimir a las clases proletarias de la esclavitud de la ignorancia". Citado en Mayordomo (1995:82)). La educación en general y la escuela en particular actuarán como elementos de legitimación del nuevo orden social liderado por la burguesía, un nuevo orden igualitario y meritocrático en el que la educación provee al individuo de posibilidades de promoción social así como de oportunidades de consideración y distinción sociales.
Así, como señala Lerena (1986:148), se configura alrededor del hecho educativo un arquetipo de distinción y consideración social según el cual "educación" es entendido como sinónimo de "buena educación", "tener educación" como equivalente del ser/estar bien educado y donde la excelencia del espíritu -asociada a la vocación, las aptitudes individuales, las maneras decorosas o el mérito- es lo que permite reconocer a un señor o a un caballero integrante del más amplio círculo de señores o caballeros que constituye la "Buena Sociedad". Siguiendo a Lerena, este arquetipo -de impronta burguesa- puede ser entendido como una reformulación del arquetipo aristocrático en el que la educación sustituye al nacimiento, el caballero al cortesano y los títulos académicos a las pruebas de linaje. De cualquier modo, desarrollaré esta cuestión más tarde y con mayor detenimiento en una próxima sección, en la que trataré de mostrar cuál es la relación que se establece entre el código -burgués- de la civilización y los tradicionales usos aristocráticos.
Retomando la cuestión de la educación como principio legitimador del orden social, es preciso añadir que, en esta acción legitimadora, la propia educación, vía instrucción primara en las escuelas, es concebida como instrumento civilizador, inculcador en definitiva de valores y pautas de regulación afectiva y conductual. Como instrumento civilizador, se dirige prioritariamente a las clases populares a fin de que abandonen sus modelos de conducta y emocionalidad y su estado natural de "barbarie". La instrucción civiliza, y por ello pacifica a los hombres vinculándolos entre sí a través del respeto y aceptación de un modelo general de autorregulación conductual y emocional. Este modelo es de clara inspiración burguesa y ha de imponerse sobre la natural incivilización de las clases populares. Como instrumento civilizador, la escuela antepone la eficacia normativa a la eficacia educativa (Mayordomo, 1995:195), es decir, se concibe como agente transmisor de hábitos y pautas antes que como difusor de conocimiento; un agente que ha de embridar los bríos y espontaneidad de la clase popular derivándose de ello resultados beneficiosos para el conjunto social en términos de orden y bienestar.
Ante todo, será la burguesía quien defina en clave civilizatoria la acción de la escuela como recurso para conjurar tres notables amenazas: el pujante ascenso de las clases populares espoleadas por ideas socialistas, comunistas o anarquistas; el modo de vida popular, bárbaro e incivilizado opuesto al civilizado burgués y el peligro de la indistinción, es decir, de la necesaria distancia entre ese modo de vida popular y el burgués, distancia en la que se asienta la pretensión de distinción y consideración social de la burguesía (Lerena, 1986:201).
Será la burguesía quien ostente el liderazgo en el mundo surgido tras la volatilización del Antiguo Régimen. Este liderazgo, concretado en una posición dominante en la jerarquía social, alcanza el ámbito de la escuela y el sistema educativo. Será la burguesía, pues, la encargada fundamentalmente de su configuración. En esa configuración de la escuela, la burguesía conceptualiza a las clases populares como grupos incivilizados a los que es preciso domar por el bien de la sociedad y por la potencial amenaza que comportan para los pilares básicos del orden burgués (Mayordomo, 1995:193-197). Con arreglo a esto, se configura un sistema educativo que, grosso modo, apenas experimenta en lo substancial variaciones desde la Ley Moyano (1857) hasta bien entrada la segunda mitad del siglo XX (el límite extremo podría considerarse la Ley Villar Palasí de 1970).
Se distinguirán dos niveles básicos; el de la enseñanza primaria y la enseñanza secundaria, tratándose de niveles no secuenciados y desconectados entre sí. La mayor parte de la población no accedía al nivel secundario, que en realidad, es el que comienza a distinguir al estudiante consagrándolo como tal antes de su entrada en el mundo universitario, 'aristocracia' del sistema educativo. Por el contrario, la enseñanza primaria, se nutre principalmente de elementos de procedencia popular (hijos de jornaleros, obreros, campesinos...) a los que se alfabetiza, se enseña las cuatro reglas y trata de inculcárseles a) un reconocimiento y respeto del modelo cultural preponderante, el modelo burgués y b) una aceptación de la indignidad de los modelos de vida popular, tildados de 'salvajes', 'bárbaros' o 'chabacanos' (Lerena, 1986:177). La metodología empleada en el ámbito de la instrucción primaria se concentra en la concepción del alumno como entidad pasivo -receptora, el memorismo y la autoridad que ejerce el profesorado -concretada sintéticamente en la célebre expresión "la letra con sangre entra" (Lerena, 1986:177).
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